Redacción (Jueves, 05-01-2017, Gaudium Press) Este próximo domingo celebraremos la solemnidad de la Epifanía del Señor. Llegamos a lo que podríamos calificar de la cumbre del Tiempo de Navidad: Adviento, Navidad, Circuncisión, Epifanía.
En Nochebuena vimos al Niño Dios en una gruta recostado en un pesebre. En Epifanía, su manifestación es con toda majestad. El pueblo elegido lo tenía en su propio país y no creyó en él. Herodes, perturbado, pretende quitarle la vida. Los «Magos», los Reyes Magos, vienen a adorarlo, tras largo y penoso camino.
La solemnidad nos invitará a que cantemos juntos el estribillo del Salmo 71: «que te adoren Señor, todos los pueblos» y, dentro de sus estrofas escucharemos: «florecerá en sus días la justicia y reinará la paz». Refleja este bello Salmo la esperanza del pueblo elegido en la llegada del Mesías Salvador, Nuestro Señor Jesucristo. Proclamando que, «de mar a mar se extenderá su reino, y de un extremo al otro de la tierra». Los «Magos» venidos del lejano «Oriente» le rendirán pleitesía, reverencia. Es el reconocimiento universal del Mesías, el Señor.
«La sabiduría religiosa y filosófica es claramente una fuerza que los pone en camino, es la sabiduría que conduce en definitiva a Cristo», nos relata Benedicto XVI en su libro «La infancia de Jesús». Sabiduría que los lleva hacia el recién nacido, «el rey de los judíos».
Eran hombres buscadores de la verdad, que «representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo» (Benedicto XVI). Eran «sabios», en búsqueda del verdadero Dios; firmes en sus pensamientos, estables en su temperamento, ciertamente de edades avanzadas, resistentes, con aire patriarcal.
Consultados por Herodes, los sumos sacerdotes y los escribas del pueblo (doctores de la Ley), respondieron con toda claridad sobre el lugar en que tenía que nacer el Mesías: «En Belén de Judá», pero no fueron a adorarlo. Herodes, por su lado, preguntaba porque pretendía matarlo.
«Entraron en la casa y vieron al Niño con María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron», nos relata el Evangelista San Mateo (2, 11), eran las primicias de los paganos que creen en Cristo. Movidos por la fe, lo reconocen como Dios y le ofrecen dones, que no son de utilidad práctica para la Sagrada Familia, como veremos. Son dones de reconocimiento a quién tienen frente a sí. Le ofrecieron oro, símbolo de la realeza de Cristo, ellos se encontraban frente al Rey de reyes, Señor de los señores. Le ofrecieron incienso, símbolo de la oración, de alabanza, reconociéndolo como sacerdote supremo, como Dios. Le ofrecieron mirra, que representa la aflicción, la amargura, el dolor, a quien venía a salvar al género humano, a redimirlo con sus sufrimientos.
Grande era la fe de los «Magos», frente al Niño en un tosco pesebre, al llegar a adorarle y ofrecerle sus dones, guiados por una estrella.
A lo largo del tiempo, «inaugurando un procesión que recorre toda la historia» (Benedicto XVI), cuántos pueblos y naciones se pondrán a camino, a semejanza de los «Magos», siguiendo una estrella. Esta estrella será «la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, distribuidora de los Sacramentos, promotora de la santificación y dispensadora de todas las gracias» – decía Monseñor João Scognamiglio Clá Días en bello artículo – que, «haciendo el papel de una estrella que centellea delante de nuestros ojos, a través del esplendor de su Liturgia, de la infalibilidad de su doctrina, de la santidad de sus obras, invitándonos a obedecer la voz del Divino Espíritu Santo que habla en nuestro interior».
Pidamos a los Santos Reyes Magos, en el día de su fiesta, que intercedan ante María Santísima y San José, para que ellos, frente a Nuestro Señor Jesucristo, nos ayuden a seguir siempre la estrella verdadera, huyendo de las estrellas falsas y mentirosas que por el mundo moderno tanto centellean, caminando en la práctica de la virtud y de la santidad de vida.
Por: P. Fernando Gioia, EP.
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