Roma (Jueves, 16-11-2017, Gaudium Press) Muchas especulaciones se han tejido sobre la pronta muerte del «Papa Veneciano» (Juan Pablo I fue Patriarca de Venecia), quien solo permaneció 33 días en el solio de San Pedro.
Entretanto, con la declación de Venerable hecha en estos días por el Papa Francisco, algunos hechos pueden salir ahora a la luz, pues estaban cubiertos por el secreto profesional, revelándonos que los ríos de tinta novelesca corridos para explicar fantasiosamente la pronta muerte del Papa Luciani, podrían haber sido empleados en mejores fines.
Cuenta Stefania Falasca, periodista y vicepostuladora de la Causa de canonización, que la noche del 28 de septiembre de 1978 la última persona que vio al Papa, la hermana Margarita Marin, lo observó «sereno». Al día siguiente ella, junto con la hermana Vincenza Taffarel, lo descubrieron muerto, con la lámpara de su mesa de noche aún encendida, dando la sensación que el deceso se produjo mientras leía.
El acta del Dr. Renato Buzzonetti, quien atendió en primera instancia el cadáver del Papa Luciani, narra que hacia las 19:30 horas de ese memorable 28 de septiembre, el Papa había sufrido «de un episodio de dolor localizado en el tercio superior de la región del esternón, que duró cinco minutos, que se produjo mientras él se encontraba sentdo y se aprestaba a recitar las completas con el Padre Magee (secretario del Papa), y que disminuyó sin ninguna terapia». Ese dolor, prenunciativo, no había entretanto suscitado ninguna alarma. Poco después fallecería.
Las conclusiones de los médicos que tuvieron que ver con el análisis de la muerte de Juan Pablo I concluyen que fue una «muerte súbita», víctima en otras palabras de un infarto, una muerte natural… Dice la periodista Falasca que si se hubiesen revelado con anterioridad los documentos que hoy se conocen, menos especulaciones se hubiesen tejido, tras las relaciones de «dolores recurrentes precordiales, sentidas por el Papa y subestimados por él», reseñadas por el Dr. Buzzonetti.
El peso de un pontificado no es poco para los hombros de cualquier ser humano, por santo, sabio y experimentado que sea. Tal vez ese peso aceleró un proceso cardiaco que ya venía en tránsito. Una consideración que si valida, nos mueve a rezar por el Papa. (SCM)
Con información de Famille Chrétienne
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