Redacción (Viernes, 14-07-2017, Gaudium Press) «¡Decapitadlo! ¡Muerte al rey! ¡Abajo la monarquía! ¡Viva la república!», frases como esas retumbaban fuertemente en las calles de París en los años de la Revolución Francesa. El populacho acudía a la capital por falta de pan y, estando allá, se unía a los revolucionarios republicanos contra el Monarca y la nobleza.
Pero, esa situación, antes protegida por el lema «Libertad, Igualdad y Fraternidad», con el pasar de los años nos dejó una incógnita: ¿Será que la dulce Francia conoció mejores días que los que antecedieron la era del terror? ¿O realmente la falta de pan, «causa» de la revuelta del pueblo, trajo igualdad, pan y bienes materiales para todos?
¿Acaso la afirmación de Nuestro Señor en el Evangelio, «pobres siempre tendréis entre vosotros» (Jn 12,8), fue borrada de la biblia que usaban los revolucionarios en las tierras de la Hija Primogénita de la Iglesia? ¿Pues, si no es así, por qué intentar establecer la nivelación de bienes a todas las clases?
El problema, en realidad, no está en tener o no tener bienes materiales, riquezas, tesoros, y sí, ser o no ser pobre de espíritu, pues San Mateo en el Evangelio subrayó la profundidad de la primera bienaventuranza: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5,3).
Hay un matiz olvidado por los tiempos actuales de la necesidad de esta pobreza ser de «espíritu». El auténtico pobre de espíritu es aquel que reconoce que todo viene de Dios, conformándose con la administración Divina en dar a cada uno conforme su voluntad.
De hecho conviene a todos es seguir, en grados diversos, el consejo del Divino Maestro: «No os aflijáis, ni digáis: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos? Son los paganos que se preocupan con todo eso. Ahora, vuestro Padre celeste sabe que necesitáis de todo eso. Buscad el Reino de Dios y su justicia y el resto os será dado por añadidura» (Mt 6, 3 1-33).
«Nuestro Señor no me dice aquí que las riquezas de este mundo serán dadas a mi como premio de mi piedad, no, no dice eso. Él afirma que, si yo me entrego sinceramente a la búsqueda del Reino de Él, a la perfección, por tanto, de la santidad, voy a recibir esas riquezas en la medida en que esta perfección exija, en la medida en que yo tenga necesidad de ellas, ellas me vendrán a las manos». [1]
Hay momentos en la vida terrenal de Jesús en que realmente Él critica el apego a la riqueza material. El joven rico del evangelio, por ejemplo, rechazó un llamado tan sublime de Nuestro Señor: a ser apóstol. «Joven rico, escogido para ser Apóstol, no quiso. ¿Por qué no quiso? Porque tenía mucha riqueza y él no quiso vender todo y distribuir a los pobres». [2]
Entretanto, lo que Cristo recomienda en el evangelio no es que todos los hombres vivan sin bienes, sino que el principal objetivo sea buscar el reino de Dios que no es perecedero.
Sigamos el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo que, siendo la Riqueza, por nosotros se tornó pobre para enriquecernos. Imitemos tantos santos en la historia que, siguiendo los pasos del Salvador, fueron verdaderamente pobres y, de esta manera, tendremos los Cielos abiertos para nosotros, recibiendo el céntuplo ya aquí en esta tierra.
Agrega además nuestro Mons. João Clá Dias que, no basta abandonarse materialmente:
«Si el joven rico hubiese vendido todo, dado a los pobres y seguido a Nuestro Señor, pero, si juzgase que él era un gran hombre porque había hecho una gran cosa, ¡no serviría nada! Porque cuando él llegase a la hora de entrar al Cielo, él golpearía en la puerta de la eternidad, pero las puertas no se abrirían, porque las puertas no se abren a aquellos que son orgullosos». [3]
Por tanto, pidamos a María Santísima, Madre de la despretensión y la justicia, la gracia de abandonar todo lo que nos prenda a esta tierra perecedera y seamos pobres de espíritu, y, así, podremos entrar a los Cielos y lo que precisamos en esta tierra nos será dado por añadidura según el beneplácito Divino.
Por la Hermana Letícia Gonçalves de Souza, EP
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[1] CLA DIAS, Mons. João Scognamiglio. Meditação – 16/11/1992 (arquivo IFTE)
[2] Id. 2°Homilia 2 1/8/2007 (arquivo IFTE)
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