Washington (Martes, 14-03-2017, Gaudium Press) El Washington Post está sorprendido por el número de científicos a los que se les auguraba brillantes carreras, que terminaron abandonándolas para consagrarse al ministerio sacerdotal. «Por qué un neurocientífico de Yale decidió cambiar de carrera – y ahora se está convirtiendo en sacerdote?» (Why a Yale neuroscientist decided to change careers – and is now becoming a priest) es el título de una nota de Julie Zauzmer del pasado tres de marzo en ese diario, que narra la historia del seminarista Jaime Maldonado-Aviles, quien tras sesuda reflexión, abandonó los estudios posdoctorales en Yale para entrar al seminario diocesano de Washington.
Entretanto, este no es un fenómeno restringido a la Arquidiócesis de Washington. Días atrás Gaudium Press noticiaba que el Monasterio del Valle de Nuestra Señora en Sauk County, Estados Unidos, de Religiosas Cistercienses, había llamado la atención de los medios de comunicación «por atraer a su vida de contemplación a una nueva generación de vocaciones: jóvenes profesionales que dejan de lado prometedoras carreras para seguir su llamado a la entrega a Dios». En ese monasterio contemplativo hay una ingeniera aeronáutica y una entomóloga. Cuando el seminarista Maldonado-Aviles llegó al seminario también se sorprendió al encontrar científicos tornados seminaristas, como un PhD en Química, otro que estudió nanociencia y otros varios que habían pasado por la universidad en profesiones liberales. Incluso, muchos de estos encontraron a Dios en la ciencia. «La complejidad e incluso el orden con el que funcionan las cosas en nuestro cuerpo y en nuestro cerebro te hace pensar que hay algo más que aleatoriedad», se dijo en determinado momento Maldonado-Aviles.
Él ya en Yale se dio cuenta que no era el único de su laboratorio que creía en Dios. Yendo a la Iglesia, tuvo la sorpresa de encontrar allí a varios de sus compañeros.
Maldonado-Aviles no solo tenía un futuro «prometedor» como científico, sino que llevaba una vida «normal», incluso había pensado en el matrimonio. Entretanto, una pregunta insistente, incluso con nota de regaño, rondaba por su cabeza: «Si me veo con 90 años, con la muerte ya próxima, ¿me diré a mí mismo: ‘Debería haber entrado en el seminario’?».
Un día la Universidad de Puerto Rico, su ‘alma mater’, le hizo una atrayente oferta para incorporarse a su equipo. Fue entonces el momento decisivo. «Yo siempre había dado vueltas a la cuestión de si tenía o no vocación al sacerdocio», y finalmente se decidió.
«La única razón por la que estoy aquí como seminarista», dice, «es la misericordia de Dios. Cuando entras en el proceso de discernimiento se iluminan todas tus debilidades, así que solo por la misericordia de Dios está alguien cualificado para servirLe como sacerdote».
Maldonado-Aviles no ve oposición entre ciencia y fe, ni tampoco Ken Watts, director de vocaciones del seminario Papa Juan XXIII: «Lo único que puedo decir es que ellos [ndr. los ‘científicos-seminaristas’] se encuentran muy a gusto. No parece que les suponga una lucha enorme atravesar la puerta de entrada junto con sus conocimientos científicos. Y nadie les pide que los abandonen. Cuando los temas morales que tratamos envuelven aspectos médicos o científicos, es muy bueno tener gente que realmente comprende ese mundo, para ayudar a perfilar y aclarar el pensamiento de la Iglesia sobre ellos».
Con información del Washington Post y de ReligionenLibertad
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