Redacción (Miércoles, 24-05-2017, Gaudium Press) Desafíos, riesgos y esfuerzos están constantemente presentes en la vida de esta Tierra. Y no solo para los hombres, como también para los animales. Para hacer frente a tales obstáculos, la Divina Providencia los benefició con admirables instintos, que pueden traer valiosas lecciones para nosotros. Por eso, ya decía el santo Job: «Pregunta, pues, a los animales, y ellos te enseñarán; a las aves del cielo, y ellas te instruirán» (12, 7).
Es lo que ocurre al contemplar las majestuosas «Vs» que, con la proximidad del invierno, cortan el azul del cielo con su vigoroso avance. Ellos son diseñados por bandas de aves migratorias, buscando un clima más propicio en las regiones septentrionales del globo. Durante el largo viaje ellas mantienen esta característica disposición, en la cual uno de los pájaros va al frente de los demás, bien en el vértice de la farpa.
Además de ser bella, esta disciplinada formación obedece a un principio de sabiduría del Creador: cada batir de alas del líder de la banda crea un vacío que es aprovechado por los que vienen luego atrás, haciéndoles economizar una buena dosis de esfuerzo. Lo mismo ocurre, sucesivamente, con todos los otros integrantes. De este modo, el empeño de quien está al frente sirve de beneficio para los que le siguen. A fin de mejor enfrentar los vientos, las corrientes de aire y las agruras del desplazamiento, numerosas aves se turnan en esta tarea. Así, después de cierto tiempo manteniendo tan fundamental posición, quien lideró la banda rehace sus fuerzas ocupando un lugar diferente en que el esfuerzo es mucho menor.
No es difícil comprender la lección que estas aves del cielo nos dan, sobre todo si recordamos que estamos en constante «migración» en este valle de lágrimas, que es la Tierra.
Si de hecho amamos a Dios, hacia Él nos enrumbaremos con confianza y alegría, sin dejarnos abatir por las vicisitudes del camino, y desearemos igual felicidad para nuestros semejantes. Esto significa, con frecuencia, tomar la iniciativa de alentarlos, conforme la enseñanza del Apóstol: «No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe» (Gal 6, 9-10).
Sin duda, cuando las tempestades de la tribulación caen sobre alguien, una palabra o gesto de conforto puede aliviar el peso de su infortunio. Más importante, sin embargo, es estar preparados para enfrentar los escollos y peligros del largo viaje y, cuando necesario, nos adelantamos con galantería para abrir camino, permitiendo que los otros avancen más decididamente rumbo a la Patria Eterna.
Si somos generosos en esta tarea, no temiendo las dificultades y los sufrimientos de quien es llamado a liderar, nuestro «bando» avanzará sin experimentar las amarguras del egoísmo, a ejemplo de María Santísima que hasta en las terribles horas de la Pasión fue guía y sustentáculo de la Iglesia naciente.
Con el auxilio de esta Madre, que es la Fortaleza de los débiles, estaremos siempre animados y animando, y, cuando alcancemos nuestro destino final, recibiremos la recompensa de aquellos que, habiendo «introducido muchos en los caminos de la justicia, lucirán como las estrellas, con un perpetuo resplandor» (Dn 12, 3).
Por la Hna. Maria Beatriz Ribeiro Matos, EP
(in «Revista Arautos do Evangelho»)
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