Redacción (Viernes, 01-09-2017, Gaudium Press) Hablemos de uno de los elementos de la nefasta trilogía que nos quiere alejar de cielo, el mundo, el demonio y la carne, cuyas voces se entremezclan, se repotencian unas a otras. Hablemos de la voz del ‘mundo’.
Nos decía el catecismo del P. Astete que mundo es «lo que llamamos secularismo, es decir, obrar de acuerdo a las costumbres, modas o ideas de la gente sin fe, sin moral y sin Dios, organizando la vida como si Él no existiera dándole importancia solamente a lo que le guste a nuestro cuerpo, al orgullo, o a la avaricia».
Es interesante la definición del P. Astete entre otras razones porque rápido nos lleva a pensar en lo que consideramos el principal vehículo actual de las máximas del mundo, aquello que Plinio Corrêa de Oliveira llamaba «tipos humanos».
Analicemos.
«Mundo» en lenguaje espiritual son las máximas del mundo alejadas de la fe cristiana. Pero no son sólo ellas expresadas de viva voz por las ‘gentes del mundo’, sino como que exudadas, ‘efluviadas’ (de efluvios) por sus formas de ser, de vivir, de sentir y de querer, y no solo de pensar.
Rey David por Pere Nunyes, Museo de Lérida, España |
Por ejemplo, imaginemos una cantante, católica, con música sugestiva y forma de ser carismática, pero que en su manera de vestir usa trajes no acordes con la moral. Ella está enviando a su audiencia múltiples mensajes: uno, el cristiano de la letra de sus canciones, pero también otro de rechazo a la moral católica que llama al pudor y a la modestia. Entretanto, si el conjunto de su personalidad es harto carismática, sus ‘fans’ querrán subconscientemente imitarla en todo, inclusive en sus trajes, y con ello entrará la corrupción en sus almas, pues el ser humano tiende a la coherencia de sus creencias con su forma de ser.
O pensemos en un televidente que siente una especial afinidad con el personaje de una serie de televisión, que es harto simpático, que más o menos pertenece a la generación del espectador, tiene gustos afines a los propios, se le ve muy feliz y ‘triunfa’ en la vida (por lo menos en la serie). Es fácil que el incauto televidente no lo quiera imitar solo en las cosas buenas sino también en las malas, como por ejemplo que no se acuerda en nada de Dios, que es de un naturalismo de antología y no se le ve rezar en ningún momento, y en lo de la misa dominical ni hablar… Poco a poco va entrando el ateísmo práctico en el alma de un televidente piadoso que admira personajes no piadosos, y ello porque somos seres fundamentalmente sociables, nuestros semejantes mucho nos influyen y no solo con sus palabras, sino sobre todo con su forma de ser, de vivir.
El mundo hoy habla sobre todo por la forma de ser de los personajes del ‘jet set’ exaltados por los medios de comunicación, sean personajes reales (farándula, celebridades y demás ‘bestiario’ local o global) cuanto los ficticios expuestos en filmes y series: ¡Cuidado con los medios de comunicación!!
Y para vacunarnos más contra esa nefasta influencia de tipos humanos del mundo (porque la primera recomendación ya está implícitamente dada, y es la de perder menos tiempo con los medios, y más bien hacer de nuestra vida una gran ‘novela’, una gran ‘serie’), pensemos en que debemos escoger de forma consciente nuestros propios tipos humanos a seguir.
El primero será el Señor, evidentemente. La Virgen, los santos, quienes son Dios aún más cercanos a los hombres, en cada situación concreta. Pero también otros, que a pesar de no haber logrado las cimas de la santidad, son verdaderos modelos de heroísmo, virtud, en muchos aspectos de sus vidas. Es decir, la invitación es a que escojamos nuestros modelos, y no dejar que sutil y satánicamente nos los imponga el mundo.
Y para ello poco recurso mejor que consultar la historia. La historia es maravillosa en cuanto buenos ejemplos se refiere.
Estamos leyendo por estos días, la bien escrita, aunque no ortodoxa ni mucho menos siempre justa «Historia de los Judíos» de Paul Johnson, en cuyas páginas desfilan -entre otras- algunas de las mayores luminarias del mundo antiguo, desde Abrahán hasta los Macabeos, pasando por Moisés, Isaías, Elías, Eliseo, David, Salomón, Isaías, Jeremías, etc., etc. Heroísmo, generosidades, horizontes cuasi infinitos, misiones casi imposibles de cumplir que se completan con la ayuda de la Divinidad, una relación trascendente y cercana con Dios, real, también miserias… pero ¡qué grandeza! ¡Qué descanso esas lecturas de los mensajes de este mundo corrompidito, sí, en diminutivo, pues son bien pequeños y con frecuencia ridiculitos los personajes del ‘jet set’, desde el futbolista de las 4 o 10 novias, la cantante de los 200 pares de zapatos que mucho se engordó, hasta el presidente degeneradito pero bailarín…
La invitación pues es a redescubrir la historia, primero la de los santos, buscando relatos que sean de fácil lectura, accesibles, amenos, que siempre los hay. La imitación vendrá por añadidura tras la admiración, como le pasó a San Ignacio.
Por Saúl Castiblanco
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