jueves, 21 de noviembre de 2024
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Ángeles caídos sobre familias destruidas

Redacción (Jueves, 30-11-21017, Gaudium Press) Un destacado periodista y escritor dedicó en el 2005 un reportaje (1) al asombroso caso de la bonita joven rica e inteligente de 22 años que se quitó la vida en el lujoso apartamento de su familia ubicado en el mejor edificio de un opulento barrio de la ciudad.

Estudiaba en la universidad más costosa y reconocida del país. Mejor no podía vivir. Escuchaba música rock con letras satánicas, era seguidora de Charles Manson, leía libros de Crowley y Lavey, vestía siempre de negro y se pintaba las uñas y los labios con el mismo color. Como era hija de papá acomodado viajaba cada año a pasar temporadas en san Francisco para asistir a rituales esotéricos. Su hermano aseguró al escritor que alrededor de ella se sentía una atmósfera bestial extraña, algo o alguien que la acompañaba y que ella decía ver con frecuencia. Pero papá y mamá entregados a hacer dinero, vida social y relacionarse con lo más prestante y representativo de la política nacional, no se percataban de lo que la hija estaba haciendo, hasta que un día clave señalado por el calendario satánico, se disparó un tiro en la cien en su propia habitación frente a un extraño espejo comprado en un anticuario.

«Una minoría excéntrica», dirá un rico empresario del Jet Set, miembro de varias juntas directivas con hijos y nietos bien instalados en el Establishment, casas, carros, viajes al extranjero cada que le parece o en vacaciones, asistencia de salud garantizada y socio de renombrados clubes sociales o al menos a la procura de todo esto a cualquier precio. Entonces habría que recomendarle a este dirigente de la sociedad, que lea el libro ya que se trata de un autor de fama internacional galardonado con varios premios literarios nacionales y extranjeros, que además le han hecho ganar mucho dinero y prestigio no solamente a él sino a la poderosa editorial que tiene todos los derechos de autor.

Como el caso es sórdido e imposible de reproducir siquiera una parte, es mejor intentar una conclusión aprovechando de paso la noticia de la reciente muerte de Charles Manson.

En materia de ángeles y demonios la Iglesia enseña que Dios nos asigna un ángel personal a cada uno de nosotros para protegernos, inspirarnos y ayudarnos en las dificultades. Lo que frecuentemente se nos olvida es que al acecho nuestro existe también un ángel caído, un demonio obsesionado con nuestra perdición, tomado de una envidia mortal contra nuestra luz primordial y cualidades espirituales, virtudes y dones que Dios nos ha dado, ángel caído deseoso de pervertir todo ese patrimonio moral, hacernos mal y sobretodo llevarnos a una vida infernal en esta o en la otra. Es un ser espiritual maligno y desordenado, un espíritu de las tinieblas expulsado del Cielo y que vaga por la tierra -campo de batalla entre ángeles y demonios- consciente de que ya perdió la felicidad eterna para siempre, odia a Dios y al hombre, pero especialmente odia lo que este refleja de Dios nuestro Creador, y es fácil suponer que odia concretamente algún hombre en particular, en el que seguramente detectó luces de virtudes angelicales maravillosas que él ha debido corresponder, amar y reflejar y ahora abomina sin esperanza de recuperar pero sí de intentar destruir, porque está definitivamente comprobado que cuando el amor se acaba da en odio.

El santo Cura de Ars, Santa Gemma Galgani y el Padre Pío, padecieron experiencias nada gratas al entrar en contacto contra su voluntad con el mundo de lo preternatural: El demonio de nuestra perdición existe, quiere hacernos daño y manipula hoy día el resentimiento familiar en tantos hogares deshechos o mal llevados de todos los estratos sociales. Llagas emocionales de la vida que el miserable infecta cuando falta el bálsamo curativo de los Sacramentos.

Como su soberbia participa de la soberbia luciferina, lo que quiere es esclavizarnos y someternos a su tiránica voluntad -que más que eso, es un capricho infernal, una arbitrariedad despótica animada de un deseo insaciable de tener alguien sobre quien descargar su resentimiento y rencor, convirtiéndolo en una especie de mascota maldita, vejada y sometida para siempre a su diabólico arbitrio. Puede hacerse ver atractivo y amable como a veces se le presentó a la protagonista de la tragedia. Sabe dar placeres y agrados pasajeros que terminan en hastíos, remordimientos y desesperación a veces suicida. Alegrías mundanas fatigantes, glotonerías que no se sacian. Ilusiones, quimeras y fantasías de la imaginación que su poder angélico pervertido consigue manipular a propósito de sonidos, olores, recuerdos, sensaciones táctiles y otros recursos que generan pensamientos y visiones alucinadas, obsesiones, infestaciones y posesiones.

Ese ser existe, nos odia y nos persigue. Si persiste la duda en alguien, va también la sugerencia (no la recomendación, por supuesto) que del mismo autor le dé aunque sea una rápida hojeada a otro libro que en su momento fue un best seller: La Bruja. Con el debido cuidado, ya que se percibe en el autor un lejano tufillo justificador y hasta benevolente con esos fenómenos.

Por Antonio Borda

(1) Germán Castro Caycedo, «Que la Muerte espere», Ed.Planeta, 3ª. Edición, 2017. Edición Especial, Bogotá.

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