Redacción (Miércoles, 21-06-2017, Gaudium Press) Cuando nos acercamos a la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús juzgamos muy oportunas las consideraciones que transcribimos a seguir:
«Después de la venida de Nuestro Señor Jesucristo, la virtud propia de los pecadores debería ser la confianza. Pero después que el Corazón de Cristo se manifestó al mundo, esa confianza pudo llegar a los límites de la audacia.
¿No fue ese Corazón divino que, según las apariciones de Paray-le-Monial, respondiendo al golpe de la lanza de Longinus, derramó sobre él no solamente el perdón, sino también la santidad y la gracia del martirio?
¿No es este Corazón que alimenta a los pecadores con la sangre que ellos hacen correr – como el pelicano alimenta a sus crías con la sangre del pecho que ellas le dilaceran (cf. Himno Adoro te devote) – y que no quiso ser herido ni abierto, según San Vicente Ferrer, sino para mostrar a los culpables la fuente inagotable del perdón?
No es, en fin, este Corazón que del fondo del sagrario grita a todos:
¿Venid a mí, todos los que estáis cansados, y Yo os aliviaré (Mt 11,28)? ¿No está él devorado por una sed insaciable de curar?
¿Y por acaso no le saciamos nosotros esa sed cuando le llevamos nuestras faltas para que las perdone?».
Debemos observar que las almas iniciadas en los suaves secretos de los sentimientos íntimos del Corazón de Jesús son justamente las que se convierten en los apóstoles más celosos de la confianza después del pecado y del arte de aprovechar las propias faltas.
La vida de Santa Gertrudis contiene muchos trechos sobre eso. También Santa Margarita María de Alacoque repite con frecuencia: «El Corazón de Jesús es el trono de la misericordia, donde los que mejor son recibidos son los miserables, desde que el amor los acompañe en el abismo de sus miserias».
«Y cuando cometéis alguna falta, no os perturbéis por eso, porque esa inquietud y la excesiva precipitación alejan nuestra alma de Dios y expulsan a Cristo de nuestro corazón.
Pidiéndole perdón, supliquemos a su Sagrado Corazón que satisfaga por nosotros y nos devuelva la gracia de su divina Majestad. Digamos confidentemente, entonces, al amable Corazón de Jesús:
‘Oh, mi único amor, mire a su pobre esclavo y repare el mal que yo cometí. Hágame retornar a vuestra gloria, a la edificación de mi prójimo y a la salud de mi alma.’
De esa manera, nuestras faltas mucho nos servirán para humillarnos y para reconocer quiénes somos y cuanto nos es útil estar ocultos en el abismo de nuestra nada. Después de haberte humillado, volved a ser fieles, porque al Sagrado Corazón le gusta esta manera de actuar, que mantiene el alma en paz».
(«A Arte de Aproveitar as Próprias Faltas». Joseph Tissot. Ed. Cléofas e Cultor de Livros – in Comentários do Professor Felipe Aquino)
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