Redacción (Lunes, 18-09-2017, Gaudium Press) Al recorrer las páginas de las Sagradas Escrituras, nos deparamos con innúmeras recomendaciones e importantísimas afirmaciones dadas por el propio Espíritu Santo a fin de enseñarnos el camino correcto para llegar a la Patria Celestial. Detengámonos en un aspecto de los consejos que nos presentan los libros sapienciales: «No te apresures en abrir la boca; […] que tus palabras sean, por tanto, poco numerosas.» (Ecl 5,1) y» […] el hombre sabio guarda silencio» (Pv 11,12) No obstante, el dictado popular resumió en: «La palabra es de plata y el silencio es de oro».
¿Cuál es la grandeza del silencio?
Primeramente, el silencio no puede ser considerado solamente en su aspecto negativo – exclusión de palabras, pues el silencio también habla. Esta verdad es ofrecida por la propia experiencia, pues, en innúmeras ocasiones de nuestra vida, dejamos trasparecer lo que sucede dentro de nuestro interior a través, no solo de palabras, sino también del silencio. Con él afirmamos, negamos, consentimos, reprobamos y mostramos nuestra alegría o recriminación en relación a algo. El propio Nuestro Señor Jesucristo, en la hora de la crucifixión, después de dirigir aquellas extraordinarias palabras al buen ladrón, ofreció un frío silencio al mal ladrón, que tuvo más expresividad que un colosal discurso. 1
El silencio es un extraordinario instrumento capaz de transmitir, en varias ocasiones, más ideas que las propias palabras. Refiriéndose al Espíritu Santo afirma el Padre Plus: 2 «Habla sin articular palabras, y todos oyen su divino silencio (…) Sin necesidad de estar atento, oye la menor palabra dicha en lo más íntimo del corazón.» O sea, el silencio es perfectamente interpretado por Dios, siendo uno de los medios que Él más usa para relacionarse con sus criaturas y revelarles maravillas que apenas pueden ser entendidas en la sacralidad y tranquilidad propias al silencio.
Para vivir de Dios, con Él y para Él, las personas, siempre que posible, abandonan el bullicio del mundo y abrazan el aislamiento.3 San Jerónimo cuenta que David, en su infancia, huía de la agitación de la ciudad y buscaba la soledad de los desiertos. Y las Escrituras nos cuentan que Judit tenía, en la parte más elevada de su casa, un cuarto recogido donde permanecía encerrada con sus fieles siervas (Jt 8, 5).
¿Pero qué son estas maravillas que Dios nos revela a través del silencio? ¿Qué él dice en nuestros corazones? ¿A qué nos invita? Cierta ocasión, Monseñor João Clá Dias aclaró a sus hijos espirituales:
«¿Qué dice el silencio? […] Escúcheme porque el timbre de mi voz es grave y suave. Escúcheme porque lo que tengo para decir eleva el alma, descansa y entretiene. Escúcheme porque mis palabras ponen en su alma un cierto refrigerio, una cierta luz, una cierta paz que usted había olvidado que existe y que ahora cuando habla con usted, lo llama para maravillosas soledades que ya había perdido el recuerdo y las saudades. A la fuerza de hablar con el silencio, usted mismo comienza a ser uno de aquellos que, por el silencio, habla, su silencio interior hace oír palabras y usted comienza a entender, a decir dentro de sí mismo que no es un recuerdo que eso trae, es una esperanza, son los días venideros que lo aguardan».4
San Juan de la Cruz nos recuerda: «Una palabra pronunció el Padre, que fue su Hijo, y esta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída por el alma».5 Y así, las virtudes serán practicadas más fácilmente conforme afirma San Rafael Arnaiz:
«Es el silencio que nos hace humildes, que nos hace sufridos; que, al tener sufrimientos, nos hace contar solamente a Jesús para que Él también, en el silencio, nos cure sin que los otros sepan […] El silencio es necesario para la oración. Con el silencio es difícil faltar con la caridad; con él se agradece, más que con palabras, el amor y cariño de un hermano […]».6
Y San Bernardo declara: «Es el silencio guardián de la religión, en él está nuestro vigor».7
Por tanto, el silencio es indispensable para escuchar a Dios y acoger su comunicación. Él nos invita a permanecer en un estado de espíritu profundo, claro y elevado para que, oyendo sus sabios consejos, vivamos santamente en una convivencia digna y sublime, no solo con los hombres, sino principalmente con Aquel que nos creó.
Por Gabriela Victoria Silva Tejada
1 Cf. Id. Devoção ao sagrado Coração de Jesus. In: Dr. Plinio. São Paulo: Ano XIV, n. 155, feb. 2011, p. 10.
2 PLUS, SJ, Raúl. Cristo en nosotros. Barcelona: L. Religiosa, 1943, p. 153.
3 Cf. Imitação de Cristo, Liv. I, c. 20, m.1.
4 CLÁ DIAS, Jõao Scognamiglio.A seriedade e o silêncio que proclamam: Retiro. São Paulo, jul. 2002.
5 Obras Completas, BAC, Madrid, 1946, p. 1200.
6 SAN RAFAEL ARNÁIZ. Hermano Rafael Arnáiz Barón Obras completo. Burgos: Monte Carmelo, 2002, p. 291.
7 Cf. SAN BERNARDO DE CLARAVAL. Domenica prima post octavam Epiphaniae. Sermo 2, 7. «silentium scilicet, custos religionis, et in quo est fortitudo»
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