La Plata (Martes, 27-03-2017, Gaudium Press) Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata, Argentina, dedicó su último programa televisivo semanal a hablar sobre «nuestra dolorosa y tremenda corrupción», la cual no se cura sino con un cambio moral de la sociedad, » con una intolerancia santa y sabia respecto de que hay cosas que no
pueden ser permitidas y que deben ser sancionadas como corresponde, y a
su tiempo, y no 20 o 30 años después”.
La sociedad de su país se enfrenta a una «corrupción generalizada, por lo menos en muchos ambientes, y en variadas estructuras del Estado. Además, habría que computar ese fenómeno extraño de que la justicia federal se distrae durante una década, o más de una década, mira para otro lado como si no pasara nada y, de golpe, es diligente para atender denuncias e iniciar procesos».
«Un elemento sociocultural tiene que ver con lo que ocurre y es que hubo una suerte de tolerancia generalizada. Ahora todo el mundo está sobresaltado con la cuestión de la corrupción, pero es verdad que hubo una gran tolerancia, porque sin ella es inexplicable que la Argentina haya podido llegar a un grado tal de corrupción».
«Corrupción -prosiguió monseñor Aguer- significa alteración. Hay alteración de las instituciones: concretamente porque aquí todos sabemos que la justicia, la policía, los poderes del Estado están afectados de este mal. Además, para colmo de males, el fenómeno de la droga, del narcotráfico añade un ingrediente particular. El hecho de que los que deben conducir la sociedad no sólo desde el gobierno sino desde instituciones importantes sean gente corrupta, eso es algo tremendo», afirmó.
Una reforma moral fundamental
«¿Qué hace la Iglesia ante todo esto? se interrogó el pastor platense y respondió: «Lo denuncia. Cada tanto en los documentos del Episcopado aparece el tema de la corrupción, pero la cuestión no se arregla por allí. La cosa se arregla con un cambio moral de toda la sociedad argentina, con una intolerancia santa y sabia respecto de que hay cosas que no pueden ser permitidas y que deben ser sancionadas como corresponde, y a su tiempo, y no 20 o 30 años después».
Mons. Aguer invitó a la reflexión «porque así como existe la corrupción de los grandes avivados también está la corrupción cotidiana. No nos engañemos, el hábito de tratar de ‘meter la mula’ al prójimo también es corrupción y merced a ese y otro comportamiento de la misma especie se va configurando todo un clima social en el que la vigencia de una corrupción amplísima se hace posible. Esto equivale a la falta de verdad y, por tanto, a la falta de justicia, por no hablar de la falta de amor. Entonces, ¿qué queda de la convivencia en una sociedad?».
Con información de Aica
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