Redacción (Martes, 07-11-2017, Gaudium Press) Estando en una de esas gigantescas y características librerías americanas, en las que al lado de no poca inutilidad se encuentran en ocasiones verdaderas maravillas, nos deparamos un feliz día con un libro que «nos llamaba», que pedía que fuese contemplado. Se trataba de ‘Royal Palaces’ (Palacios Reales), obra editada por M. Morelli, que contiene relatos y excelentes fotografías de 24 de los más famosos palacios y castillos del Mundo, desde Fontainebleu hasta Caserta, de Versailles a Charlottenburg.
Realmente la obra brillaba por su altura, por su calidad. Adquirimos dos ejemplares, uno para regalar a unos queridos amigos en Chile y otro para la sede de los «Caballeros de la Virgen» en Bogotá.
Kremlin – Foto: Pavel Kazachkov |
Años después, el recuerdo de los entusiasmos vividos en la contemplación del libro hicieron que pidiéramos un nuevo ejemplar a los EE.UU. Tras recibirlo, fuimos directamente a lo que recordábamos como el objeto de algunos de nuestros mayores maravillamientos: ciertas estancias del lindo complejo arquitectónico llamado Kremlin.
Centro del corazón de Rusia, el término Kremlin despierta aún en el espíritu el recuerdo de los siniestros fantasmas del comunismo. Su nombre se tornó sinónimo de tinta madre de la maléfica dictadura del proletariado, y ciertamente los ángeles caídos que ahí habitaban aún dejan su impronta.
Entretanto, lo cierto es que contemplando ciertas estancias o corredores del Gran Palacio o aspectos por ejemplo de cúpulas de iglesias como la Catedral de la Dormición, tuvimos la sensación de estar en presencia de algunos artes del cielo que hasta ese momento nos eran desconocidos. Cúpulas doradas y encebolladas de belleza sin igual, que a pesar de gigantescas tenían la levedad del humo, lo pinacular del más bello color, la inocencia pura de la tierna infancia que les dio la forma de cebolla. Cúpulas que superaban en su sublimidad la simetría a veces monótona de Occidente, y que parecían decirnos a nosotros hijos de Roma que mientras buscábamos la perfección humana ellos ya volaban en las regiones de la fábula inimaginada. O por ejemplo, el cuarto de la Duma (Parlamento) de la época de los zares, de vitrales y frescos con figuras doradas en su bóveda, coronadas en el centro por una imagen de una hierática Madonna con su Niño, qué maravilla. O el cuarto de la zarina, en el Palacio Terem, de bóveda que tiene algo de gótico, algo de románico, algo de no sé qué, con sus muros que ostentan una singular decoración floral sobre verde pistacho, con su cama austera y elegante de talla en madera con cuatro columnas sosteniendo su techo. Etc., etc.
Foto: Murray Foubister |
En el momento en que retomamos el libro esas alegrías revivieron en algo en nuestros espíritus.
Y ahí recordamos la enseñanza de Plinio Corrêa de Oliveira:
De cuando en vez Dios visita nuestras almas, regalándonos momentos con tintes místicos en la contemplación de ciertas realidades terrenas. Son «ventanas» que se abren, en las que Dios muestra algo de su esencia, con la «excusa» de bellas realidades que aquí se encuentran. Cumple al hombre, después de que pasa el encanto, recordar ese encanto, buscar definirlo, buscar cuál es el principio sublime que ese encanto nos enseña y construir a partir de esos encantos una red de principios que serán la «estructura» que nos fortalecerá en la virtud.
Por ejemplo, cuando contemplamos el Salón de la Duma, podemos decir que las reuniones que allí se realizaban ameritaban esa belleza. Dar leyes a los hombres es una labor de mucha responsabilidad, pero también sublime, pues es imitar al Gran Legislador divino. Es acorde pues con esa alta función, que el salón tenga una decoración muy bella y austera, con tonos oscuros, y también es acorde que la bóveda esté coronada por una imagen seria de la Virgen, que es Madre del pueblo, y que vigila con su mirada que en su labor los parlamentarios sólo se rijan por la búsqueda del bien común.
O cuando contemplamos el cuarto de la zarina, es con-dicente con la delicadeza de las flores y del verde, el honrar la delicadeza de la primera dama de la nación. Pero la zarina no es solo delicada, también es regia, y el mobiliario da cuenta de ello, simboliza eso. Que no son sino símbolos de Dios, que es delicado y fuerte, sutil y regio.
Y así por delante, porque la vida en esta tierra debe ser una escuela que nos prepara para el cielo. Y las cosas que Dios pone a nuestro alcance aquí en la tierra, tienen oculta pero real esa enseñanza que nos enseña lo que será vivir en el cielo; y Dios constantemente nos va dando esas enseñanzas.
Por Saúl Castiblanco
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