Redacción (Lunes, 25-09-2017, Gaudium Press) ¿Quién nunca se detuvo delante de un bonito animal y deseó casi instantáneamente prolongar los deleites de aquella visión placentera sacando una fotografía? Pocos, por cierto, si es que hubo alguien. Con todo, a pesar de ser grande el contingente de los observadores, no muchos de entre ellos están dispuestos a hacer al respecto de eso un análisis profundo, buscando saber de dónde se desprende este encanto que tanto los atrae.
Hay en el universo un número incontable de seres. Cada cual posee características que lo distinguen de los demás, es fácil notar. Para observantes sin experiencia, estas características podrían parecer un error considerable dentro de la naturaleza, pues provocan la superioridad de unos en relación a otros. Así, un pájaro repleto de colores, que a la luz del sol expone su penacho y reluce a veces más intensamente a veces menos, prendiendo a sí las miradas hasta incluso de los más desatentos, es objeto de preferencia en relación a otro, bello por su porte y elegancia, pero simple en la coloración.
De hecho, queda patente la existencia de cierta superioridad, sin embargo esto no constituye error alguno. La desigualdad en la creación, al contrario de traer un mal, acentúa lo que en cada ser es reflejo de Dios, y, además de eso, proporciona al hombre la posibilidad de subir del «menos bueno» al mejor, sucesivamente, y de esta forma alcanzar el Bien absoluto. Da también vivacidad a la vida en esta tierra que tan monótona sería si compuesta de seres idénticos, sin cualquier diferenciación. Es además uno de los factores esenciales para obtener el pulchrum, visto que algo puede ser bello de diversas formas: de pavo real, ave tan rica en esplendores y exuberancias se podría perfectamente decir que representa la belleza en la variedad, mientras del cisne, centro de un blanco sintético, noble y distinto, la belleza en la unidad.
En fin, la naturaleza llena de atractivos para quien la contempla no esconde los secretos de su hermosura. Generosa, no teme repartir los tesoros con los cuales seduce y envuelve las almas admirativas. Es ahí el precioso principio que siempre la adorna: la desigualdad.
Por: Ítalo Santana.
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