Redacción (Martes, 26-07-2017, Gaudium Press) La mística, asunto maravilloso, importantísimo. Tras muchas polémicas de los estudiosos de esta materia, recordemos en estas sencillas líneas algunos apartes de teología mística que nos sirvan en nuestra unión con Dios.
Repetimos aquí la afirmación del Padre Royo Marín, una especie de síntesis de lo que los mayores teólogos del mundo han dicho al respecto, en el sentido de que «el constitutivo esencial de la mística que la separa y distingue de todo lo que no lo es, consiste en la actuación de los dones del Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano, que produce ordinariamente una experiencia pasiva de Dios o de su acción divina en el alma». (1)
Pentecostés. Vitral en la Catedral de Pamplona, España |
Junto con el P. Royo profundicemos en lo anterior. Toda alma en gracia está en posesión de los dones del Espíritu Santo. Cuando actúan esos dones se produce la actividad mística. «Cada vez que actúa un don, se produce un acto místico más o menos intenso según la intensidad con que haya actuado el don. Y cuando la actuación de los dones es tan frecuente y repetida que empieza a predominar sobre el ejercicio al modo humano de las virtudes infusas (característico de la ascética), el alma ha entrado en pleno estado místico; siempre relativo, indudablemente, ya que los dones nunca actúan -ni aún en los grandes místicos- de una manera absolutamente continua e ininterrumpida». (2)
Es decir, es Dios, a través de los dones del Espíritu Santo, que actúa en el psiquismo humano, particularmente en las facultades sobrenaturales como las virtudes infusas, fe, esperanza y caridad, justicia, fortaleza, templanza y prudencia.
De forma ordinaria y corriente, salvo las famosas ‘noches de purificación’, esta acción de Dios a través de sus dones se «siente», de forma deleitable: El místico (…) experimenta en sí mismo -fuera de las excepciones señaladas- la realidad inefable de esa vida de la gracia». (3) Se produce «un sentimiento experimental de la vida de la gracia. Oír y creer: he ahí lo propio y característico del asceta. Entender de una manera inefable, experimental: he ahí el privilegio del místico. Recuerde el lector el caso admirable de sor Isabel de la Trinidad, que llegó a experimentar la inhabitación de Dios en el alma antes de haber oído hablar jamás de ella». (4)
Por su vez, se dice que este conocimiento experimental de Dios tiene una característica pasiva, es decir, la persona bajo la acción sensible de los dones siente que ella es producida por un agente externo a Él, que es Dios, y que es ese Agente Externo el que dictamina cómo, cuánto y hasta cuándo va la experiencia mística. El alma solo acepta de buena gana esa acción divina.
Es una acción directamente divina porque los «dones no están sujetos a la moción (ponerse en movimiento) de la razón humana -como las virtudes infusas-, sino que los mueve directa e inmediatamente el Espíritu Santo mismo». En cuanto al modo de obrar, los dones «son superiores a todas las virtudes infusas, ya que el modo propio y característico de los dones (…) es el divino o sobrehumano. Ahora bien: este modo divino es un elemento completamente extraño a nuestra psicología humana. No es un modo connatural a nuestra manera de ser y de obrar, sino del todo distinto y trascendente. Y por eso, al producirse un acto de los dones el ama percibe ese elemento extraño como algo del todo ajeno a ella, esto es, como algo que ella no ha producido por sí misma ni tiene facultad de retenerlo un segundo más de lo que quiera el agente misterioso que lo ha producido. Y esto es cabalmente la experiencia pasiva de lo divino que veníamos buscando». (5)
En toda alma en gracia, actúan los dones del Espíritu Santo. Pero si esto es así, ¿por qué no toda alma en gracia tiene esa experiencia sensible mística? Son varias las respuestas.
Una porque el don no ha actuado con gran intensidad. Y esto porque puede ser que el alma esté acostumbrada más a la acción humana de las virtudes, que a que estas virtudes sean movidas por el impulso divino del don. O simplemente porque Dios ha querido que el don sea ejercido de forma ‘leve’. Pero a medida que el alma va ‘dejando’ que actúen los dones, tanto su intensidad como su frecuencia aumentarán, y allí el alma entra en lo que se llama el estado místico, en el que predomina la acción de los dones del Espíritu Santo.
Pero incluso un alma en estado místico no siempre tendrá esa experiencia deleitable de Dios. En determinados momentos Dios purifica el alma retirando esta experiencia, sin que por ello deje de existir la esencia de la vida mística que es la acción de los dones de Dios moviendo las virtudes.
Por Saúl Castiblanco
(1) Royo Marín, Antonio. Teología de la Perfección Cristiana. Biblioteca de Autores Cristianos. 7ma. Edición. Madrid. 1994. p. 241
(2) Ibídem, p. 242.
(3) Ibídem, p. 244.
(4) Ibídem, p. 245.
(5) Ibídem, pp. 247-248.
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