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El misterio de la Trinidad, y su reflejo en la creación

Redacción (Lunes, 14-08-2017, Gaudium Press) El principal misterio de la fe es el de la Trinidad, el cual nos dice que Dios es uno y a la vez trino, que son tres Personas y un solo Dios verdadero: Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo Señor, un solo Dios.

Inalcanzable por la mera y pequeña razón humana, fue ofrecido a los hombres por la verdad que nos viene en la revelación.

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«Los nombres con que en la Sagrada Escritura se expresan las personas divinas manifiestan, efectivamente la existencia en Dios de dos procesiones distintas. Así a la primera persona se le da el nombre de Padre (Jn 17, 6). La segunda recibe distintos nombres, expresando todos la misma idea de procedencia del Padre por verdadera y propia generación. Tales los nombres de Hijo de Dios por naturaleza (Mt 3,17), de Unigénito del Padre, Verbo, Imagen de Dios, Esplendor, Figura de su substancia (2 Cor 4, 4); Col 1,15; Hebr 1,3). (…) La tercera persona divina es designada en la Sagrada Escritura con nombres muy diferentes de la segunda. Estos nombres son: Espíritu Santo (Mt 28, 19), Amor, Don Abogado, Espíritu de Verdad y otros más secundarios. A diferencia de la segunda persona, nunca se dice de la tercera en la Sagrada Escritura que es engendrada, sino que procede. Por donde claramente se manifiesta que tiene en Dios un origen distinto de aquélla. Esta distinción consiste en que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, y su origen no tiene razón de generación como en el Hijo». (1)

La esencia del dogma trinitario es la unicidad de Dios en la trinidad de las Personas Divinas. He aquí como lo expresa el Cuarto concilio de Letrán: «Firmemente creemos y absolutamente confesamos que existe un solo Dios verdadero, eterno, inmenso e inconmutable, incomprensible, omnipotente e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: tres personas distintas en una sola esencia, substancia o naturaleza absolutamente simple. El Padre no procede de ninguna persona, el Hijo procede solo del Padre, y el Espíritu Santo igualmente de los dos: sin principio, siempre y sin fin: el Padre engendrando, el Hijo naciendo y el Espíritu Santo procediendo; consubtanciales y coiguales, y coomnipotentes, y coeternos; un solo principio de todas las cosas.» (D 428)

Ahí está pues el dato de la fe, tal como lo ha definido la Iglesia.

Un abogado del diablo un poco burro y algo insolente podría decir: ¿y de qué nos sirve, en la práctica, profundizar en ese asunto? Ya la Iglesia lo definió y simplemente nos cabe aceptarlo…

La posición de ese hipotético abogado diferiría totalmente con la del doctor Angélico, Santo Tomás, quien dedicó todo un tratado de su Suma Teológica, el segundo, a abordar el tema. Es claro, la primera obligación de un creado es glorificar, pero también conocer su Causa, nuestra Causa Causarum, que no es la misma según la predican otros credos.

Para intentar hacernos comprensible el misterio de la Santísima Trinidad, Santo Tomás se vale de una analogía teológica, que en valoraciones de estudiosos se constituye en un culmen, algo que en este punto no había alcanzado ni siquiera San Agustín (2).

Parte Santo Tomás de la noción de que las substancias intelectuales creadas (ángeles y hombres) somos imagen de Dios, «porque precisamente se da en nosotros una como imagen viva de la Santísima Trinidad mediante las operaciones de conocimiento y del amor» (3). Es decir, no solo somos imagen de Dios, sino imagen del Dios trinitario, y en esta imagen (hombres y ángeles) -que conocemos mejor- podemos llegar a conocer cosas que no alcanzamos a ver directamente en Dios Uno y Trino.

No es intentar demostrar la existencia de la Trinidad, sino solo «explicar el modo de su existencia». (4)

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San Agustín intenta descifrar el misterio de la Trinidad

Museo de la Catedral, Astorga, España

Miremos la comparación (analogía) que hace Santo Tomás de la generación del Verbo Eterno y de la generación de nuestro finito verbo intelectual: «Es evidente que Dios se conoce a sí mismo. El objeto entendido, en cuanto tal está en el mismo que entiende, puesto que entender significa la expresión intelectual del objeto que se conoce por el mismo entendimiento. Y así también nuestro entendimiento, al conocerse, está en sí mismo, no sólo como idéntico a sí en la esencia, sino también como dicho o expresado en su propia intelección. Es pues necesario que Dios esté en sí mismo, como entendido, en su propio conocimiento, es el verbo. Por tanto, al entenderse Dios a sí mismo, tiene en sí el Verbo de Dios, que es como el mismo Dios entendido, al modo que el verbo de la piedra en nuestro entendimiento es la piedra entendida». (5) Maravillosa analogía. Académica como debía ser, y por eso no fácilmente entendible, pero iluminativa: Nosotros, mera y pobre imagen de Dios, al concebir en nosotros el verbo mental por ejemplo «piedra» estamos reflejando en nuestro interior la procesión trinitaria (entendimiento generativo) que deriva en Dios Hijo.

El Padre se entiende a sí mismo y de ahí procede el Verbo de Dios. Acerquémonos a la procesión del Espíritu Santo.

«Es propio de la acción intelectiva proceder sólo del entendimiento; mas la [acción] de la voluntad procede no sólo de ella, sino también a su modo, del entendimiento. En nosotros mismos, el amor de una cosa presupone conocimiento de la misma, el cual, a su modo, es causativo del amor de la voluntad, que no puede darse sin aquel. Nada amamos que previamente no nos sea conocido y expresado en el verbo o palabra de la mente. Por eso decimos que a la procesión según la acción de la voluntad concurre también la del entendimiento. Ahora bien, como las procesiones divinas revisten la naturaleza y el modo de las acciones según las cuales se verifican, sigue que el Verbo procede sólo del Padre y que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Y así, aunque el Hijo tenga el mismo entendimiento del Padre, sin embargo, no emite verbo alguno, sino tan sólo el entendimiento del Padre, consistiendo toda su distinción respecto de éste en ser el Verbo emitido, siendo en todo lo demás igual al Padre, que lo dice o emite. E igualmente el Espíritu Santo, aunque tiene la misma voluntad del Padre y del Hijo no espira otro Espíritu Santo, porque todo su ser, en cuanto distinto de las otras personas, consiste en ser el amor espirado (1 q. 30 a.2 ad 4). Y es necesariamente espirado por el Padre y el Hijo, porque la acción del entendimiento se presupone a la de la voluntad, y de igual manera la procesión que tiene lugar por medio de Ella». (6)

Nuestros actos de amor no son sólo de la voluntad, sino también en parte del entendimiento. Así el Espíritu Santo, que no procede sólo del Padre, sino también del Hijo.

Lo anterior no fue sino un excelente pero mero sencillo acercamiento a la realidad trinitaria. Bonito es pensar que Santo Tomás lo consigue aplicando su inteligencia auxiliada por la gracia en la contemplación de las operaciones del ser humano, que es imagen de Dios Trino.

Pero es claro que no es solo el hombre, sino toda la obra de Dios la que lo refleja, no solo como Dios uno, sino también como Dios trino.

Almas inspiradas por los dones de Dios, encontrarán (y ya han intentado explicar) esos reflejos del Dios trinitario en la creación, por ejemplo, en el curso de la historia y las diversas etapas de la humanidad, de la vida de la Iglesia, en la biología, en los coros angélicos, en el movimiento de los astros, etc., etc., para conocer y unirse mejor así a Aquel que debemos glorificar.

Eso es el universo, una escalera que nos sirve para subir hasta Dios. Pero resulta que Dios no es solo uno, sino también tres Personas…

Por Saúl Castiblanco

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(1) Introducción a la Cuestión 27 de la Suma Teológica del P. Manuel Cuervo O.P in Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica – Tomo II-III. BAC. 1959 pp. 25-26
(2) Ibídem, p. 28.
(3) Ibídem, p. 32.
(4) Ibídem, p. 33.
(5) Ibídem, p. 35
(6) Ibídem, p. 39.

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