Redacción (Jueves, 23-11-2017, Gaudium Press) La filosofía del conocimiento, el estudio de cómo se produce el conocimiento, es una de las ramas de la filosofía en la que más se ha profundizado a lo largo de la Historia. ¿Cómo conoce el hombre? ¿Es posible llegar a un conocimiento cierto? ¿Cómo se consigue eso? Los anteriores interrogantes corresponden a un instinto muy profundo que hay en el ser humano y es el del deseo de conocer, de llegar a la verdad.
Decimos pues que sobre eso se ha profundizado mucho, por caminos rectos y también por caminos torcidos.
En la filosofía clásica, no sabemos de algo más perfecto en estos campos que las consideraciones de Santo Tomás de Aquino basado en Aristóteles, equilibradas y luminosas, considerando al hombre como lo que realmente es, un compuesto de alma y cuerpo, y en el que se mezclan por tanto elementos sensibles e intelectuales en su proceso de conocimiento: El hombre conoce con sus sentidos sensibles las exterioridades de los seres y por un proceso interno que llega hasta la abstracción, arriba a la esencia de las cosas. Después de contemplar varias sillas el hombre conoce a ese elemento como un objeto que se usa para sentarse, reposar, haciendo abstracción de las particularidades de las diversas sillas para llegar a la noción, a la idea abstracta de silla.
Por todo lo anterior, cualquier postulado verdaderamente novedoso sobre la materia es importante en extremo, y eso es lo que ha aportado, en esa como en muchas otras áreas, Plinio Corrêa de Oliveira.
Afirmaba él que a la par del conocimiento de tipo abstractivo, existe un conocimiento de tipo fundamento-«arquetipizante».
Cuando el hombre, después de haber contemplado por ejemplo varias sillas, comienza a considerar la silla más perfecta de todas las sillas posibles, concibe de esta manera un «arquetipo», que es diferente de una abstracción.
Este arquetipo me permite conocer las posibilidades que este tipo de cosas tienen, y con ello completa el conocimiento abstractivo. Y además también me habla de la esencia de la cosa, de una manera diferente que el conocimiento abstractivo, pero muy real. Por ejemplo, si se concibiese la naranja «arquetípica», con el color, tamaño, textura y sabor perfectos, se conocería algo de la naranja en cuanto naranja, de la esencia de la naranja que no se conocería de otra forma, ni incluso con el conocimiento abstractivo. Es un tipo de definición con características sensibles, pues se estaría imaginando una naranja con elementos sensibles muy reales pero perfectos.
Este conocimiento «arquetipizante» no reniega en absoluto de la «intelectualidad», porque de hecho para concebir la silla perfecta hay que realizar ciertas operaciones intelectivas, como ver de qué manera se mezclan ciertas cualidades, como se establecen armonías, como se forman conjuntos arquetípicos. Pero sobre todo esta operación arquetipizante no reniega de la sensibilidad.
Estas nociones-arquetípicas son muy profundas, muy fundamentales, pues son un acercamiento a aquella que en la Esencia Divina da fundamento por ejemplo a las sillas: la perfección de Dios es la causa de los seres, y si nos acercamos a esas perfecciones de Dios nos acercamos a los fundamentos de los seres y por tanto a la esencia más profunda de los seres.
Esa «noción-arquetípica» es la aproximación a la Esencia Divina por la vía de la belleza: mientras más bella la noción, la arquetipía es más cercana a Dios. Es un conocimiento a través de la belleza, y por tanto también de la sensibilidad.
Maravilloso. Inédito. Elemento para múltiples y fantásticas profundizaciones.
Por Saúl Castiblanco
Deje su Comentario