Redacción (Viernes, 23-06-2017, Gaudium Press) La envidia se caracteriza por una «tristeza del bien ajeno, mientras se considera como mal propio, porque disminuye la propia gloria o excelencia».
En las Sagradas Escrituras, son numerosas las referencias sobre el vicio de la envidia. En el libro de los Proverbios, ella es considerada como «la caries de los huesos» (Prov. 14, 30) y San Pablo la enumera entre los pecados que nos hacen perder el Reino de los cielos (Gal, 5, 21).
Fue por envidia que los hermanos de José resolvieron venderlo como esclavo a los egipcios (Gn. 37,11). También Saúl, al ver que David venciera al gigante Goliat, se llenó de envidia contra él y por diversas veces intentó matarlo (I Sam. 18:6-8).
Ya San Mateo nos narra que hasta incluso Pilatos reconoció que fue por envidia que los fariseos entregaron a Cristo para ser muerto: «Estando el pueblo reunido, le preguntó Pilatos: ¿Cuál queréis que os suelte? ¿Barrabás, o Jesús, llamado el Cristo? Pues sabía que por envidia lo habían entregado» (Mt 27, 18).
Etimología de la palabra «envidia»
Etimológicamente, la palabra «envidia» está compuesta por el verbo latino ‘videre’ (ver) y de la partícula in, que indica privación. De esta forma, ‘invidere’ significa mirar con malos ojos, proyectar sobre el otro una mirada maliciosa. De ahí el origen de la famosa frase de San Agustín: «Video, sed non invideo» [1], o sea, «veo, pero no envidio.»
Las definiciones sobre la naturaleza de la envidia a lo largo de los siglos concuerdan notablemente entre sí. En la tradición aristotélica ella es considerada como un dolor causado por la buena fortuna que goza algunos de nuestros semejantes.
Para Santo Tomás de Aquino, la envidia se caracteriza por una «tristeza del bien ajeno, mientras se considera como mal propio, porque disminuye la propia gloria o excelencia.» [2]
La envidia es también entendida como una pasión que es al mismo tiempo hija del orgullo y de la malquerencia, en que se mezclan el odio y el disgusto provocado por la felicidad de otro.
Es por este motivo que los envidiosos están condenados a sufrir continuamente, pues el odio provocado por la ira fácilmente se apacigua mediante la reparación, pero aquel nacido de la envidia no se amansa ni admite reparaciones. Más aún, se irrita con los beneficios recibidos.
Su ámbito de acción parece no conocer límites, pues hasta incluso en el cielo ella se hizo presente, cuando los ángeles malos envidiaron la gloria que Dios había reservado a los hombres. [3] Granada la considera como uno de los pecados más extendidos, pues la envidia impera en todo el mundo y mora especialmente en las cortes y palacios, en las casas de los señores y príncipes, en las universidades y cabidos y además, en los conventos de religiosos. Su objetivo y meta es perseguir a los buenos y a los que por sus virtudes son altamente apreciados. [4]
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[1] San Agustín: In Evangelium Ioannis Tractatus 44, 11.
[2] Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica: II-II, q. 36, a. 1.
[3] Caremo, Girolamo. Istruzioni Pratiche intorno ad alcuni Doveri Generali e particulari del Cristiano. 2a ed. Gaetano Motta: Milano, 1822, p. 332.
[4] Granada Luis de. Obras de V. P. M. Fray Luis de Granada. Tomo I. La Publicidad: Madrid, 1848, p.132.
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