Redacción (Viernes, 29-09-2017, Gaudium Press)
«La vida de todo hombre es un cuento de hadas, escrito por las manos de Dios»
Esta frase que pertenece al famoso cuentista, Hans Christian Andersen, si es analizada con profundidad puede traernos una cierta perplejidad. Y a su vez de esta puede nacer el cuestionamiento de si la realidad en que vivimos es como que la suprema «fantasía de Dios», que dentro de una infinidad de posibles realidades fue elegida para existir.
Pero, ¿será que la creación de Dios es mejor que cualquier otra realidad que nosotros podamos imaginar?
Una cuestión difícil de resolver
Una pregunta quizás no tan fácil de responder, pues ¿No sería mejor un mundo donde todos los hombres viviesen como en los cuentos de hadas, en magníficos palacios? ¿Que pudiésemos volar deliciosamente sobre criaturas fantásticas, como leones alados, grifos, pegasos, o alfombras persas, maravillandonos con parajes exóticos? ¿O que tal si la magia existiera, como en la fantasía, y con singulares poderes pudiésemos convertir las piedras en pan, o en dulces paradisíacos que pudiésemos compartir con toda la humanidad?
Desde este punto de vista podemos llegar a concluir que efectivamente el mundo en que vivimos podría ser mucho mejor. ¿Pero se puede afirmar esto sin negar la sabiduría y perfección de la creación de Dios?
En última instancia, inevitablemente y paradójicamente nos vemos ante la siguiente pregunta: ¿Es superior la capacidad creativa de Dios o la de los hombres?
Dios no sería Dios si no crease con perfección
La lógica nos dice que en Dios, ser Absoluto y Perfecto no puede haber la menor mancha o imperfección en su actuar, y que de sus manos creadoras solamente puede salir una obra en su conjunto perfecta. Y así lo es. La creación, compuesta en su mayoría de criaturas perfectibles, es en su conjunto óptima como nos dice el libro del Génesis:
«Vio Dios cuanto había hecho y era muy bueno» (Gen 1: 31)
Por eso Santo Tomás de Aquino afirma que a excepción de Jesucristo, María Santísima y la Visión Beatífica, toda criatura podría ser más perfecta, pero a su vez la creación en su conjunto no es perfectible.
Pero entonces, ¿Tenemos que aceptar que la realidad en que vivimos, en que existe tanta tragedia, pobreza, enfermedades, peligros y en fin, tanto sufrimiento, es la realidad más perfecta? ¿Cómo entender esto?
En la tierra de exilio
Esto es algo que solamente se puede entender desde una perspectiva católica, y esta es una de las tantas luces de la Iglesia, que claramente nos muestran como esta es la única Fe verdadera.
La Iglesia nos enseña que el hombre fue creado para conocer, amar y servir a Dios durante toda la eternidad, y que por lo tanto, su fin último es la Felicidad, la bienaventuranza eterna.
Pero esa bienaventuranza debe de ser conquistada, y mientras estemos de paso en esta tierra de exilio, bajo el yugo del pecado original, nuestra vida se desarrollará en un verdadero campo de batalla. Y en este valle de lágrimas solamente encontraremos la verdadera alegría y la paz en aceptar nuestra cruz con amor, teniendo siempre nuestro ojos puestos en la eternidad.
Luchando contra dragones
¿No sé si alguna vez se pusieron a pensar en qué aburridos y monótonos serían los cuentos de hadas si no hubiese en ellos magníficos héroes, grandes batallas o acciones épicas? Y tampoco tendrían gracia sin la existencia de personajes malvados, brujas, ogros, duendes, dragones y otros seres…, sin los cuales los héroes de nuestras historias no tendrían la gloria de luchar y vencer.
G.K. Chesterton supo bien resaltar una de las grandes virtudes pedagógicas de los cuentos de hadas al afirmar lo siguiente:
«Los cuentos de hadas no les enseñan a los niños que los dragones existen. Los niños ya saben que los dragones existen. Los cuentos de hadas les enseñan a los niños que los dragones pueden ser vencidos»
Todos desde la más tierna infancia tenemos luchas, batallas que vencer y estas no se acaban mientras estemos en el exilio terrenal, principalmente las luchas contra ese «dragón» que todos llevamos adentro, mejor llamado concupiscencia, que nos impulsa al mal y quiere nuestra propia destrucción. ¡Y como olvidar la tan real lucha contra la antigua serpiente, el dragón infernal, mucho más temible que cualquier monstruo de fantasía! Por eso siempre es esperanzador recordar que cualquier dragón con la gracia de Dios puede ser vencido.
Y quizás este sea el más verdadero aspecto de la fantasía, y la más resplandeciente luz que surge de los cantos de gestas heroicas y gloriosas batallas que los antiguos bardos proclamaban y con el tiempo se convertían en leyendas.
Recordarnos que no merece la gloria quien no luchó, y venció. «Quien vence sin lucha, triunfa sin gloria» decía Paul Claudel. El cristiano está llamado a «combatir el buen combate», combate contra sí mismo, el demonio el mundo y la carne. Una verdadera búsqueda de la perfección en el cristianismo, exige que seamos héroes, pero que a diferencia de los de los cuentos de hadas, alcanzan la gloria, encuentran la luz y son coronados, cuando toman su cruz, abrazan el sufrimiento y siguen a aquel Dios que en su infinito designio de amor, nos dio Él primero el ejemplo.
La fantasía de un Dios hecho hombre
J.R.R Tolkien, quizás uno de los más famosos escritores de fantasía que han existido, fervoroso católico, cierta vez explicaba que para él, una prueba evidente de la veracidad del Cristianismo, es que ninguna mente humana por más creativa que fuese, sería capaz de imaginar la «fantasía» de un Dios que se hace hombre para muriendo en una cruz redimir la humanidad.
La «fantasía» de un Dios que se hace pequeño, humilde y pasa frío en una gruta. Que vive en una familia toda singular, toda pura e inmaculada, creciendo en sabiduría y santidad, hasta el día en que desde su perfecta humanidad, manifieste su divinidad, superando así las expectativas mesiánicas de todos los hombres. ¿Quién podría imaginar que el Cordero de Dios, para la redención de la humanidad sería el propio Dios?
¿Que mente humana sería capaz de sugerir la idea de un Dios que en una «locura de amor» derrama hasta la última gota de su sangre en una cruz? Con certeza nadie.
Eso solo puede ser fruto de la perfecta «fantasía» de Dios.
Pidamos confiantes a María Santísima que algún día podamos ir al cielo y contemplando las inagotables maravillas, luces y esplendores, que no somos capaces de imaginar, mejor dicho, ni siquiera vislumbrar, podamos comprobar que la fantasía de Dios es infinitamente superior a la de los hombres. Y así como en los cuentos, aunque con mucha más propiedad, Dios mismo pueda escribir sobre nosotros en el «Libro de de la Vida», en nuestro cuento sin fin: ¡Vivió feliz para siempre!
Por Santiago Vieto
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