Redacción (Viernes, 08-12-2016, Gaudium Press) Mientras el Profeta Daniel explicaba al Rey Baltasar el significado de las señales escritas en una de las paredes del palacio real, el cumplimiento de las terribles amenazas en ellos contenidos ya estaba en ejecución.
El pueblo se divertía en las calles
Después de la muerte de Nabucodonosor, el imperio caldeo entró en decadencia. Su hijo reinó por dos años y fue muerto por un cuñado. Hubo una revuelta promovida por la casta sacerdotal, que colocó en el trono a Nabonido, un hombre lunático que fue el demoledor del gran reino babilónico.
Ciro, Rey de Persia, dominó la Media y venció a Creso, Rey de Lidia, famoso por su gran riqueza. Conquistó también otras naciones y, sintiéndose fortalecido, resolvió atacar a Babilonia.
Caída de Babilonia, según un tapiz en Angers, Francia |
Atravesó el Río Tigris y venció a los babilonios en batalla campal; asustado, Nabonido huyó, dejando el poder real a su hijo Baltasar.
El Rey de Persia cercó Babilonia, que era protegida por gran muralla, y esperó que las aguas del Éufrates bajasen. Cuando eso ocurrió, los soldados persas vadearon el río y penetraron a la ciudad en plena noche.
«El pueblo se divertía en las calles, los centinelas olvidaron su deber». La derrota de los babilonios fue completa. Baltasar, que realizaba un festín sacrílego, «habiendo querido defenderse, fue hecho pedazos».
La caída de Babilonia, ocurrida en 534 a. C., tuvo una repercusión extraordinaria en todo Oriente.
Los millares de exilados judíos – que anteriormente lloraban a las márgenes de los ríos de Babilonia, con saudades de Jerusalén (cf. Sl 137, 1) – se alegraron porque cayó la venganza divina sobre sus opresores.
Venganza del Señor
Sí, venganza divina como demuestran las profecías de Isaías y de Jeremías. Además de la idolatría y de los pecados de lujuria, Babilonia cayera de tal modo en el vicio del orgullo, que es llamada «Soberbia». He aquí algunos trechos de esas profecías.
– «Cobraré de Babilonia, de los ciudadanos de Caldea, todo el mal que hicieron a Sión [Jerusalén] – oráculo del Señor» (Jr 51, 24).
– Babilonia, «el mazo que aplastaba el mundo entero», que sus atacantes «se queden acampados a su alrededor y no dejen escapar a nadie» (Jr 50, 23.29).
– «Aquí estoy Yo – dice el Señor – para enfrentarte, oh Soberbia […] Pues llegó tu día, llegó la hora del acierto de cuentas» (Jr 50, 31).
– Que «sus ríos: ¡se sequen! Pues este es el país de los ídolos» (Jr 50, 38).
– «¡Huid de Babilonia! […] Sino, moriréis por el pecado de ella, pues es la hora de la venganza del Señor, él va darle la paga que ella merece» (Jr 51, 6).
– «El Señor despertó el ánimo del rey de los medos [Ciro], él tiene un objetivo contra Babilonia que es destruirla. Será esa la venganza del Señor, la venganza por su Templo» (Jr 51, 11).
– Los soldados [de Babilonia] se retuercen de dolor, «cada uno mirando espantado al otro, los ojos abultados. Allá viene el terrible día del Señor, con el furor y el calor de su ira, a transformar el país en un desierto, y de él arrancar a los pecadores» (Is 13, 8-9).
– «Las monumentales murallas de Babilonia serán arrancadas por la base, sus altos portones, quemados por el fuego» (Jr 51, 58).
– «Babilonia, la perla de los reinos, joya y adorno de los caldeos, será transformada en ruina como la que Dios provocó en Sodoma y Gomorra» (Is 13, 19).
Unión de los malos bajo la conducta de Lucifer
La palabra «Babilonia» se tornó un símbolo, cuyo significado genérico es «confusión»; en ese caso es sinónimo de Babel. Entretanto, ella posee también otros sentidos.
El Apocalipsis la cita seis veces. Este es un ejemplo:
«Cayó, cayó Babilonia, la grande, aquella que embriagó todas las naciones con el vino del furor de su prostitución» (Ap. 14, 8).
Sintetizamos algunos comentarios del venerable Padre Bartolomé Holzhauser (1613-1658) que, bajo inspiración divina, explicó el Apocalipsis hasta el capítulo 15; él mismo afirmó que no comentó los siete capítulos restantes porque habían terminado las inspiraciones.
La «Babilonia caldaica era una ciudad muy poderosa e importante, que se podría considerar la metrópolis del reino de las naciones. Babilonia representa también el mundo con todas sus delicias y voluptuosidades, como siendo la unión de los malos, ligados en conjunto contra los buenos, bajo la conducta de su jefe Lucifer. Es en ese sentido que Jesucristo señala el mundo a sus Apóstoles (cf. Jo 15, 18).»
Babilonia es llamada ‘la grande’ debido a su dominio sobre los pueblos, su orgullo, oprimiendo a los justos. Y también por causa de la multitud de malos e impíos que de ella forman parte, así como del número incalculable de sus pecados.
San Juan Evangelista agrega: Ella «embriagó a todas las naciones con el vino del furor de su prostitución» (Ap 14,8). «La prostitución expresa la idolatría y toda especie de infidelidades cometidas contra Dios y su Cristo.»
«El vino del furor de su prostitución» significa las herejías, las voluptuosidades e inmundicias de los cuales los pueblos estarán como que embriagados. Y el cúmulo de esa «prostitución» tendrá lugar en la época del Anticristo, por su espantosa tiranía y sus seductoras imposturas, forzando a las personas a apostatar y renegar de Nuestro Señor Jesucristo.
En el mundo actual es patente la confusión, no solo en el campo político, social, económico, pero sobre todo en el terreno religioso y moral. Pidamos a Nuestra Señora la gracia de tener la plena certeza de que Ella intervendrá, eliminando la Babel moderna e instaurando el Reino de su Inmaculado y Sapiencial Corazón.
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada» – 94)
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1 – WEISS, Johann Baptist. Historia Universal. Barcelona: La Educación. 1927, v. I, p.482.
2 – Cf. Asurmendi, J. e García Martínez, F. La Biblia en su entorno. Introducción al estudio de la Biblia. Estella: Verbo Divino. 1990, v. I, p. 225.
3 – HOLZHAUSER, Bartolomeu. Interprétation de l’Apocalypse,renfermant l’histoire des sept âges de l’Église Catholique. Paris : Louis Vivès.1856. v. II, p. 138.
4 – Idem, ibidem, p. 141.
5- Cf. HOLZHAUSER, op. cit., v. II, p. 141-142.
. Barcelona: La Educación. 1927, v. I, p.482.
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