Redacción (Lunes, 13-02-2017, Gaudium Press) Recordaremos a los dos últimos profetas menores: Joel y Malaquías. Entre los libros proféticos del Antiguo Testamento hay también el de Baruc, pero este fue secretario de Jeremías y no está incluido en el catálogo de los profetas menores.
«Transformad los arados en espadas»
Joel probablemente vivió en Judá, después de la reconstrucción del Templo. Su estilo es admirable y atestgua «la edad de oro de la literatura hebraica».
El Libro de Joel tiene una importancia especial para Israel y para la Iglesia. A los judíos, promete bendiciones de todo género, si fueren fieles a Dios. Y a la Iglesia él anuncia la efusión del Espíritu Santo y describe, con una magnificencia de expresiones, el Juicio Final, cuadro que él reconduce en casi toda su profecía.
Es lo que Joel escribe respecto al «grandioso día del Señor. ¡Es terrible también! ¿Quién podrá resistir?» (Jl 2, 11). «El día del Señor […] está cerca. Será día de tinieblas y oscuridad» (Jl 2, 1-2).
«En el cielo exhibiré señales maravillosas y, en la tierra, sangre, fuego y nubes de humo. El Sol se mudará en tinieblas y la Luna en sangre, delante de la llegada del día del Señor, grandioso y terrible» (Jl 3, 3-4).
Y a aquellos que le son verdaderamente fieles, Dios recomienda:
«¡Preparad una guerra santa! ¡Venid, avanzad guerreros todos! Transformad los arados en espadas, las hoces en lanzas…» (Jl 4, 9-10). Combatid, pues «la maldad de esa gente ya pasa de la cuenta» (Jl 4, 13).
Comenta el exegeta Padre Fillion: «Es a sus heraldos, a sus profetas, que Dios da sus órdenes a fin de que se apresuren en convocar a sus guerreros, encargados de punir a sus enemigos.»
Cuanto a la transformación de los instrumentos de trabajo agrícola, es interesante notar que el Profeta Isaías dice exactamente lo opuesto: Las naciones «deben fundir sus espadas, para hacer picos de arado, fundir las lanzas, para de ellas hacer hoces» (Is 2, 4). Ambos trechos no son contradictorios. Se aplican a situaciones enteramente diferentes. Las palabras de Isaías se refieren ciertamente al Reino de María, prometido por Nuestra Señora en Fátima: «¡Por último, mi Inmaculado Corazón triunfará!» En esa época habrá verdadera paz, o sea, la tranquilidad de la orden, como la definió el gran San Agustín.
Continúa Joel: «El Señor rugirá […] Cielos y tierra comienzan a temblar. Pero el Señor es un escondite para su pueblo» (Jl 4, 16). «Este Dios, tan terrible para sus enemigos, será un lugar de refugio y un centro de fuerza para sus amigos.»
La memoria de San Joel es celebrada el 19 de octubre.
Debemos ofrecer a Dios lo mejor de todo cuanto poseemos
El Profeta Malaquías – palabra que, en hebreo, significa «mi mensajero» – ejerció su ministerio después del cautiverio de Babilonia, cuando ya estaba concluida la reconstrucción del Templo y el culto enteramente organizado. Fue contemporáneo de Nehemías, el gobernador que administraba Judea en nombre de Persia. Probablemente escribió sus profecías en 433 a. C.
Él «emplea un lenguaje muy puro […] No le falta ni fuerza, ni grandeza, ni originalidad […] Malaquías pone una cuestión, escucha la objeción, responde a esta, siempre con mucha vida».
«Malaquías nos muestra la nación teocrática descontenta con Dios, porque creía las promesas de prosperidad, anunciadas por los profetas precedentes, muy lentas en realizarse […] De ahí un relajamiento considerable en las costumbres del pueblo. Malaquías luchó con todas sus fuerzas contra la penetración de ese mal espíritu».
Ese «mal espíritu» se manifestaba, sobre todo, entre los sacerdotes que ofrecían en sacrificio, en el Templo, animales ciegos, defectuosos, enfermos o hasta incluso robados (cf. Ml 1, 6-14). La ley mosaica prohibía explícitamente inmolar animales con tales defectos (cf. Lv 22, 21-22). Para Dios debemos ofrecer lo mejor de todo cuanto poseemos; los edificios sagrados y las ceremonias litúrgicas, por ejemplo, precisan manifestar el pulcro y el esplendor, visando lo sublime.
Malaquías prevé la institución de la Misa
Y Malaquías los increpa con vigor.
«Sacerdotes, es para vosotros el mandamiento siguiente: Si no dais atención ni tenéis en mente el deseo sincero de glorificar mi nombre – dice el Señor de los ejércitos -, Yo os mando las maldiciones, cambio en maldición lo que eran bendiciones» (Ml 2, 1-2).
«De su boca [del sacerdote] se espera la orientación porque él es un mensajero del Señor de los ejércitos. Vosotros os desviasteis de este camino, hicisteis que muchos tropezasen en la ley» (Ml 2, 7-8). De hecho, ellos eran los principales responsables por la decadencia religiosa y moral del pueblo.
Tal decadencia se expresaba, por ejemplo, en la multiplicación del divorcio.
Y Malaquías defiende el casamiento uno e indisoluble: Dios hizo del hombre y de la mujer que se casan «una unidad de carne y espíritu […] para conseguir una descendencia que sea de Dios» (Ml 2, 15).
Él también predice (cf. Ml 1, 10-11) la abolición de los sacrificios de la ley antigua y la institución de un sacrificio nuevo, o sea, la Misa.
Malaquías fue el último de los profetas. Transcurrieron aproximadamente cuatrocientos años hasta que surgiese el mayor de los profetas: San Juan Bautista, el cual fue previsto por él: «Es que estoy enviando mi mensajero para preparar el camino a mi frente» (Ml 3, 1).
Según el Martirologio romano, la memoria de San Malaquías se celebra el 18 de diciembre.
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada» -101)
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FUSTER, Eloíno Nácar e COLUNGA, Alberto OP. Sagrada Biblia – versión directa de las lenguas originales. 11.ed. Madrid: BAC. 1961, p.952.
FILLION. La Sainte Bible commentée- La Prophétie de Joel. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.1923, p. 390.
A Cidade de Deus, livro XIX, capítulo 13.
FILLION. La Sainte Bible commentée- Le Livre de Malachie. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.1923, p. 609-610.
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