Redacción (Jueves, 21-09-2017, Gaudium Press) Fue años atrás que adquirimos una bien impresa actualización de la espectacular obra de Auguste Racinet «Le Costume Historique», El Traje Histórico, publicada originalmente en 1888 en París. Con 500 planchas coloridas y bellamente elaboradas, Racinet hacía una recopilación hasta el momento inédita de variados trajes del mundo de las más diversas épocas históricas.
‘Medievalófilos’ que somos -aunque no exclusivistas de esa monumental época histórica- fuimos rápidamente a la sección de trajes de los siglos 13 y 14.
Por ejemplo los de la plancha de arriba. Se trata de vestimentas de un hombre de armas, de nobles, de eclesiásticos de bajo rango, de músicos, si mal no recordamos la masa de plata corresponde a una insignia de un oficial de justicia. Túnicas largas, ‘culottes’, algunos de vivo carmesí, mangas amplias, mantos, sombreros y tocados de amplia variedad. Esa es solo una de las muchas placas del libro de Racinet sobre la Edad Media. ¿Qué podemos decir de estos personajes?
Por ejemplo, si nos referimos al tal vez más simple, el hombre que toca el laúd en el centro y que porta un culotte color gris oscuro, no dejaremos de notar la sencilla pero real elegancia, y a la par de la sobriedad y casi parquedad de los colores, diremos que el traje tiene el brillo adecuado a su profesión de músico y tal vez cantante.
Los trajes de la hilera superior son más elaborados. Está por ejemplo el manto flordelisado recubierto internamente con piel de armiño que caracterizó ciertos cuadros de los reyes de Francia del renacimiento, manto que vemos aquí surge en la ‘oscura’ Edad Media. Sorprende la vivacidad de los colores, que representaron un feliz contraste con la monotonía de los tonos en el paganismo. Los hombres no temen los colores vívidos, que no menoscaban en nada su virilidad. Estos hombres manifestaban su alegría de vivir en los trajes que usaban. Surgieron también por esta época las coronas sobre las que se montan florones, que después se cerraron en cúpula cuando eran coronas reales.
En los trajes de estos hombres, en los que aún corría reciente la sangre de los bárbaros, hay notas de delicadeza y finura discreta que impresionan, como por ejemplo las puntas en los pies. Es claro que el sargento de armas no las tiene, pero sí los otros trajes que son portados en los diversos ambientes civiles. También sorprende la variedad en las formas y figuras, en medio siempre de una cierta sobriedad. Es una sensación paradójica la que se tiene cuando se contemplan estos trajes de hombres: la de elegancia, diversidad, alegría, leveza y al mismo tiempo seriedad y sobriedad. Entretanto, hemos de decir que ellos no vivían para que los observaran, no eran maniquíes, simplemente querían reflejar en sus vestimentas la dignidad de sus oficios y de sus personas.
Contemplemos la placa de arriba, la versión femenina de los caballeros anteriormente observados.
Los comentarios a estos trajes serían análogos a los ya hechos de los vestidos de los hombres, agregando simplemente una mención al recato y el pudor con el que se visten las damas, y la constatación de una mayor elaboración en los adornos, propia al espíritu femenino. El medieval no temía el color, tenía un como que gusto inocente y primaveril del hallazgo y la exposición del color. Unas palabras merece sí el característico y bello sombrero femenino cónico del que cuelgan los típicos velos, que son como que el misterio del traje, de la figura y de la persona. Sombrero austero pero genial.
¿Qué hemos intentado hacer arriba? No un comentario de modas, sino un acercamiento a una mentalidad a partir de unos trajes, pues si bien el hábito no hace al monje, sí lo viste y también lo expresa.
Los trajes de arriba reflejan una mentalidad opuesta a la agitación y a la irreflexión, son trajes de contemplativos. Se tiene la idea hoy de que lo que no es un corre-corre agitado es triste o aburrido: los trajes de arriba desmienten completamente esa idea. A pesar de la vivacidad y la riqueza de los detalles, no se puede hablar de una exuberancia exagerada, no: Allí hay templanza, alegre y serena. Hombres y mujeres así vestidos son monumentos, pero no grises ni pesados, son monumentos agradables de ver, como son los castillos y las catedrales de la Edad Media.
Unos trajes, unas mentalidades, en las que sobre todo resalta la dignidad del ser humano, dignificado por el Dios-Hombre, vivo, muerto y hoy resucitado. Qué diferencia con otras modas que nos circundan…
Por Saúl Castiblanco
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