Ciudad del Vaticano (Lunes, 17-07-2017, Gaudium Press) Ayer, durante el Ángelus dominical, el Papa Francisco comentó la parábola del Sembrador, (Cfrl. Mt 13. 1 a 23). El Sembrador es el Señor, que respeta la libertad humana, que «propaga con paciencia y generosidad su Palabra». El terreno donde el Sembrador riega la semilla es «nuestro corazón», que «puede ser bueno, y así la Palabra da fruto, y mucho; pero también puede ser dura, impermeable».
«Entre el terreno bueno y la carretera, hay (…) dos terrenos intermedios, que en diferentes tamaños, podemos tener en nosotros»:
«El primero es aquel pedregoso. Tratemos de imaginarlo: un terreno pedregoso es un terreno «con poca tierra» (cf. v. 5), por lo que la semilla germina pero no logra echar raíces profundas. Así es el corazón superficial, que recibe al Señor, quiere rezar, amar y dar testimonio, pero que no persevera, se cansa y no nunca ‘despega’ «.
El otro es el «aquel espinoso, lleno de zarzas que sofocan las plantas buenas. ¿Qué representan estos espinos? «Las preocupaciones mundanas y la seducción de las riquezas» (v. 22), dice Jesús: así, explícitamente. Los espinos son los vicios que pelean contra Dios, que asfixian Su presencia». Estos vicios, sinónimos en la parábola de espinos «Es necesario arrancarlos, de lo contrario la Palabra no da fruto, la semilla no irá adelante».
La misión espiritual al interior nuestro queda así definida: «Jesús nos invita hoy a mirar dentro nuestro: a agradecer por nuestro terreno bueno, y a trabajar en los terrenos todavía no buenos».
Con información de Radio Vaticano
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