Redacción (Miércoles, 12-04-2017, Gaudium Press) Para muchos de los oídos modernos sorprende la fuerte carga de las palabras del Señor contra los fariseos. Por ejemplo, solo en Mateo Cap. 23 (13-29), Jesús los llama siete veces de hipócritas, acompañando cada uno de esos calificativos con la razón que lo justifica, como que cierran a los hombres las puertas del Cielo, o que todo prosélito que consiguen lo hacen más digno del infierno que ellos, o que descuidan lo esencial de la ley, o que son llenos de codicia y desenfreno, o que son sepulcros blanqueados, hermosos por fueron y llenos de podredumbre por dentro, etc.
Es claro que ellos tampoco ahorraron invectivas -inicuas- contra el Salvador: Lo llamaron poseso del demonio y mil otras cosas. Entretanto, tenemos que tener presente que todas las acciones de Jesús estaban impregnadas de su misericordia infinita: al tiempo que apostrofaba a los fariseos buscaba, incluso de esa manera, salvarlos. Hay cierto tipo de personas a las que hay que gritarles para que adviertan el peligro, para que salgan del pantano…
Es que la perfidia de ellos era digna de nota, medio Absoluta. Miremos por ejemplo el análisis que hace Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, en su maravillosa obra «Lo inédito de los evangelios» (1), sobre la maquinación que tendieron a Jesús con el caso de la mujer adúltera.
Como se recordará, estando el Señor enseñando a las gentes, escribas y fariseos le llevaron una mujer que había sido cogida en flagrante adulterio, y la «pusieron en medio de la multitud» (Jn 8, 4). Bien querían ellos causar escándalo. » ‘Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?’ Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo». (Jn 8, 4-6) De hecho, la prueba a la que se refiere el Evangelio, era una verdadera trampa mortal.
La Escritura sólo habla de la mujer adúltera. ¿Y el hombre adúltero? La ley mosaica era muy clara en establecer la «obligatoriedad del castigo de ambos» con la máxima pena. Basado en la pregunta-axioma clásica de la criminalística ‘¿A quién aprovecha el crimen?’ -que en este caso era a los fariseos tramposos- Mons. João Clá levanta la hipótesis de que la manera tan fácil con la que los fariseos consiguieron una adúltera para realizar la escena-show ante el Señor, sugiere poderosamente que el infractor varón fuera cómplice de los fariseos en cuestión. «Ya en la época de Daniel, los acusadores no habían conseguido agarrar el supuesto compañero de Susana en el adulterio calumniosamente inventado por los dos jueces ancianos».
Una alternativa, dos caminos, ambos que podrían conducir a la muerte
Antes de continuar, una importante circunstancia del momento, señalada por el historiador judío contemporáneo de Jesús, Flavio Josefo: «Había caído en desuso la ley que castigaba con pena de muerte los reos condenados por este tipo de crímen».
Es colocado pues el Señor ante la mujer adúltera, en condición de juez Ad Hoc. ¿La condenará o la absolverá? Cualquiera de las dos acciones podía terminar en la muerte, no de la adúltera, sino de Jesús. Veamos.
«Si Él se pronunciase por el castigo, lo tacharían de duro; si absolviese, sería acusado de violar la ley», dice Fernández Truyols SJ., citado por Mons Clá.
Pero no solo sería señalado de «duro», si escogiese la primera opción: «Si su sentencia fuese en el sentido de que lapidasen a la mujer, seguramente sus enemigos procurarían entregarlo a Pilatos por haber violado la ley impuesta por Roma a las provincias conquistadas y sus sufragáneas: el derecho de vida y de muerte le pertenecía con exclusividad. Sin contar que tendrían [sus enemigos] elementos [humanos] para sublevar el pueblo contra su radicalidad e intransigencia».
Y tampoco, si la absolviese, sería solo acusado de violar la ley. Sería por ello arrastrado al «Sanedrín para ser excomulgado y entregado a la autoridad romana», algo similar a lo que ocurrió en la Pasión. Le habrían dicho: ‘¿Por qué promulgas otra ley mejor y más perfecta? ¿Eres tú mayor que Moisés? ¿Apruebas o repruebas la sentencia de la Ley mosaica?’ La tramoya era verdaderamente diabólica. Hace recordar aquella del impuesto del César, pero la supera en maldad con creces.
Ya sabemos cómo el Señor respondió.
«Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: ‘El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra’. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: ‘Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?’ Ella le respondió: ‘Nadie, Señor’. ‘Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante’ «. (Jn 8, 6-11)
Siguiendo a San Jerónimo y San Ambrosio, Mons. João Clá afirma que «todo lleva a creer que los pecados, dignos del mismo castigo, cometidos por los acusadores, figuraban en aquella escritura aparentemente informal» que realizó el Señor en el suelo. Jesús es sabedor de todo.
Vemos pues una ‘salida’ perfecta, divina. El Señor no niega la ley mosaica; intima con su voz y su mirada sublime a la pecadora a convertirse; e incluso a los fariseos, pues si Jesús conocía sus pecados, podía hacerlos públicos y no lo hizo por la esperanza que aún tenía de su conversión. Y además, no condenando a la adúltera -lo que también podía perfectamente hacer pues es Dios-, va estableciendo la ley de la misericordia sin anular la justicia.
Los fariseos eran astutos. Pero el Señor es el autor de la astucia, es Dios.
Por Saúl Castiblanco
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(1) Todas las citas son tomadas de João Scognamiglio Clá Dias, EP. O inédito sobre os Evangelhos – Comentários aos Evangelhos dominicais – V – Ano C – Domingos do Advento, Natal, Quaresma e Páscoa. Libreria Editrice Vaticana. Ciudad del Vaticano. 2012.
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