Redacción (Martes, 08-08-2017, Gaudium Press) Los demonios tienen mucho poder. Recordemos que siguen siendo -aunque en desorden- naturalezas angélicas, con todas las poderosas propiedades que esto comporta. Tienen un conocimiento elevadísimo, conocen los seres directamente en su esencia y en todas sus posibilidades. Tienen poder sobre la materia (1); tienen una terrible envidia al hombre, que los mueve a hacerlo pecar (2). No pueden saber directamente qué estamos pensando o queriendo, pero pueden deducirlo por sus repercusiones sensibles, que sí conocen con mucha perfección, aunque sean recónditas y ocultas a los hombres (3).
Pueden influir sobre los sentidos, la imaginación y memoria, pero también a través de «semejanzas de cosas sensibles» (4) pueden afectar las otras facultades humanas, y es a través de este medio que comúnmente tientan a los hombres. En ciertos casos los ángeles -y por tanto también los ángeles malos- pueden crear figuras (5) o poseer cuerpos humanos.
Los demonios son pues poderosos, y por ello San Pedro nos previene, diciendo «sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar» (1 Pe 5, 8). Y también dice el Apóstol que «No es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires» (Ef 6,12).
Es tonto, pero es común, querer enfrentar al demonio con nuestras fuerzas naturales. Unos lo intentan, porque simplemente desconocen la existencia del demonio o su gran poder. Ilusos, salen siempre derrotados…
Para enfrentar al demonio está el recurso a la gracia de Dios, que nos fortalece, la cual normalmente se obtiene rezando, pidiendo a Dios, con humildad. El demonio vence sobre los que no son humildes y no piden a Dios.
Pero también está el recurso a la protección angélica, como ya lo dice la Escritura: «Enviará a sus ángeles para que te guarden en todos sus caminos» (Sal 90, 11).
Sabemos que cada hombre tiene al menos un ángel custodio (6), y que este pertenece normalmente al último coro angélico, al de los Ángeles. (Recordemos que según el Pseudo Dionisio hay nueve coros de ángeles: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Potestades, Virtudes, Principados, Arcángeles, Ángeles). Pero eso no significa que los otros coros se desentiendan de nosotros.
Según Santo Tomás (7), los Arcángeles y Principados custodian a los hombres de forma colectiva. Pero también las Virtudes están encargadas de la custodia de «todas las naturalezas corpóreas», en las que por nuestro cuerpo material estamos incluidos. Asimismo las Potestades ejercen su dominio particularmente sobre los demonios, y por ello tienen que ver con nosotros cuando los demonios nos atacan o cuando lo planean, que es siempre. Y siendo las Dominaciones las que están al cuidado de los espíritus buenos de menor rango, ellas tienen que ver con nuestros custodios y por tanto también con nosotros.
Es claro también que los otros coros angélicos más elevados no se desentienden del destino de los hombres. Teniendo como virtud principal la gloria de Dios, no serán ellos indiferentes a que los hombres rindan más o menos gloria al Creador.
Dios pues creó los ángeles con la intención de su gloria extrínseca, pero también con la misión de ayudar a los hombres a obtener su salvación para que glorifiquen a Dios. ¿Vamos a despreciar o no implorar su ayuda, sabiendo de ese terrible «contrincante» que tenemos en frente? Despreciar a los ángeles, es no invocarlos, es no implorar su protección, es no vivir en su presencia.
Nos decía recientemente un sacerdote, que los ángeles buenos -a diferencia de los demonios- no son intrusos de nuestras vidas: ellos actúan cuando les damos «permiso», invocándolos. Invoquémoslos pues, constantemente.
Por Saúl Castiblanco
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(1) Suma Contra Gentiles Libro 2 Capítulo 100.
(2) STh 1 q.63 a.2
(3) STh 1 q.57 a.4
(4) Sth 1 q.111 a. 1
(5) STh 1 q.51 a.2
(6) STh 1. q.113. a.2
(7) STh 1. q.113. a.3
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