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Rosa y orquídea, dos géneros de belleza

Redacción (Martes, 21-03-2017, Gaudium Press) Para mi gusto personal, yo doy la primacía a las dos flores. La primera evidentemente es la rosa. Una rosa perfecta y acabada es una gloria, una belleza, una maravilla, una ordenación como no hay igual.

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Después de las rosas -es una opinión aún más personal- elijo las orquídeas. Es un tipo de flor que brota exhuberantemente en el Brasil, pero, por lo que oí decir, florece aún más bellamente en Colombia. Es un género de belleza profundamente diferente del de la rosa.

La rosa trae consigo el esplendor del orden. Sus pétalos puestos en orden obedecen a un raciocinio. En ella no hay nada de previsto, no es planificada. Pero se diría que un poeta la planificó. Dios Nuestro Señor la planeó, la destinó. Todo en ella es ordenado, establecido, arreglado. Ella exhala el perfume que es conforme a su forma de belleza -del orden previsto, racional y explícito. Ella es una soberbia explicitación del concepto de belleza.

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Esto no se puede decir de la orquídea. La orquídea es rara y singular. Ella da sorpresas, sus pétalos se mueven casi como en un ballet vegetal. Se mueven en direcciones inimaginables, que se componen en torno de la parte central y varían de flor a flor. La parte central de la orquídea es siempre de una belleza magnífica y sorprendente. Por ejemplo, blancas en el borde y después de un rojo y de un carmesí profundo y que llega hasta una parte misteriosa adentro, donde se tiene la impresión de que hay un «rojísimo» sublime que no se muestra, por una especie de recato. Es propio a las cosas verdaderamente muy superiores el no exhibirse; en cuanto las cosas charlatanescas se exhiben.

Hay formas de orquídeas incomparables, pero todas con la belleza de lo fantasioso, de lo inesperado, de una alta distinción, que parece decir a quien las ve: «Confiesa que tú no me imaginabas y que yo soy muy superior a todo cuanto tú pensabas».

Hay un qué de «no me toques» en la orquídea, que hace parte de otra familia de belleza. No es la belleza del desorden, sino de esas formas superiores de orden, que el raciocinio no construye y que sólo la fantasía sabe componer. Esto está muy de acuerdo con el espíritu de las naciones latinoamericanas y yo creo que es, sobre todo, con la forma de espíritu de dos naciones psicológicamente muy parecidas: Brasil y Colombia.

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A veces, cuando oigo contar de «colombianadas» yo me acuerdo de «brasileradas». El capricho, lo inesperado, el entusiasmo; también, a veces, el resentimiento, la venganza, conforme la ocasión la violencia, pero seguida pronto de una reconciliación afectuosa. Todo este ‘va y viene temperamental’, yo veo que es común al brasileño y al colombiano. Y allí está la orquídea a marcar de esa manera las peculiaridades del espíritu de los pueblos que la Providencia suscitó.

Por Plinio Corrêa de Oliveira

 

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