Redacción (Lunes, 24-04-2017, Gaudium Press) La gracia es comúnmente el medio por el cual Dios gobierna el mundo humano.
Si alguien está desanimado, Dios le puede mandar su gracia. Si alguien reza, Dios usa de su gracia para atender la oración. Si Dios quiere salvar una nación, puede mandar su gracia a personas ‘clave’ y con eso re-erguirla. Y así por delante.
La cuestión es que Dios, primero, es discreto con su gracia, pues nadie la ‘ve’; y segundo, Dios respeta la libertad humana.
El problema es que el hombre, e incluimos el católico, aunque en teoría sepa la importancia de la gracia, no la considera en su vida diaria, y no la implora cuando la necesita, que es a todo momento. Y también es cierto que muchos ignoran por completo lo que es la gracia.
Hay muchos tipos de gracia, de acuerdo a la profundización que sobre el asunto ha hecho la teología católica. Es preciso ahondar en ese tema. Entretanto, podemos decir que todas las gracias se definen como una ayuda de Dios. Algunas de carácter permanente, otras transitorias. Unas que consiguen su objetivo, y otras obstaculizadas por la libertad humana. Unas suficientes si encontrasen buenas disposiciones en los hombres, y otras de carácter superabundante.
Es un axioma, el que «Dios es dueño de su gracia». Pero también es muy cierto que él estableció ciertas leyes para distribuirla: La gracia viene por medio de los sacramentos, los cuáles producen la gracia. Y la oración, en ciertas disposiciones atrae infaliblemente la gracia. Dios da su gracia al que se la pide.
Miremos dos ejemplos de acción de la gracia, puestos por Mons. João Clá, EP, en «Lo inédito sobre los Evangelios»:
«Es evidente que el Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, además de asumir nuestra carne, y, por lo tanto, mostrar la faz de Dios a los hombres, a todos dio gracias especiales y superabundates -creadas por Él- para que reconocieran en Él al Mesías, lo aceptasen y lo siguiesen. Luego, los fariseos y los discípulos del precursor también recibieron tales gracias». 1 Dios por tanto es pródigo en su gracia, incluso con el pecador. Pero los hombres la pueden rechazar, normalmente por estar más pendientes de su mente que de la voz de Dios.
Comentando una de las varias ocasiones en que Dios discutía con fariseos, dice Mons. João que «a pesar de la estrechez de horizontes y de la maldad de sus interlocutores, Jesús, con bondad divina -Él es la Bondad Absoluta-, además de concederles gracias para dar una buena acogida a sus palabras, les va a mostrar la posición absurda que estaban adoptando». 2 Es decir, quien viese con ojos naturalistas la anterior escena, observaría meramente al Salvador instruyendo, mientras que quien la contemplase con «lentes aptos para ver la gracia», se admiraría que junto al sonido que llevaba las palabras de Jesús, habían unos rayos dorados o plateados, que eran las gracias que él estaba enviando para tocar los corazones.
O sea, la fe nos debería convertir en descubridores de la gracia, amantes de la gracia, escrutadores de la gracia e implorantes de la gracia. Y así veríamos el mundo con más realidad, como realmente él es, y no con la cortedad de vistas con que comúmnmente lo vemos.
Veríamos a algunos aceptando las gracias. Veríamos a otros rechazando la gracia. Veríamos a unos recibiendo las gracias imploradas en la oración y a otros carentes de gracias que estaban destinadas a ellos si rezasen, si pidiesen. Veríamos al demonio tratando de interponerse a las gracias. Veríamos a nuestros ángeles, a los Santos y a sobre todo a la Virgen como canales de las gracias.
Sería algo así como pasar de ver en dos dimensiones, a ver en tres dimensiones, o más, algo mucho más real.
Imploremos la gracia.
Por Saúl Castiblanco
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1 Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. Lo inédito sobre los Evangelios – Comentarios a los Evangelhos dominicais – IV – Ciclo B – Domingos del Tiempo Ordinario. Libreria Editrice Vaticana. Ciudad del Vaticano. 2014. p. 109
2 Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. Lo inédito sobre los Evangelios
– Comentarios a los Evangelhos dominicais – IV – Ciclo B – Domingos del
Tiempo Ordinario. Libreria Editrice Vaticana. Ciudad del Vaticano.
2014. p. 110
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