Redacción (Martes, 01-08-2017, Gaudium Press) Dios, en su infinita bondad, quiso dar a los Ángeles el sublime e inexplicable don de verlo cara a cara. Pero las grandes gracias solo se obtienen mediante pruebas equivalentes al premio prometido.
Fue lo que sucedió a los Ángeles. Seres de inteligencia tan elevada, de conocimientos tan profundos y rápidos fueron sometidos a los insondables designios divinos, a algo no cognoscitivo a la propia mente angélica. Era una prueba de amor al Altísimo.
¿Estarían todos dispuestos a eso?
«Yo vi a Satanás caer del Cielo como un relámpago» (Lc 10,18), dice Nuestro Señor en el Evangelio. Hubo Ángeles que se revelaron y San Miguel los lanzó al infierno, en la mansión de la desgracia incesante, total e inexpiable.
Ahora, algunos Ángeles no amaron el bien como deberían. Acometidos por el mal de la indiferencia, la indecisión y la debilidad, intentando crear una atmósfera de falsa paz, se unieron a la revuelta. Perdieron, así, la luz, comprando también la muerte eterna. Son los llamados demonios de los aires.
Según Plinio Corrêa de Oliveira «son los demonios que no iniciaron la revuelta, sino que se dejaron arrastrar, y que, como tales, aunque siendo menos súper-pésimos, no fueron desde luego lanzados al infierno, solo van a ser lanzados al fin del mundo. Esos quedan por los aires, no directamente tentando a la ofensa a Dios, sino creando un estado de espíritu propicio al pecado». 1
Estos son los demonios que más tientan a los religiosos. Como estos luchan por trillar el camino de la perfección, se torna difícil al demonio del infierno tentar directamente al pecado. Entonces, entran en acción los demonios de los aires, creando un estado de espíritu mediocre e indolente delante del grandioso panorama de la vocación. Así, por la falta de radicalidad de los buenos, se frustran los grandes planes de Dios.
Ejemplo contrario nos dieron los Ángeles fieles. El total amor al Bien se transformó en indignación y odio contra el mal y, consecuentemente, redundó en un acto de suma fidelidad. ¡Tengamos, pues, un amor ardiente e íntegro al Bien para que la vil indiferencia no nos conduzca a nuestra propia ruina!
Por la Hna. Letícia Gonçalves de Sousa, EP
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1 – CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferência. São Paulo, 21 jul. 1974. (Arquivo IFTE).
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