Redacción (Viernes, 17-11-2017, Gaudium Press) Es de toda evidencia que ante el Santísimo Sacramento se debe tomar una postura reverente, y al decir esto, se dice poco: ¡la cita es con el mismo Dios!
La dignidad en el vestido, la sobriedad en los movimientos, la circunspección en el hablar, hasta el cuidado de silenciar el celular, en fin, todo eso, son atenciones y actitudes que se imponen.
En la liturgia de la Misa, la Iglesia manda que se adopten ciertos gestos y posturas porque son propios para reconocer el misterio que se celebra. No se está ante un espectáculo, tampoco en un pasatiempo y mucho menos en una diversión. Por más que la compañía del Señor nos llene de gozo, la dimensión mistérica no puede dejar de considerarse como prioritaria.
De esta forma, con la postura corporal y el decoro, estaremos haciendo realidad la participación inteligente y fructuosa que pide la celebración del misterio cristiano. Ese cuidado la Iglesia lo quiere no solo para las celebraciones comunitarias; también vale para la adoración personal silenciosa o en pequeños grupos.
La Instrucción General del Misal Romano (que recoge las normas para la celebración de la Misa) nos dice algo muy importante: «La postura uniforme, seguida por todos los que forman parte de la celebración, es un signo de comunidad y unidad de la asamblea, ya que expresa y fomenta la unidad de todos los participantes».
Nada más gauche y hasta chocante que, en medio de la Misa o de la adoración eucarística, una persona se destaque por sus actitudes originales y llamativas como por ejemplo postrarse en el suelo ostensivamente o platicar en voz alta, o cosas por el estilo. Qué las hay. En el culto a Dios debe primar la consideración de Su divina majestad y no los sentimientos del adorador. Es claro que habrá particularidades propias a regiones con tradiciones diferentes; como por ejemplo, en ciertas regiones del Oriente, el sacarse el calzado o el cubrirse la cabeza…
En todo caso, las posturas corporales ante la Eucaristía son básicamente tres: estar de rodillas, estar de pie y estar sentado. Estas modalidades no son exclusivas, habrá otras; pero estas son las más apropiadas.
Parecería una banalidad decir algo tan obvio. O una mezquindad llegar a esta puntualización, una vez que lo principal no es lo que se ostenta sino lo que se lleva adentro. Es verdad, por ejemplo, qué más importante que estar sentado o de rodillas, es haber pasado por una buena confesión para poder acercarse al Señor con una conciencia limpia. Por supuesto que esto vale más que la calidad del vestido o de la posición del cuerpo.
Pero resulta que la compostura no reina de los días que corren y la educación está en caída libre. No es raro ver en momentos importantes y solemnes del culto, hombres con las manos en el bolsillo o personas hablando por teléfonos dichos «inteligentes»…
Estar de rodillas, de pie o sentado son posiciones adecuadas que responden a razones de fe, históricas y de estética.
La postura de rodillas es penitencial, de arrepentimiento y de humildad. San Basilio dice que así se muestra cómo el pecado nos ha derribado por tierra. Pero no es solo penitencial, es de oración y súplica. En el Nuevo testamento hay varias referencias de cuánto los cristianos primitivos, especialmente San Pablo, se ponían de rodillas. El Apóstol llega a decir «por eso doblo mis rodillas ante el Padre (Ef. 3, 14).
El estar de pie es la postura propia del sacerdote pero también de los fieles en las celebraciones litúrgicas, especialmente en la espiritualidad del Oriente, de donde nos vino el cristianismo. Levantarse y ponerse de pie ante una persona que se quiere honrar es la actitud adecuada. Estando de pie, como que ponemos a nuestro cuerpo en dirección al cielo, tensionados para alabar al Señor. Es una actitud de escucha. Hoy en día, lo normal es escuchar una exposición sentado, estando de pie el que habla. Pero antiguamente no era así: el maestro o disertante se sentaba en su cátedra y la gente le oía, apiñada o distante, de pie.
Estar sentado ayuda a distenderse y facilita la meditación. Las lecturas en la Misa (salvo el Evangelio) se escuchan estando sentados. Así estaba María Magdalena a los pies del Señor, y así el propio Niño Jesús en medio de los doctores de la ley.
Ahora, sucede que nuestro cuerpo suele padecer molestias, especialmente cuando se va entrando en años. Es importante que el cuerpo no sea un obstáculo a la oración, tiene que ser un «aliado». Según las circunstancias, a veces tenemos que saber domarlo y otras veces hay que entrar con él en un acuerdo diplomático… Queremos estar de rodillas pero la molestia es grande? Nos sentamos. ¿Estamos sentados y nos tienta el sueño? Nos ponemos de pie.
Ama Deum et fac quod vis, «ama a Dios y haz lo que quieras», sentenció San Agustín. Esta es una regla de oro. Si amamos a Dios o, al menos, si deseamos amarlo seriamente, haremos necesariamente las cosas bien, inclusive hasta en los mínimos gestos.
Por su parte, el autor de estas líneas puede testimoniar que esto es lo que aprendió y se empeña en vivir en la comunidad de los Heraldos del Evangelio de la que hace parte. El carisma de los Heraldos se ve muy bien expresado en el sublime mandamiento: «Sed pues perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto.» (Mt. 5, 48). ¡Estemos «perfectamente» ante el Señor!
Por el P. Rafael Ibarguren, EP
(Publicado originalmente en www.opera-eucharistica.org)
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