Redacción (Miércoles, 11-01-2017, Gaudium Press) En tiempos idos, mismo en los cuales aún no existía la televisión – no tan lejanos, pues esta irrumpió en los hogares a inicios de la década del 50 – ya los hombres, especialmente ellos pues casi no existía entre el género femenino, sufrían la burla en las escuelas, colegios, clubes, y otros momentos del convivio social. También la agresión de los que se consideraban, y no pocas veces lo eran, más fuertes físicamente. El acoso era menos acentuado. La colocación burlesca de motes sí era común.
En nuestros días, este fenómeno está tomando una presencia alarmante, especialmente en escuelas y colegios, que son los lugares en que los niños y jóvenes pasan gran parte del día, ambiente hoy contaminado por el revolucionario mundo que vivimos. Sí, no se asuste el lector de este término, pues la crisis de valores que asistimos es tal, que seríamos ingenuos en considerar que es un fenómeno normal del convivir humano. No es así, es una revolución cultural que ha penetrado, poco a poco, y que la tenemos frente a nosotros como que dominando todo. Es allí donde la burla, el acoso, la agresión, el «bullying» – anglicismo como se lo llama por influencia norteamericana (uno de los países que más lo padece) -, hace sus estragos, ante la reacción angustiada de educadores, la indiferencia de la mayoría de los compañeros, la complicidad de otros, y la actitud agresiva, violenta, injusta, provocadora, insultante, degradante, y no sé cuántos calificativos más podríamos ponerle, a este grave pecado contra la caridad para con el prójimo, de parte de los promotores o ejecutores del «bullying».
En otros tiempos era la burla oral, o la agresión física lo que campeaba en escuelas o colegios. Hoy, con los modernos medios electrónicos de comunicación, se ejerce otro sistema a más de presión. De lo que era una grave situación, el «ciberbulying», así como el corruptor sistema de «sexting» (exhibicionismo o envío de imágenes indecentes) entran en escena agudizando la situación. Ambos produciendo un maltrato psicológico, que es tanto o más grave que el físico o verbal. Y esto ocurre normalmente, en promedio, entre preadolescentes, de 12 a 15 años.
Ante nosotros encontramos un enfrentamiento entre el «acosado», que son niños normales, moralmente preservados, tímidos, que por alguna característica física, el color de piel o nacionalidad, sufren burla o discriminación. Del otro lado están los que califican los expertos de «acosador». Acosador que por sentirse con poder, para aparecer y ser considerado líder, es normalmente un antisocial; procediendo, no en pocas veces, de familias en conflicto.
Cuando el acoso es físico produce daños a su víctima u objetos personales. Es verbal por medio de humillaciones, insultos, desprecios, ofensas, etc. Otras veces, si bien que todo puede ir junto, es por medio del aislamiento, la dura situación de sentirse excluido de la vida social de un colegio o escuela. Todo esto tiene graves efectos psicológicos provocando miedos, soledades, crisis nerviosas, que llegan, en situaciones extremas de hostigamiento, al suicidio del pobre niño o niña burlado o acosado. Es el vulgarmente llamado «bullying».
No hay nivel social de escuela o colegio en que no ocurra esta peste de fenómeno psicológico-social invadiendo los ambientes juveniles de los días de hoy.
Los nuevos medios electrónicos de comunicación, el acceso fácil a ellos de parte de niños y pre adolescentes, han hecho que este acoso sea más constante, penetrando en la privacidad de los victimados, superando el espacio (escuela-colegio) y el tiempo (fuera del horario de clases). La defensa ante estos ataques – es el nombre que debemos ponerle – se presenta de una debilidad que asusta, y nos hace pensar en el futuro del convivio social juvenil viendo aproximarse las tristes consecuencias.
No caigamos en una «alegría optimista» de algunos padres al ver la precocidad de sus hijos (a veces de apenas 7 años) utilizando las redes sociales. El saber usar estos aparatos no es sinónimo de estar en condiciones psicológicas o espirituales preparados para hacerlo.
De los tiempos en que no había televisión (o en que había un solo aparato para toda una familia) a los tiempos en que cada niño o niña poseen un instrumento que, si bien les ayudará a comunicarse con sus familiares, a informarse de cosas necesarias, acaban teniendo en sus manos un elemento que lo podrá llevar a situaciones de ser víctima de «cyberbullying», o de «sexting», y caer en el desespero de traumáticas consecuencias psicológicas.
Cometería una falta de caridad si antes de terminar este artículo no hiciese un llamado de atención, un apelo, una advertencia, a quienes, de una forma u otra, directa o indirectamente, participan de este diabólico proceder.
Primeramente a los que son los autores principales: recapaciten, cambien de actitud. Sólo les repito las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, «al que escandalizare a uno de estos pequeños, más le valdría…», busquen en Lc 17, 2 las consecuencias.
A los cómplices directos, pues normalmente, es un accionar con un líder seguido por otros que son arrastrados a este mal: les digo que son tan responsables de este pecado, como el propio burlador o agresor.
¿Y qué decir a los que presencian con gusto y no hacen nada para parar este malvado acto?: no tienen la valentía de detenerlo y quedan asistiendo a una «crucifixión» de un hijo de Dios, de un «hermano», sin hacer nada para impedirlo, pecan de omisión.
Y los indiferentes: ¡qué horror ser indiferente!. Sólo pensar en sí, en sus placeres, en su vidita…, cuidado, pues Dios podrá hacerse indiferente de vosotros cuando sea vuestro juicio particular, nos responderá: «no os conozco» (Mt 25, 12).
Profesores, maestros: estén alerta a los acontecimientos. No lo permitan. Tomen medidas drásticas sobre aquellos que violan el mandamiento de la caridad, pues si dejan eso desarrollarse, serán responsables de que este cáncer llegue, como lo estamos viendo, a las entrañas de la sociedad.
Padres de familia: cuiden, apoyen, orienten, alerten a sus hijos de los peligros que rondan en torno de ellos en esta convulsionada sociedad en la que les ha tocado nacer.
Que valga para todos nosotros el compenetrarnos de que estamos viviendo los resultados del alejamiento de Dios. Al no haber amor de Dios… poco podremos pedir de amor al prójimo. Los más importantes mandamientos: «amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón… y a tu prójimo como a ti mismo» (Mc, 30-31), quedan sustituidos por el trato brutal, sin misericordia, despreciando al débil o necesitado…
Que la Virgen Santísima, Madre de Misericordia, convierta, despierte, proteja e ilumine a unos y otros de los actores de esta «epidemia», tan antigua, que está tomando características de pandemia…en nuestros jóvenes.
Por P. Fernando Gioia, EP.
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