Redacción (Lunes, 24-04-2017, Gaudium Press) Las ceremonias del Viernes Santo tienen el triste y a la vez reconfortante aroma del luto sacro, sin parangón, pues se conmemora la muerte corporal de todo un Dios. Y cuando las ceremonias son cuidadosamente preparadas, cuando ya están bien ancladas en la tradición, cuando la pompa austera y la ceremoniosidad hacen allí gala, hay como una especie de arco voltaico que uno lo terreno con lo divino, como que se establece un expedito canal por el cuál afluyen las gracias del cielo.
Es lo que percibimos en el relato que una piadosa escritora, María Luz, hace de una particular ceremonia en el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, el pasado Viernes de Pasión.
«A continuación, todos los presentes esperábamos con ansias ser testigos de una procesión muy significativa: la del Cristo yacente de Gaspar Becerra. Se trata de una talla de madera policromada realizada en el siglo XVI por dicho artista andaluz. La imagen es llevada en procesión a través del claustro, en la tarde del Viernes Santo, con el Santísimo expuesto en el sagrario colocado en uno de sus costados. Esta tradición obedece a un especial privilegio que data desde la fundación del monasterio en 1559, pues, por Bula Papal, es la única procesión en el mundo en la que se lleva a Nuestro Señor Jesucristo vivo y muerto a la vez.»
El claustro del monasterio es decorado con tapices y las religiosas clarisas franciscanas del monasterio con sus puras voces ambientan la procesión, cantando motetes de Tomás Luis de Victoria.
Los Heraldos del Evangelio portan la imagen de Jesús yaciente y ayudan en la marcha de Jesús sagrario, con lo que la autora que describe se emociona «hasta lo más hondo», «máxime contemplando la procesión desde un rincón del claustro situado bajo la imagen de Nuestra Señora del Pilar. Todos los presentes esperábamos impacientes la aparición del Cristo, momentos en los que nos unimos al rezo de la Corona de los Siete Dolores de la Santísima Virgen».
«Los Heraldos portan al Cristo desde el lugar en el que habitualmente puede ser contemplado hasta el interior de la Iglesia, para posteriormente conducirlo en procesión a través del claustro tal como he expuesto. En el costado del Cristo aparece el Sagrario que está constituido por un viril rodeado de diadema de brillantes. El Cristo es llevado bajo palio en una procesión revestida de toda la solemnidad que acompaña al lugar y con que los Heraldos saben imprimir todo aquello que realizan».
«Finalizado el recorrido por el claustro bajo, el Cristo vuelve a ser introducido en la Iglesia para ser expuesto a la veneración de todos los fieles. Allí reposa bajo la mirada de la magnífica talla de su Dolorosa Madre, obra de Pedro de Mena, que data del siglo XVII y que puede contemplarse habitualmente en la Sala Capitular del Monasterio. Es el momento en que el oficiante extrae la Sagrada Forma del costado de Nuestro Señor y nos bendice a todos los presentes».
Después los fieles se disponen en fila para la adoración de Jesús representado en la imagen, «una experiencia intensa que me produjo honda emoción…Tenía la sensación de estar viendo una escena extraída de una época lejana en el tiempo y que discurría ante mis ojos con la sensación de que el tiempo se había detenido…hasta que llegó el momento de unirme a la fila de fieles y disponerme a contemplar de cerca la talla del Cristo que momentos antes había visto ante mí en el claustro…Nuestro Señor flagelado, ensangrentado, muerto por nuestros pecados, en la mayor demostración de amor que el mundo haya conocido. Sobran las palabras en ese momento en que sólo podemos contemplar, reflexionar y orar».
María Luz termina invitando a hacerse presente en la próxima ceremonia «para vivir ese momento tan intenso y piadoso, acompañando a Nuestro Señor, que dio Su vida por todos nosotros».
Gaudium Press / S.C.
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