Redacción (Lunes, 22-05-2017, Gaudium Press) La obediencia es una de las virtudes más difíciles de ser practicadas, pues obedecer significa contrariar la propia voluntad para hacer la de otro, mortificando de modo especial la naturaleza humana, que recibió de Dios la libertad.
La Historia nos revela innúmeros bellos ejemplos de obediencia. El más sublime, sin duda, es el de Jesús, el cual, para redimir el género humano, «se hizo obediente hasta la muerte, y muerte en cruz».
Abajo del Salvador, el más excelso modelo de obediencia es María Santísima, la perfecta discípula de su hijo Divino, en esta como en todas las otras virtudes.
Invito al lector a pasear conmigo, en este artículo, por la vida de una santa que sorbió desde niña el cáliz de la obediencia, siguiendo el ejemplo supremo de Jesús y excelso de María: Santa Rita de Casia. Su fiesta se celebra el día 22 de mayo. Ella es invocada especialmente como protectora de las causas imposibles, por el motivo que el lector verá adelante.
Niña privilegiada
Aunque ya de avanzada edad, Antonio Mancini y su esposa, Amanta, no cesaban de rogar a Dios, confiada e insistentemente, la bendición de tener un hijo que les alegrase el hogar. Vivían ellos en la pequeña aldea de Rocca Porena, en Casia, en Umbría.
Para atender a las preces de esa piadosa pareja, realizó Dios el primer «imposible» de la vida de Santa Rita: su nacimiento el día 22 de mayo de 1381. Era una encantadora niña. Y desde su más tierna edad, la Divina Providencia comenzó a manifestar especiales designios a su respecto. Según narra una tradición, mientras ella dormía en la cestita que le servía de cuna, con frecuencia aparecían unas raras abejas blancas que vacilaban en torno a ella y depositaban suavemente miel en sus labios, sin herirla o despertarla. Uno de los campesinos vecinos, presenciando la escena por primera vez, quiso alejar a los insectos con la mano lisiada que tenía. En el mismo instante su mano quedó curada.
Después de la muerte de Santa Rita, esas mismas abejas blancas comenzaron a aparecer anualmente en el monasterio de las agustinas, donde ella pasó los últimos años de su vida. Allá llegaban en la Semana Santa y permanecían hasta el día 22 de mayo. Después se retiraban, para retornar en la Semana Santa siguiente. Hasta hoy pueden ser vistos por los peregrinos los agujeritos hechos por ellas en las paredes del monasterio.
Infancia marcada por la piedad y obediencia
Desde pequeña, demostraba Rita gran inclinación para la piedad. Sus padres, a pesar de no saber leer ni escribir, le enseñaron el Catecismo y la historia de Jesús. Se dedicaba con gran gusto a la oración, meditaba siempre sobre la Pasión de Nuestro Señor. No sabía leer ni escribir. Entretanto, «leía» continuamente el más magnífico de todos los libros: el Crucifijo.
Además de ser especialmente devota de Nuestra Señora, escogió como patronos a San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino. Buscaba abstenerse de juguetes y travesuras propias de la edad infantil, como mortificación para consolar a Jesús Crucificado.
El mayor anhelo de su alma era ser religiosa. Exactamente en este punto, exigió de ella la Providencia un enorme acto de obediencia, aceptando un estado de vida opuesto al llamado religioso que sentía en el alma. Con apenas 12 años de edad, fue obligada por los padres a contraer matrimonio con el novio por ellos escogido, llamado Paolo Mancini.
Sufrimientos en la familia
El marido luego se reveló un hombre agresivo, de mal genio, bebedor y disoluto, lo que hacía a Rita sufrir tremendamente. Ella, entretanto, no solo le fue siempre fiel, como también soportó todo eso con extrema paciencia, durante 18 años, siempre rezando y ofreciendo esta especie de martirio por la conversión de los pecadores, sobre todo de su detestable marido.
Y más una vez lo «imposible» se realizó en la vida de esa mujer ejemplar. Tuvo ella, al final, la alegría de ver al esposo convertirse y pedirle perdón por todos los maltratos y por la vida devastada que había llevado. ¡Cuán oportuna fue esta conversión! Poco tiempo después de reconciliarse con Dios, por el Sacramento de la confesión, Paolo fue asesinado por algunos de los malos compañeros que tuviera.
Los hijos de la pareja, dos gemelos, entonces con 14 años, juraron vengar la muerte del padre. Viendo Santa Rita cuánto los hijos habían heredado las malas tendencias del padre, y temiendo por el destino eterno de los dos, dirigió a Dios una súplica: prefería ver a sus hijos muertos a seguir el camino de la perdición. Luego demostró el Padre de Misericordia su complacimiento con esa súplica de una madre verdaderamente católica. En menos de un año, los dos quedaron enfermos y fallecieron, perdonando a los asesinos de Paolo.
Entrada en la vida religiosa
Viuda, sin hijos, libre de todo lo que podría atarla al mundo, Rita deseaba hacerse religiosa. Pidió ser aceptada en el monasterio de las monjas agustinas de Casia, donde siempre quisiera haber estado. ¡Pero – oh decepción! – la superiora le dijo que infelizmente no podían aceptar viudas en la congregación, la cual era destinada apenas las vírgenes. ¡Imagínese su desilusión y tristeza al volver a casa!… Pero ella era una mujer santa. Como tal, en vez de dejarse abatir o desanimar, decidió seguir con más ardor todavía que antes su vida de oración y penitencia.
Acudieron en su auxilio sus patronos, San Agustín, San Juan Bautista y San Nicolás de Tolentino, obteniendo de la Medianera de todas las gracias la realización de más un «imposible» en favor de su protegida.
Se cuenta que en una noche, estando ella inmersa en oración, se le aparecieron estos tres Santos y la invitaron a seguirlos. En éxtasis, ella los acompañó. Cuando volvió en sí, estaba dentro del monasterio de las agustinas… Había entrado allá milagrosamente, pues todas las puertas y ventanas se encontraban perfectamente cerradas.
A la mañana siguiente, la madre superiora reconoció en ese prodigioso hecho una clara indicación de la voluntad divina y decidió acoger a Rita como novicia en esa santa congregación.
Obediencia recompensada por el milagro
Ya revestida del hábito, la nueva religiosa fue un ejemplo de virtud para todas las hermanas de vocación. De los tres votos de religión, aquel en que más se esmeraba era el de obediencia, haciendo siempre la voluntad de las otras en todo, hasta incluso en lo que podría parecer ridículo e insensato. Por ejemplo, la superiora le mandó regar todos los días una vid que ya estaba seca y muerta. La obediente monja cumplió rigurosamente la orden durante un año. Una vez más lo que parecía imposible se realizó: ¡del tronco muerto brotaron sarmientos que crecieron y produjeron flores y frutos! Existe aún esa «vid de Santa Rita», que produce uvas de un sabor especial, las cuales maduran en noviembre.
Partícipe de los dolores de Jesús coronado de espinas
Durante la Cuaresma de 1443, el gran predicador Santiago de Monte Brandone hizo en Casia un magnífico sermón sobre la Pasión de Jesús, destacando sobre todo el episodio de la coronación de espinas. Después de oír ese sermón, Santa Rita se sintió tomada del deseo de participar de los sufrimientos de Nuestro Señor en ese lance de su Pasión.
Rezando delante de su crucifijo, vio esparcirse de él suavemente una luz, y una espina desprenderse de la corona y clavarse en su frente, provocándole una herida que la hizo sufrir durante sus últimos 15 años de vida. Además de exhalar mal olor, esa le provocaba muchas enfermedades. Así, vio ella atendido dio deseo de ser verdaderamente partícipe de los dolores de Jesús coronado de espinas.
Muerte santa, la recompensa
Santa Rita tuvo una muerte santa, siendo obediente a la voluntad de Dios hasta el final.
Estando ya muy enferma, pidió a Jesús una señal de que sus hijos estaban en el Cielo. En medio a un riguroso invierno, recibió una rosa cogida en el jardín de su antigua casa, en Rocca Porena… Pidió una segunda señal y, al final del invierno, recibió un higo, también de su jardín. Con la realización de esos dos «imposibles», Dios, por así decir, muestra su complacimiento en que esa gran Santa sea invocada como la «Abogada de los imposibles».
El día 22 de mayo de 1457, voló al Cielo la bella alma de Santa Rita.
La llaga de su frente se transformó en una mancha roja como un rubí, de donde se exhalaba una agradable fragancia. Su celda quedó iluminada por una luz celestial y las campanas, solitas, repicaron en un toque de júbilo y gloria.
Fue velada en la iglesia, a donde acudió una multitud de personas a verla y venerarla. De su santo cuerpo emanaba un tal perfume que nunca fue enterrado. Permanece incorrupto hasta hoy, expuesto a la veneración de los fieles en el convento de Casia.
Mensaje de Santa Rita para los días actuales
¿Cuál es el mensaje que esta gran Santa nos transmitiría en estos días en que vivimos?
Creo que la respuesta está en las palabras proferidas por el Papa San Juan Pablo II al saludar a los devotos de Santa Rita que hacían una peregrinación jubilar:
Es un mensaje que brota de su vida: la humildad y la obediencia fueron el camino que Rita recorrió para una semejanza cada vez más perfecta con Cristo crucificado. El estigma que brilla en su frente es la autenticación de su madurez cristiana. En la cruz con Jesús culminó el amor que ya había conocido y expresado de modo heroico en su hogar y mediante la participación en las vicisitudes de su ciudad.
Siguiendo la espiritualidad de San Agustín, se hizo discípula del Crucificado y ‘especialista en sufrimiento’, aprendió a comprender las penas del corazón humano. De este modo, Rita se convirtió en la abogada de los pobres y los desesperados, obteniendo innumerables gracias de consuelo y fortaleza a los que la invocan en las más diversas situaciones»
Que Santa Rita de Casia nos ayude a comprender los designios de Dios para cada uno de nosotros individualmente, y a sorber hasta la última gota el cáliz de la obediencia a su voluntad santísima, a lo largo de nuestra existencia.
Por la Hna. Juliane Campos, EP
Deje su Comentario