Redacción (Miércoles, 01-02-2017, Gaudium Press) El arte de volar es una de esas maravillas que frecuentemente nos arranca una sonrisa, casi con el mismo encanto conque los niños contemplan extasiados, en las vidrieras, tesoros inalcanzables de juguetes o golosinas.
Convengamos, lector amigo; a quién no le gustaría desplegar alas de ángel y planear magníficamente, llevado por la fuerza de los vientos?; a quién no le agradaría ascender a un idílico mundo de cordilleras de nubes, albas como la nieve, y explorarlas en una cabalgata aérea; a quién no le fascinaría realizar virajes cerrados que desafíen la gravedad hasta lo inconcebible, y lanzarse vertiginosamente desde las alturas, para venir a zambullirse a toda velocidad en las verdes aguas de algún océano paradisíaco?
El arte de superar las leyes de la gravedad y con maestría tornarlas casi inexistentes es un espectáculo que – para ojos que saben observarlo- arranca exclamaciones de entusiasmo, de admiración y de encanto.
No piense el lector que nos referimos solamente a legendarios cóndores, a míticas águilas pescadoras, o a poderosos aviones presentes en algún festival aeronáutico, sino más bien a esas maestras insuperables en el arte de volar: las gaviotas.
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Muy probablemente, pocos son los lugares de la Tierra donde el arte de volar puede ser puesto en escena con tanta belleza como en el tablado maravilloso de la Venecia legendaria donde cúpulas y palacios, torres y canales, se presentan al visitante como joyas engarzadas en profundas aguas de esmeralda, acariciadas por el suave pasaje de místicas góndolas…
En ese ambiente casi mítico, Venecia y las gaviotas forman un dúo inseparable que a todo momento se entreteje y se complementa, tanto en amaneceres rutilantes, como en crepúsculos de fuego, sea ante la majestad bizantina de la Plaza San Marcos, sea ante la sólida imponencia de las torres y cúpulas de San Giorgio Maggiore o de Santa María della Salute. Y siempre presentes, a todas horas, las gaviotas ensayan incansables sus osadías aéreas decorando la placidez serena de los monumentos venecianos, con la frescura de su acrobacia inesperada y juguetona.
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Si el privilegio de volar sólo fue dado a las aves y a los ángeles, fue dado a los hombres desplegar las alas de la Fe y con ellas poder alcanzar, llevados por los vientos de la Gracia, las alturas del mundo del pensamiento y de la palabra, surcando como las aves, el firmamento espiritual de los ideales y de la virtud, de la acción y del heroísmo, y sobretodo, las cumbres de la verdadera Piedad Cristiana que al florecer se traduce en una rica y profunda vida espiritual.
Es precisamente através de esos vuelos de espíritu ora firmes y serenos, ora súbitos e inesperados, que la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, modela y orienta las almas con suavidad de madre, guiándolas como a gaviotas hacia una Venecia Ideal, mas allá de la cual se encuentra… el propio Cielo.
Por Gustavo Kralj
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