Redacción (Viernes, 15-12-2017, Gaudium Press) Algunos días después de la Encarnación del Verbo, María Santísima fue «de prisa a las montañas, a una ciudad de Judá» (Lc 1, 39) llamada Ain-Karim, a fin de visitar a su prima Santa Isabel que traía en su seno a Juan Bautista, engendrado hacia seis meses.
Vías tortuosas entre valles y montes
Ella quiso ir «de prisa» porque sabía que «por su intercesión, y por la virtud del Verbo Divino que portaba en Sí, el Espíritu Santo santificaría al niño antes de él nacer. Así, ansiaba estar cuánto antes con Santa Isabel, a fin de librar al Precursor, aún en gestación, de la mancha original».
Nuestra Señora pidió permiso a San José para iniciar el viaje, y él quiso acompañarla, pues su deseo era «vivir como verdadero esclavo al servicio de Ella».
Ain-Karim dista 130 kilómetros de Nazaret, donde residían Nuestra Señora y San José, y el camino era por vías tortuosas entre valles y montes. El esposo virginal de María ensilló un burro y, con los equipajes y provisiones necesarias, partieron.
Los inconvenientes que se presentaron en el recorrido fueron enormes. «Si María quisiese, podría mandar un Ángel allanar el camino o, más aún, conducirlos por el aire.» Pero la Santa Pareja prefirió «pasar por todas las dificultades, para […] darnos ejemplo de cómo enfrentar los problemas que surgen en nuestra vida».
Después de un penoso trayecto que «demoró alrededor de tres días», ellos llegaron a la casa de San Zacarías. Nuestra Señora se dirigió hasta el lugar donde se encontraba Santa Isabel; y San José fue a saludar a San Zacarías el cual, sin poder oír ni hablar, solo respondía con gestos o por medio de una tablita.
Juan Bautista quedó limpio del pecado original
Por una gracia especial, San Zacarías percibió la grandeza de San José y, «tomando sus manos con fuerza, las besó con enorme deferencia […] y lloró copiosamente».
Y algo todavía más sublime ocurrió con Santa Isabel que, al responder el saludo de María, demostró haber recibido «la iluminación interior de que allí estaba la Madre del propio Dios». He aquí sus palabras: «Bendita eres Tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde me viene esta honra de venir a mí la Madre de mi Señor?» (Lc 1, 42-43).
Santa Isabel agregó: «Luego de que tu saludo llegó a mis oídos, el niño estremeció de alegría en mi seno» (Lc 1, 44). «En ese momento el deseo de Nuestra Señora limpió al niño del pecado original y de tal modo infundió la vida divina que él vibró de alegría».
Entonces, la Santísima Virgen entonó el Magníficat (cf. Lc 1, 46-55), «esta joya inapreciable, este maravilloso cántico de sabiduría, humildad y grandeza», respecto al cual resumiremos algunos comentarios hechos por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira.
Una invitación para entender la Filosofía de la Historia
La Filosofía de la Historia no se refiere apenas a los pueblos, sino a la vida de un individuo. Se puede hasta afirmar que ella se aplica inicialmente a cada persona y, como consecuencia, a los pueblos, pues estos son formados de individuos.
La misericordia del Señor «se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Él mostró el poder de su brazo: dispersó a los que tienen planes orgullosos en el corazón» (Lc 1, 50-51).
Los «orgullosos de corazón» son «los que se vanaglorian y se exhiben pretensiosos en relación a Dios, que no consideran la grandeza de Él, ni le tienen temor. Y que, por tanto, no lo aman. Para estos no hay misericordia. Entonces Dios los humilla, los quiebra, los disipa, mostrando su fuerza.
«Esa actitud con los que se afirman independientes de Él es una bella invitación para establecer una Filosofía de la Historia. Para eso tenemos que observar no solo los acontecimientos históricos, sino también los hechos de nuestra vida cotidiana y en ellos verificar la confirmación de esta regla: los hombres temerosos a Dios, conscientes de que no valen nada, atribuyendo sus predicados y aptitudes a la misericordia divina, progresan en la vida espiritual. Los que son dirigidos a adorarse a sí mismos, a considerar todo cuanto tienen como siendo venido de ellos mismos, estos son los soberbios que Dios disipa, y declinan en la práctica de la virtud.»
«Llenó de bienes a los hambrientos, y despidió a los ricos con las manos vacías» (Lc 1, 53).
«Nuestra Señora no pretende hacer aquí una alusión a los recursos materiales o financieros. Ella se refiere, antes que nada, a los que se encuentran en la carencia de bienes espirituales, a los indigentes de las dádivas celestiales. A esos pobres de espíritu que, humildemente, suplican esas gracias, Dios los atiende en la abundancia infinita de su misericordia. Al contrario, a los ‘ricos’, a aquellos que se juzgan enteramente satisfechos en su orgullo, Dios los despide de manos vacías, esto es, sin tornarlos partícipes del tesoro de sus dones sobrenaturales.»
El encuentro entre Nuestra Señora y Santa Isabel «es una de las más lindas páginas de la Historia Sagrada, magistralmente imaginado y retratado por los mayores artistas de la iconografía católica».
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada» -133)
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Bibliografía
CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. São José: quem o conhece?… São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae. Arautos do Evangelho. 2017, p. 125. 128. 135 passim.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O Magnificat, hino de sabedoria, humildade e grandeza. In Dr. Plinio. Ano VI, n. 64 (julho 2003), p. 24.
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