Ciudad del Vaticano (Martes, 05-12-2017, Gaudium Press) El Cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor de la Santa Sede, escribió una carta a los sacerdotes en la cual exalta las bondades del Sacramento de la Penitencia con motivo del inicio del tiempo de Adviento, dedicado a la preparación espiritual para conmemorar el nacimiento de Jesucristo y esperar su regreso glorioso. «Su ministerio, queridos amigos y Confesores, no hace ruido, pero sí milagros», indicó el purpurado, quien destacó el hecho de que la Confesión no sólo perdona los pecados, sino que los lleva hacia el camino de la santidad y exige de los sacerdotes un ministerio de guía, enseñanza y acompañamiento.
Cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor de la Santa Sede. Foto: Arquidiócesis de Génova. |
«Llegando al final de este Año Litúrgico, la sabiduría de la Iglesia, con la cual Dios, inmutable y eterno, ‘marca los ritmos del mundo, los días, los siglos y el tiempo’, nos ha llevado a confesar y celebrar la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo», inició el Cardenal su misiva. El Penitenciario Mayor recordó que la fiesta de Cristo Rey refiere también al Juicio Final que aguarda a todos los hombres, un concepto cada vez más distante para una cultura que vive en el instante. El Adviento señala la esencia del cristianismo: la llegada de Dios en medio de todas las personas. «Esta llegada entra en la historia en un punto y momento muy precisos y, al mismo tiempo, abarca todo el camino, prolongando a través de los siglos, el misterio de la Iglesia, para finalmente abrir toda la Creación al día de su glorioso Advenimiento».
Como parte de la preparación del corazón para el encuentro con Dios, el Cardenal Piacenza reflexionó sobre el misterio del Juicio Final, «anticipado admirablemente cada día, para la salvación de todos los hombres, a través del Sacramento de la Misericordia». En el sacramento, Cristo acompaña a cada penitente a la profundidad de su pecado «y lo derrota nuevamente con el poder de Su Resurrección» para redimirlo. El penitente reconoce la presencia de Jesús en el confesor y su parte de culpa en los sufrimientos de la Cruz del Salvador, y confiesa y entrega al pie de la Cruz sus culpas para que su gracia bautismal sea restaurada en virtud de la Sangre de Cristo.
«Qué inmensa Gracia, para quien ejerce con fidelidad el ministerio de la Reconciliación, de poder ofrecerse al Dios-Hombre por la salvación de cada hermano, inclinándose tiernamente sobre la pobreza humana, alcanzando esa periferia del pecado en la cual solo Uno tiene la fuerza para entrar y ver a cada uno resucitado de la indigencia espiritual e inmediatamente enriquecido por lo que tenemos como más precioso en el cristianismo: ¡Cristo mismo!», exclamó el Penitenciario Mayor.
El purpurado expresó su agradecimiento el trabajo de las Penitenciarías de las Basílicas Pontificias y de los confesores en todo el mundo que realizan una labor de enorme importancia. «Su ministerio, queridos amigos y Confesores, no hace ruido, pero sí milagros. Nadie lo percibe, pero Dios lo ve y esto es lo que importa», comentó el Cardenal. A cada confesor, el Penitenciario recordó que » con el Sacramento de la Penitencia, no solo borra los pecados, sino que debe colocar a los penitentes en el camino de la santidad, ejerciendo sobre ellos de manera apropiada, una verdadera enseñanza, un ministerio de guía y acompañamiento».
El purpurado encomendó los frutos del apostolado de los confesores al Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen María y deseó a los sacerdotes y penitentes, «en cuyos corazones harás florecer la felicidad de que el Señor está cerca, una Santa Navidad».
Con información de Zenit.
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