martes, 26 de noviembre de 2024
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No, no es fantasía

Redacción (Sábado, 28-10-2017, Gaudium Press) Visitamos en días pasados con un querido amigo el Parque Jaime Duque, parque temático ubicado a unos veinte kilómetros al norte de Bogotá, que entre sus interesantes atracciones tiene una réplica 1 a 1 del Taj Mahal, un gigantesco pabellón llamado el Museo del Hombre -que en 113 escenarios narra la historia de la humanidad desde las civilizaciones más antiguas hasta la actualidad-, un Museo de Trajes del Mundo, un pequeño parque con las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, y algunas otras excelentes variedades como un zoológico a la manera de bioparque, una réplica exacta de un famoso bergantín, un buque que participó del asalto a Normandía…

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Es un bello lugar para ir en familia, y de hecho había muchas familias el día de nuestro paseo. Es un sitio adecuado para ir fomentando en los chicos el interés por la historia, ampliar horizontes, etc., etc.

Pero, ¿por qué constatamos siempre que vamos a un sitio de estos, que los niños indefectiblemente están mucho más alegres que sus padres? Podría decirse que para los niños todo allí es novedad, mientras que para los padres no; la novedad comporta sorpresa, y cuando la sorpresa es buena florece la alegría. Entretanto esto no es cierto: muchos padres visitaban por primera vez el parque, igual que sus chicos, y en estos siempre habitaba la sonrisa, mientras que en los otros no.

La razón es la siguiente: Existe en el niño una tendencia a la arquetipización, a la mitificación de los seres que encuentra, tendencia que lamentablemente ya no está tan presente en los adultos. De alguna manera misteriosa pero muy real, los niños que contemplaban la réplica del Taj Mahal o que visitaban el castillo medieval del Parque Jaime Duque no veían las posibles carencias de tal castillo, sino que estaban observando un castillo mítico, un castillo de fábula, con-dicente con todos los castillos que habrán visto en su vida, pero sobre todo ligado a la idea del Castillo Arquetípico que hay en sus almas. El niño en un parque de este estilo, no está solamente en el parque, sino que se encuentra también de paso por un reino encantado y de ahí su alegría.

¿Se miente a sí mismo el niño que está en ese estado de espíritu? La tendencia de cierto tipo de adulto «maduro» es a responder que sí. Pero esa respuesta se aleja de la verdad.

Las realidades terrenas, incluso las más bellas, no son sino meros reflejos -por ejemplo- de realidades mucho más maravillosas que hay en el cielo empíreo, o son meras pobres realizaciones de ideas divinas perfectísimas que habitan en la Esencia Divina. El castillo perfecto de esta tierra -un Chambord- no es sino una forma de realización concreta muy perfeccionable del Castillo Perfectísimo, aquel que está en la Mente de Dios. De una manera misteriosa, pero muy real, el niño al tomar contacto con los seres, alcanza las ideas perfectas de Dios y esto es lo que le produce alegría.

Esa tendencia infantil a la arquetipización, sufre un grave menoscabo cuando se enfrenta a ciertas mentalidades «prácticas», a veces sus propios familiares, que ya van susurrando a los niños que el secreto de la vida es saber cómo conseguir dinero, placer y prestigio, y que lo demás -particularmente la alegría que siente el niño de vivir en un mundo perfecto, rodeado de seres que le hablar de perfección mítica- es mentira. Ese tipo de mentalidad es asesina de la inocencia.

¿Qué es para un niño inocente una bola de cristal? Es una pequeña gran maravilla: él la mira una y otra vez, contempla su azul, la compara con otra más colorida, o más grande, y se encanta con esa canica mientras ve de cierta manera en ella la bola arquetípica. ¿Qué es para mucho adulto esa misma bola de cristal? Una estúpida, simple y barata bola de cristal. Y sin embargo ese adulto no tiene la razón, es un ciego, no ve la realidad que está más allá de la realidad, y que es más real que la propia realidad pues toca en Dios.

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¿Qué fue lo que hizo que la realidad solo sea la bruta realidad para el adulto? Básicamente, fue un proceso de apagamiento de ese sentido de Dios en el universo, que partió de su egoísmo. Ante el encanto que sentía en las cosas, él no se encantó con la maravilla por ser maravilla sino que la quiso exclusivamente para sí, y no se dio cuenta que con ello cortaba la primordial función «puente» de la bola de cristal, que era mostrar la bola de cristal arquetípica que hay en el Cielo Empíreo, aquella que corresponde a la idea divina de la bola de cristal perfecta.

Para restaurar ese instinto de la arquetipización, es primero pedir a Dios, y luego irse dejando encantar generosamente, sin egoísmos, que la gracia hará el resto.

Por Saúl Castiblanco

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