Redacción (Viernes, 21-07-2017, Gaudium Press) Tres años después que Antíoco Eupátor recuperó Antioquía, el heredero legítimo del reino sirio, hijo de Seleuco IV, que se encontraba en Roma como rehén desde la muerte de su padre, consiguió escapar y se proclamó rey, con el título de Demetrio I.
Alcimo trucidó 60 escribas no vigilantes
En seguida, él se dirigió a Antioquía, donde obtuvo el apoyo del ejército, eliminó Antíoco Eupátor bien como a su ministro Lisias, y ocupó el trono real.
Vinieron, entonces, a hablar con el nuevo rey «algunos israelitas impíos e inicuos, dirigidos por Alcimo, que codiciaba el cargo de sumo sacerdote» (I Mac 7, 5), el cual pidió a Demetrio I que enviase tropas contra Judea. Alcimo había sido nombrado sumo sacerdote, después de la muerte del impío Menelao, pero los judíos fieles no permitieron que él tomase posesión, pues se contaminara con el helenismo (cf. II Mac 14, 3).
Delante del Consejo real, ese traidor declaró que la grave situación existente en Israel era debida a Judas Macabeo y sus soldados, «que fomentan la guerra y provocan sediciones». Y concluía: «¡La paz será imposible mientras Judas viva!» (II Mac 14, 6. 10).
Demetrio envió a Báquides con un gran ejército, junto con Alcimo, a quien confirió el cargo por este deseado. Y al aproximarse a Judea, mandaron mensajeros a Judas Macabeo, con falsas propuestas de paz.
Sin embargo algunos escribas judíos creyeron en tales ofertas y fueron al encuentro de Alcimo para entablar negociaciones. «Pero Alcimo mandó prender 60 de entre ellos y los trucidó en el mismo día» (I Mac 7, 16).
Y Báquides ordenó matar muchos israelitas que habían pasado para su lado. Entregó el gobierno de Judea para Alcimo, dejándole un ejército para sustentarlo. Y después volvió junto a Demetrio, en Antioquía.
Alcimo «fue sino el jefe, por lo menos el centro, de un bando de apóstatas audaces que promovieron enormes perturbaciones en el país, del cual ellos se tornaron momentáneamente los dueños».
«Judas vio que la maldad practicada contra los israelitas por Alcimo y por los que estaban con él era peor aún que la de los gentiles, y salió por todo el territorio de Judea, dando el merecido castigo a los desertores» (I Mac 7, 23-24).
Macabeo: varón con grandeza de alma y mucha vigilancia
Al comprobar que no podría vencer a Judas, el impío Alcimo volvió a Antioquía a fin de pedir nuevos auxilios a Demetrio. Entonces el rey escogió a Nicanor, uno de sus generales más ilustres que había sido el jefe de la división de los elefantes y demostraba odio contra Israel. Lo nombró gobernador de Judea y para allá lo envió, con la misión de eliminar a Judas Macabeo y exterminar el pueblo israelí (cf. I Mac 7, 26; II Mac 14, 12).
Es más, Nicanor ya había sido enviado por Antíoco Epífanes para dominar Judea, pero Judas Macabeo lo enfrentó osadamente y él fuera obligado a huir con el resto de sus tropas (cf. II Mac 8, 9-24).
Al llegar próximo a Jerusalén con su inmenso ejército, Nicanor quedó receloso de enfrentar a Macabeo, «pues oyera hablar de la valentía que tenían los hombres de Judas y de su grandeza de alma en los combates» (II Mac 14, 18).
Por eso, intentó negociar la paz e invitó a Judas a conversaciones. Varón vigilante, Macabeo, percibiendo que el general sirio viniera con la intención de secuestrarlo, no fue a hablar con él, pero se retiró. El inicuo Nicanor mandó tropas a su rastreo, pero Judas con sus guerreros consiguió eliminar a 500 hombres de su ejército.
Entonces, Nicanor subió al Monte Sión, en cuya cima estaba el Templo. Algunos sacerdotes vinieron a saludarlo, pero Nicanor los ridiculizó y llegó hasta a escupir en ellos. Y juró que vencería a Judas e incendiaría la Casa de Dios. Los sacerdotes rezaron al Señor, diciendo: «¡Ejecuta la venganza contra este hombre y su ejército, y caigan bajo la espada! ¡Acuérdate de sus blasfemias y no les conceda tregua!» (I Mac 7, 38).
Cabeza y mano derecha de Nicanor
Nuevas tropas vinieron de Siria y se incorporaron al ya inmenso ejército de Nicanor. Judas Macabeo, que estaba con apenas 3 mil guerreros, pero era un varón de fe ardiente y contaba sobre todo con el auxilio divino, hizo a Dios esta oración:
«Señor, cuando los mensajeros del Rey de Asiria blasfemaron, tu Ángel intervino e hirió a 185.000 de entre ellos – fue uno de los mayores prodigios que Dios obró en favor de Israel (cf. II Re 19, 35). ¡De la misma forma, hoy aplasta este ejército delante de nosotros, para que sepan todos que Nicanor blasfemó contra tu lugar santo! ¡Júzgalo según su maldad!» (I Mac 7, 41-42).
Los ejércitos se enfrentaron y Nicanor fue el primero en caer. «Cuando su ejército vio que él había muerto, soltaron las armas y se pusieron a huir. Los judíos los persiguieron durante un día […] tocando las trompetas atrás de ellos para que todos sepan. De todas las aldeas de Judea alrededor salieron grupos para cercarlos y hacerlos volver atrás. Y todos perecieron al filo de la espada, no escapando uno solo […]. Cortaron la cabeza de Nicanor y su mano derecha, que él había erguido con tanta insolencia […] y las colgaron a la vista de todos en Jerusalén. El pueblo sintió una gran alegría, y pasaron aquel día en un júbilo indescriptible» (I Mac 7, 44-48).
Que Nuestra Señora nos obtenga las gracias de la perfecta vigilancia y del elevado espíritu de oración, recordándonos siempre lo que afirmó el Redentor: «Vigilad y orad para que no entréis en tentación» (Mc 14, 38).
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada» – 119)
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1 – FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée – Le premier Livre des Machabées. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.1923, p. 705.
2 – Idem, ibidem, p. 708.
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