viernes, 22 de noviembre de 2024
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El florecer de una sonrisa

Redacción (Martes, 08-08-2017, Gaudium Press) En artículo publicado hace unos días llamado, Seriedad un paraíso interior, meditamos en la importancia vivir conscientes y de acuerdo a la jerarquía de valores creada por Dios, dando importancia a lo que realmente la tiene y luchando para no sucumbir ante nuestras malas tendencias e inclinaciones, que nos hacen banalizar lo que es sublime y eterno y dar importancia a lo insustancial y efímero.

Delante de este vasto panorama, si estamos abiertos a la gracia de Dios, siempre veremos motivo para repetir un detenido examen de conciencia, y como consecuencia para un propósito de cambio.

Muchas conclusiones podemos sacar cuando penetramos en esa esfera de lo trascendental, en ese clima de seriedad, intentando alcanzar o al menos rozar con nuestros frágiles dedos las verdades eternas.

Una joya que no todos encuentran

Peregrinando en los vastos terrenos que nos brinda la meditación cristiana, a diferencia de ciertas «escuelas orientales» que como que enemistados con la creación cierran sus ojos y buscan en la nada su sustento, podemos encontrar joyas realmente sorprendentes. Y quizás una de las más bellas y luminosas es la sonrisa.

Cuando un hombre se deja tocar por la gracia de Dios, seriamente se introduce en la atmósfera de la sagrado y penetra en sí mismo, no para encontrarse y egolátricamente autocontemplarse, si no para encontrarlo a Él, el Divino huésped del alma, y allí dentro, en lo más profundo, siente el germinar de algo bello, auténtico, sublime y que florece en una sonrisa.

Y es aquí que volvemos al tema de la seriedad y vemos como la felicidad completa, íntegra, solamente puede nacer en un espíritu serio y compenetrado de su vocación de hijo de Dios.

La variedad de sonrisas y de expresiones de felicidad puede ser tan amplia como los colores y formas de las flores de un jardín, pero si vienen de un hombre juicioso y sabio brillarán principalmente por su autenticidad.

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Un jardín de felicidad

En el jardín de la humanidad, pueden nacer sonrisas como los girasoles que no borran sus colores porque saben aprovechar cada minuto, cada segundo, la luz que nunca se apaga y siempre brilla para los que a ella se quieran volver.

Como flores silvestres son los hombres que en la convivencia están alegres, compartiendo y ayudándose mutuamente, y que santamente juegan y como que bromean para hacer pasajeros los días de tormenta, y a pesar de las peores condiciones nunca permiten que se borre su sonrisa.

Como tulipanes son las flores del intelecto que en intensos colores expresan los frutos de un recto razonamiento que llena de satisfacción.

De las más variadas formas y exóticas son las orquídeas que parecen expresar la variedad del genio de los artistas que fieles a la verdad pueden llenar de pulcritud y alegría nuestras vidas.

Como Edelweiss, la flor de las nieves son las almas vírgenes que brillan tan alegre y esplendorosamente, porque se retiraron del mundo para mecerse en las más altas cumbres y competir con las águilas.

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Santa Gemma Galgani – Flor Edelweiss

Y así podríamos seguir hablando de flores… ¡pero como olvidar a la Reina!…

Para poseer la perfecta alegría y llegar a la tierra a la más bella de las flores hay que pasar por un tallo lleno de espinas, que nos hará sangrar, sufrir, y tanto como quizás no podríamos imaginar.

Flor nacida del dolor

En un acto de amor incomprensible para nuestro entendimiento, Dios se hizo hombre para compartir nuestros padecimientos, pero principalmente abrirnos las puertas de la felicidad eterna y enseñarnos cómo la podremos alcanzar en esta tierra y después de nuestra muerte. No hay ninguna fórmula mágica, solamente tenemos que seguirlo a Él. ¿Pero qué significa esto?: » Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» Mateo 16:24.

Y por lo tanto vemos que lo que parece simple en realidad es una meta alcanzable sólo por verdaderos héroes, pues si realmente queremos obtener la felicidad tenemos que negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirlo hasta el holocausto, con amor y sin reservas, como Él lo hizo.

Nuestro Señor pudo habernos redimido con una sola gota de sangre que hubiese salido de su sacrosanto cuerpo, pero no, el quiso pasar por los más inimaginables tormentos, y con un diluvio de sangre, hacer llorar y temblar la tierra estremecida ante tan incomparablemente trágica escena, el Inocente, aquél que hizo solo bien, Dios encarnado, con su cuerpo destrozado y ensangrentado colgando en una cruz entre dos criminales.

Pero una vez que la Luz Divina dispersó las tinieblas triunfando magníficamente sobre la muerte y el pecado, de esa tierra nutrida con la Sangre del Salvador surgió una flor, una rosa insuperable, motivo de la alegría del mundo entero, la Santa Iglesia Católica.

Todo Dios lo hizo con infinita sabiduría, y es por eso que creo que la Reina de la flores, la Rosa, tiene su tallo lleno de espinas, quizás para recordarnos que las cosas más bellas, nacen del dolor, las más altas vocaciones tendrán caminos llenos de espinas, y que solo de la roja sangre y un completo holocausto nace la verdadera y suprema felicidad.

Flor nacida del holocausto

Pocos meses antes de morir el padre espiritual de los Heraldos del Evangelio, el Dr. Plinio Correa de Oliveira, hablaba en una conferencia sobre el papel del sufrimiento en la vida de los hombres, en cuanto condición indispensable para la digna representación de la majestad y la sacralidad. Y defendía que el dolor bien aceptado es por su vez, generador de una alegría festiva, característica de las almas que se entregan a Dios sin nada reservar para sí… El perfecto amor a la Cruz. Y decía:

«El verdadero dolor tiene en sí la misteriosa fiesta del ofrecimiento llevado al efecto» 1. Y haciendo alusión a las palabras del Divino Salvador en la cruz, comentaba en seguida: «Es propio del holocausto haber sido dado con tan buena voluntad que, en la hora del «Consummatum est» (Todo está consumado), florece una sonrisa». 2

Poco tiempo después, cuando este varón verdaderamente católico apostólico y romano cruzó los umbrales de la eternidad, al contemplar su rostro en el ataúd, sus hijos espirituales pudieron comprobar, que sus sabias enseñanzas no eran mera poesía… eran realidad. Y vieron florecer una sonrisa que permanecerá en la eternidad.

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Plinio Correa de Oliveira, en el ataúd, en el día de su funeral

Por Santiago Vieto

2) MNF, 17/5/1995, Plinio Correa de Oliveira.

 

 

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