Redacción (Miércoles, 01-02-2017, Gaudium Press) Un corpulento oso castaño consigue arrebatarle el crío a una bisonte en el parque Yellowstone después de esta intentar protegerlo a cornadas. Ninguno de los otros bisontes del rebaño hizo nada para ayudarla. Sin quien le succione ya la ubre llena, probablemente presentará mastitis dolorosa que la pueda enfermar gravemente y matarla. Derrotada se retira a ver destrozar de lejos su becerro y sin más ni menos, vuelve ancas y se larga. Al festín bien pronto llega una enorme bandada de cuervos negros graznado infernalmente. Minutos después una manada de lobos grises hambrientos se precipita sin mucho cálculo sobre el oso y comienza una pelea donde las dentelladas, los gruñidos, los zarpazos y el revoletear de los cuervos hacen una escena dantesca porque hay sangre sobre la nieve y girones del pequeño bisonte alrededor de sus restos. Por eso la bisonte al trote ha decido instintivamente retirarse de aquella brutal gresca. Unos ágiles tejones pardos acechan desde un lago. Ellos se acercarán también en su momento.
El oso, pese a su tamaño y rapidez, es derrotado y resuelve huir del lugar perseguido por algunos de los lobos, que al ponerlo a razonable distancia regresan al macabro festín ahora en disputa con los cuervos, que son legión y revuelan por todas partes picoteando y chillando para intimidar, pero también peleando entre ellos. Van a tener parte plena en la comilona cuando comience la pelea entre los propios lobos que están jerarquizados por el tamaño, la fuerza y la ferocidad, lo único que los hace respetables entre ellos mismos. Es la ley del colmillo. Los más débiles tendrán que esperar los restos del banquete, si es que queda algo en medio de ese campo nevado. Más allá se puede ver dos hembras con sus lobeznos esperando los sobrados, aunque sea la sangre para lamerla. Mientras tanto el rebaño de bisontes se ha ido dejando rezagada sin importarle nada la que perdió su crío.
Es la cruel supervivencia animal que nos da unas lecciones. ¿No tiene que esconder sus críos la osa polar apenas los pare, para que el mismo oso que la preñó no los devore?
La vida entre los animales no es inteligente sino instintiva. No hay sentimientos y el dolor físico les quita fuerzas pero no los deprime ni desanima como puede sucederle al hombre. Un animal sin fuerzas -sea perro o simio- dormita, no es que esté triste sino débil y el instinto le exige desde su código genético que se mantenga en reposo para recuperarse. Sin embargo, la errónea lectura de esos estados de los animales frecuentemente son equiparadas con los de los hombres, creando una confusión en las mentes infantiles que terminan por creer que los animales piensan y sienten como nosotros. A esto han contribuido profusamente los documentales dramatizados, los estudios cinematográficos y sus parques de diversiones. Humanizando a los animales o animalizando a los hombres el sentimentalismo está cometiendo un error gravísimo con las generaciones nuevas, que terminan amando más una mascota que a su propio hermano.
Un hombre herido o enfermo calcula aunque sea subconscientemente con el raciocinio, la gravedad de lo que padece y el perjuicio que le trae para su cuerpo, su mente, los suyos, su trabajo y sus proyectos. A veces pasa noches en vela pensando. Si el caso es terminal, el cálculo va mucho más allá y piensa en la eternidad. Repasa un poco su pasado y si realmente valió la pena todo aquello por lo que vivió, sufrió, se esforzó. Recordará seguramente cuántas veces faltó a la caridad, a la comprensión y a la tolerancia con sus semejantes. Se confortará con el repaso de las obras buenas que hizo por los demás y la realización de algunos de sus sueños de juventud. Al menos se tranquilizará pensando en que no consiguió su sustento y el de los suyos destruyendo a otros sin importarle nada el dolor ajeno. Revivirá esperanzas cuando sienta el alivio de una medicación. Sentirá gratitud por los que le cuidan con solicitud. Y si es piadoso y con fe, se tranquilizará y consolará a los suyos, sabrá referir todo eso a su Creador al cual tendrá que reconocerle su amor y protección por él, sencillamente porque no somos animales.
Por Antonio Borda
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