Redacción (Martes, 04-04-2017, Gaudium Press) Ciro II, el Grande, Rey de Persia, hizo un decreto en el cual afirmaba: El «Dios del Cielo […] me encargó de construirle un Templo en Jerusalén» (Esd 1, 2).
Pilares del nuevo Templo
Y él ordenó fuesen devueltos a los judíos los tesoros robados del Templo por Nabucodonosor, y que todos los hebreos hiciesen donativos para su reconstrucción. De ese modo fueron recogidos, entre otros bienes, 5.400 objetos de oro y plata (cf. Esd 1, 11). 50 mil personas, entre las cuales cerca de siete mil esclavos, se pusieron en marcha rumbo a Jerusalén, dirigidos por el sumo sacerdote Josué y por Zorobabel, «príncipe heredero de la dinastía davídica». Entretanto, la mayor parte del pueblo judío prefirió continuar viviendo en la tierra de exilio, por apego a la fortuna, a la posición que habían conquistado etc.; en el fondo, colocaron sus intereses personales por encima del amor a Dios.
Llegados a Jerusalén, en seguida pusieron manos a la obra. Habiendo erguido el altar de los holocaustos, ofrecieron sacrificios, como antes se hacía el Templo de Salomón. Terminados los pilares, los sacerdotes y levitas tocaron trompetas y címbalos, entonaron himnos de alabanza y gratitud a Dios; «y el clamor se oía de lejos» (Esd 3, 13).
Nefanda urdidura de los samaritanos
Pero las luchas luego surgieron, pues, como afirma el libro de Job, «la vida del hombre en esta Tierra es una guerra» (cf. 7, 1). Y ahora los enemigos eran internos, los samaritanos, peores que los externos.
Anteriormente, un rey asirio había permitido que habitantes del Reino de Israel, que eran cismáticos, regresasen a sus tierras. Ellos se establecieron en su antiguo territorio, que se llamaba Samaria. Entretanto, como no adoraban al verdadero Dios, el Señor «mandó contra ellos leones, que los mataron» (II Re 17, 26).
Otros israelíes fueron enviados a la región; sin embargo ellos cayeron en la idolatría. «Eso fue así durante algunas generaciones; pero al final del cautiverio de Babilonia todo trazo de idolatría desaparece de la religión samaritana, la cual se tornó el culto de Yaveh, aunque con ritos y dogmas especiales, que la distinguieron siempre del judaísmo.» Posteriormente, ellos llegaron, inclusive, a construir un templo en el monte Gerizim, en oposición al Templo de Jerusalén.
Quisieron los samaritanos participar de la reconstrucción del Templo, pero Josué y Zorobabel no lo permitieron. Aquellos, entonces, comenzaron a calumniar a los judíos junto a los reyes de Persia. Y con esa trama consiguieron que los trabajos fuesen suspendidos (cf. Esd 4, 23).
Pasados dos años, las obras fueron reiniciadas gracias al estímulo de los profetas Ageo y Zacarías (cf. Esd 5, 1-2). Y después tuvo el apoyo del Rey Darío I, el cual hizo un decreto afirmando que los gastos de la reconstrucción del Templo correrían por cuenta de la hacienda real; si alguien modificase ese decreto debería ser muerto y su casa destruida. Y agregaba: «Que el Dios que allá reside y es invocado destruya cualquier rey o nación que contraríe esta orden y destruya aquel Templo de Jerusalén» (Esd 6, 12).
Eso no significa que Darío I se haya convertido a la verdadera religión. Él continuó politeísta y, por política, elogiaba a los dioses para así contentar a todos los pueblos… Lo mismo, además, pasó con Ciro II, el Grande, a través del cual Dios ejecutó sus designios providenciales.
Así, las obras de reconstrucción del Templo continuaron y, cuando concluido, fue dedicado en 515 a. C., con diversos holocaustos y sacrificios (cf. Esd 6, 16-18).
Esdras llega a Jerusalén
Pasados tal vez cien años, llegó a Jerusalén Esdras, sacerdote y escriba que «se aplicara de todo el corazón al estudio y la práctica de la Ley del Señor y se propusiera enseñar a los israelíes las leyes y las costumbres» (Esd 7, 10). Juntamente con Esdras, el cual contaba con el apoyo del Rey de Persia, venían diversas personas de la clase sacerdotal, cantores y oblatos.
Esdras y sus seguidores habían realizado una caminata que duró cuatro meses. Partieron de Babilonia y quedaron acampados junto a un río por tres días, rezando y ayunando, «pues queríamos humillarnos delante de nuestro Dios, a fin de obtener la gracia de un feliz viaje» (Esd 8, 21). Llevaban, entre otros objetos valiosos, 20 toneladas de plata y tres toneladas de oro (cf. Esd 8, 26), teniendo en vista decorar el Templo.
Dios los protegió en el viaje y, llegando a Jerusalén, entregaron sus tesoros a la Casa del Señor y ofrecieron holocaustos y sacrificios.
La cuestión de los casamientos con mujeres idólatras
Entretanto, existía una grave cuestión en aquellas tierras. Sobre todo después de la muerte de Zorobabel, un gran número de israelíes, contrariando las determinaciones de Moisés, habían desposado mujeres extranjeras e idólatras, y acabaron imitando sus «costumbres detestables» (Esd 9, 1); inclusive sacerdotes y levitas habían caído en esa prevaricación.
Al ser informado sobre eso, el santo sacerdote Esdras rasgó las vestiduras, se lanzó de rodillas delante del Templo y, derramando lágrimas de indignación, hizo una bella oración. Y muchos otros israelíes se reunieron en torno a él, rezando y llorando. Entonces, Esdras convocó a todos los repatriados para que compareciesen delante del Templo, en el plazo de tres días.
En el día estipulado, todo el pueblo acampó delante de la Casa de Dios y el valeroso Esdras los increpó duramente. Sus ardientes palabras tuvieron el efecto esperado: todos los que se habían casado con extranjeras «expulsaron a las mujeres» (Esd 10, 44).
Esdras es santo y su memoria se celebra el 13 de julio. Dice el Martirológio Romano: él «congregó al pueblo que estaba disperso y tuvo gran empeño en que se conociese, se cumpliese y se enseñase en Israel la Ley del Señor».
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada» – 107)
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