Redacción (Martes, 01-08-2017, Gaudium Press) Vivimos en un mundo que se ha criado en los nefastos brazos del «Espíritu Hollywoodiano» del «Happy End», y en una sociedad que no se cansa de mostrarnos por todas partes, en pancartas monumentales, en perfiles de redes sociales, en la TV, en las revistas de moda, personas sonrientes, resplandecientes y satisfechas… pero podríamos preguntarnos: ¿De qué se alegran tanto? ¿De qué están tan satisfechos?
Y al ver esas expresiones de felicidad tan plástica como efímera, recuerdo el famoso poema de Juan de Dios Peza, «Reir llorando»:
…»¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!…
Es por eso que podríamos preguntarnos si nuestra sociedad realmente ha alcanzado ese anhelo del alma de todo ser humano o en realidad vive en una eterna mascarada. ¿Como sociedad, hemos alcanzado realmente la verdadera felicidad?
¿Felicidad dónde estás?
¿Felicidad dónde estás? Podríamos decir que esta es una pregunta muy fácil de responder, pero a la vez tan difícil de comprender.
La respuesta se puede resumir en una palabra: Dios.
Para él fuimos creados, en él nos movemos y existimos, y como decía San Agustín: «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».
Dios nos ha creado para esto, para la felicidad, pero una sin sombra de tristeza y dolor, que no acaba, una felicidad absoluta, porque contemplaremos a aquél Ser, que es Él, Absoluto y Eterno.
Pero mientras no le veamos cara a cara, mientras peregrinamos en este valle de lágrimas, ¿podemos alcanzar ese natural anhelo de nuestra alma?
En este peregrinar podemos alcanzar la felicidad, sí, pero en la paz de una conciencia tranquila y en orden, y en la esperanza y alegre expectativa de aquella Felicidad Absoluta que se nos promete.
¿Cuántas veces nos engañamos creyendo que podemos saciar esa necesidad de lo absoluto en esta tierra? Y nos lanzamos irracionales e intemperantes sobre los placeres de la carne y de este mundo, vanidad de vanidades…
Un mundo que pecó de falta de seriedad
Mirando a nuestro alrededor con objetividad podemos ver como la tristeza y el pecado cada vez más ensombrece la vida del hombre moderno.
Lo podemos ver claramente, en las grises megalópolis donde los hombres en furibundos enjambres se desplazan intemperantes, muchas veces con la primordial necesidad de saciar su negro egoísmo, con sus rostros lánguidos, víctimas de la tragedia de un mundo sin rumbo.
Una sociedad que ríe a carcajadas, y que gusta de respirar el aire poluido de constante chiste, muchas veces cargado de indecencia, quizás haciendo de ese constante jolgorio la vía de escape de almas angustiadas y asfixiadas, ciegas ante la tragedia pero sumergidas en ella, que ya quizás no recuerdan que fueron creadas para más altas aspiraciones, y respirar en las altas cumbres el aire fresco de la contemplación Divina.
¡El mundo está como está porque pecó de falta de seriedad!
Un mundo que se toma en serio a los humoristas, e ignora o no le da importancia a las verdades eternas.
Pero la seriedad, al contrario de lo que muchos piensan no implica la amargura, o una forma de ser antipática y carrrancuda.
Serio es aquel que le da el debido valor a cada cosa. Seriedad es tener bien claro cuál es la escala de valores que debe regir nuestra vida. Seriedad es ver con los ojos del alma y através del cristal de la inocencia analizar con profundidad la propia existencia.
Pero quizás nadie definió tan bien y sintéticamente qué es la seriedad como el Dr. Plinio Correa de Oliveira:
«La seriedad es el clima interior según el cual se ama a Dios» 1
Seriedad católica, seriedad santa
En los evangelios se nos narra cómo el Divino Maestro en su sacrosanta humanidad, lloró, gimió, se lamentó, se llenó de compasión y de santa ira, y también se alegró, pero es interesante notar que en ninguna parte dice, Jesús rió, Jesús soltó la risa, y para una persona piadosa puede resultar hasta blasfemo imaginar al Señor dando carcajadas.
Lo sagrado, simple y sencillamente no encaja con lo frívolo y llano de una carcajada, y es por eso que quien no es serio no es capaz de comprender por ejemplo el valor de una ceremonia, o más aún de una vida en ceremonia, en la cual se debería reflejar siempre lo sagrado de nuestra vocación de hijos de Dios, cuya comprensión sólo alcanzamos con la seriedad.
Esto no quiere decir que reír o expresar la alegría esté mal, muy por lo contrario. Pero lo que define si una risa es sana es si viene de Dios y de un sano relacionamiento humano, o por el contrario proviene de un ambiente pecaminoso o banal.
Recordemos lo que decía Don Bosco «Un santo triste, es un triste santo», por lo que es propio de los santos ser alegres, y profundamente alegres, pero nunca banales. Debemos ser conscientes que cada acto, por más simple que sea repercute en el tiempo y lo hará en la eternidad, y es ahí que comprendemos la seriedad de la vida.
Por esto decía también el sabio Aristóteles:
«Sólo hay felicidad, donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego»
El valor de la seriedad
Decía el Dr. Plinio Correa de Oliveira: «Nada es más brillante que la seriedad. La más seria de las piedras es el brillante. Y para quien sabe ver, el más brillante de los estados de alma es la seriedad». «Seriedad digna, seriedad grave, seriedad gentil, seriedad respetuosa, seriedad afectuosa: esta es la verdadera escuela de vivir». 2
¡Que gracia de Dios sería que nos dejáramos iluminar por ese brillante que es la seriedad!
Al fin comprenderíamos que alegría es mucho más que una risotada, y que el alma tocada por la gracia de Dios puede alcanzar un placer que va mucho más allá de lo terrenal.
Encontraríamos en la seriedad un verdadero paraíso interior, y como que bañados por una divina brisa estaríamos preparados para sufrir cualquier cosa, combatir cualquier guerra, escalar cualquier cumbre si es necesario, sin nunca perder la alegría.
Porque «La seriedad es jerárquica, busca las cumbres, busca lo Absoluto» 3
Cara a cara con la Seriedad
«Quien quiera ser infeliz, evite la seriedad… la frivolidad, el vacío, la nada, la frustración, la derrota, se sentarán en su cabecera, y lo acompañarán como hadas maléficas el día entero.»4
¡Que mala elección hacen aquellas personas que optan por el camino de la falta de seriedad!
Y qué terrible será su último día, en que después de cruzar los umbrales de la muerte, se encuentren de frente con el Justo Juez que es la Seriedad en persona, pidiendo cuentas de cada uno de sus actos, cada una de sus banalidades, de su falta de seriedad.
Pidamos a María Santísima, que como describía la Hna. Lucía, se apareció en Fátima hace 100 años con semblante serio y de suave censura, se compadezca de esta humanidad falta de seriedad, y envíe el Espíritu Santo que renueve la faz de la tierra, y así Ella reine, en un mundo nuevo que se caracterice por la Seriedad, la Ceremonia y un profundo sentido de lo Sagrado.
Por Santiago Vieto
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1 – Plinio Corrêa de Oliveira, Catolicismo, n° 485, Maio de 1991 (*)
2, 3, 4 – Idem.
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