Redacción (Lunes, 26-06-2017, Gaudium Press) Lisiás, regente de Siria y tutor del hijo de Antíoco Epífanes mientras este intentaba invadir Persia, reclutó 80.000 militares escogidos para subyugar a los judíos, visando también, entre otros objetivos, «poner a la venta anualmente el cargo de sumo sacerdote» (II Mc 11, 3).
Como leones, irrumpieron sobre los enemigos
Partió él en dirección a Judea, confiando en la multitud de sus soldados y caballeros, así como «en sus 80 elefantes» (II Mc 11, 4).
Cuando los hombres del Macabeo vieron ese inmenso ejército, que ya se encontraba a unos 30 kilómetros de Jerusalén, pidieron a Dios que «enviase un Ángel bueno para salvar a Israel» (II 11, 6).
Judas Macabeo, con apenas 10.000 hombres, los exhortó a seguirlo en dirección a los enemigos, y se puso a orar a Dios. En su bella oración, recordó la victoria de David contra Goliat, de Jonatán, hijo de Saúl, que dominó el campamento de los filisteos, y agregó: «Entrega, pues, este ejército en las manos de Israel, tu pueblo, y que ellos, con sus soldados y caballeros, queden avergonzados. Asústalos, y quiebra la audacia de su fuerza, para que sean abalados por su derrota. Derrúmbalos por la espada de los que te aman, para que te alaben, con himnos, todos los que conocen tu Nombre» (I Mc 4, 31-33).
«Y todos, unidos y llenos de ardor, se pusieron en marcha. De repente, cuando todavía se encontraban cerca de Jerusalén, apareció en frente un caballero revestido de blanco, y empuñando armas de oro.
«Todos, entonces, unánimes, bendijeron al Dios misericordioso. Y quedaron tan animados que se sintieron capaces de enfrentar no solo hombres, sino hasta las fieras más salvajes e incluso murallas de hierro.
«Y se pusieron a avanzar, en orden de batalla, teniendo consigo ese aliado venido del Cielo […] Como leones, irrumpieron sobre los enemigos», matando 12.600 de ellos; los otros se pusieron en fuga heridos y sin armas. «El propio Lisiás escapó huyendo, de manera vergonzosa» (II Mc 11, 7-12).
Estandartes de Judas Macabeo
Recordemos que esa fue la cuarta vez que Ángeles aparecieron para proteger a los buenos, en la época de los macabeos. La primera ocurrió cuando Heliodoro quiso invadir el Templo de Jerusalén: tres Ángeles se lanzaron contra él, uno a caballo y dos con chicotes, dejándolo semimuerto (cf. II Mc 3, 25-27).
La segunda se dio en los cielos de Jerusalén: durante 40 días, escuadrones de Ángeles vestidos de trajes dorados, con corazas, escudos, lanzas y espadas, aparecen en formación cerrada (cf. II Mc 5, 2-4).
La tercera sucedió en el auge de una batalla: cinco Ángeles, montados en caballos con riendas de oro, se postaron frente a los israelíes; dos de ellos quedaron junto a Judas Macabeo, uno de cada lado. Y los espíritus celestes lanzaban dardos y rayos contra los enemigos, que huyeron asustados (cf. II Mc 10, 29-31).
Judas Macabeo «había escrito sobre sus estandartes las letras iniciales MACH, de cuatro palabras hebraicas que significan: Exterminio de los enemigos de Dios».
Purificación del Templo
Después de esa victoria, Judas retomó Jerusalén, excepto la ciudadela que continuó siendo ocupada por los sirios durante 23 años, hasta la época de Simón Macabeo (cf. I Mc 13, 52; 14, 36). Y ordenó que el Templo fuese purificado y después dedicado, o sea, consagrado solemnemente a Dios. El altar había sido profanado, las puertas incendiadas, los aposentos de los sacerdotes destruidos. Las plantas crecían en los atrios, pues esa situación desoladora ya duraba cuatro años.
Presenciando esa escena dolorosa, los judíos se prosternaron y comenzaron a clamar al Cielo, al son de las trompetas de plata (cf. I Mc 4, 40 e Nm 10, 2).
Judas escogió algunos sacerdotes fieles para purificar la Casa de Dios; se comprende tal selección, pues muchos sacerdotes habían adherido vergonzosamente al helenismo (cf. II Mc 4, 14-15). Demolieron el altar de los holocaustos y construyeron uno nuevo, sobre el cual ofrecieron sacrificios. (II Mc 10, 3), en medio de conmemoración jubilosa. A través de fricción de piedras, fue obtenido el fuero (cf. II Mc 10,3), el cual había sido extinguido desde el inicio de la persecución de Antíoco Epífanes. «Los judíos no quisieron llevar al altar un fuego ordinario y vulgar».
Quedó establecido que la fiesta de la dedicación del altar sería anualmente celebrada durante ocho días. Esa fiesta aún se celebraba en el tiempo de Nuestro Señor Jesucristo (cf. Jn 10,22)
Y, bajo las órdenes de Judas Macabeo, los judíos fortificaron el Monte Sión -sobre el cual estaba construido el Templo- con murallas altas y torres vigorosas a su alrededor. Y allí fue instalada una guarnición para defenderlo (cf. I Mc 4, 60-61).
Campañas de Judas Macabeo contra los pueblos vecinos de Judea
La restauración y la dedicación del Templo de Jerusalén fueron actos que glorificaron a Dios, pero causaron indignación en los pueblos vecinos de Israel. Por ejemplo, los idumeos, descendientes de Esaú, se llenaron de odio contra los judíos y los atacaron. Y el heroico Judas Macabeo los enfrentó y les infringió una contundente derrota.
Otros pueblos paganos vecinos de Judea se rebelaron contra los israelitas, ocasionando nuevos conflictos sangrientos. En uno de esos enfrentamiento, los enemigos, al saber que Judas Macabeo se aproximaba para atacarlos, huyeron despavoridos y «cerca de 8.000 hombres cayeron muertos» (I Mc 5, 34).
Judas atacó también una ciudad, defendida con trincheras, cercada por murallas, habitada por paganos que provocaba a los israelitas con maldiciones, blasfemias y vulgaridades. Los del ejército del Macabeo, invocando a Dios, tomaron la ciudad y eliminaron tanto enemigos que «un lago vecino, con casi 400 metros de amplitud, parecía trasbordar, repleto de sangre» (II Mc 12, 16)
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada» – 116)
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Bibliografía
CAULY, Eugène Ernest. Cours d’instruction religieuse – Histoire de la Religion et de l’Église.4. ed. Paris: Poussielgue. 1894, p. 158.
FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée – Le premier Livre des Machabées. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.1923, p. 678.
FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée – Le second Livre des Machabées. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.1923, p. 854.
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