Redacción (Lunes, 18-12-2017, Gaudium Press) La espera está íntimamente relacionada con la fe y la virtud de la paciencia. Ella es reforzada por la certeza de recibir aquello que buscamos, cuando en Dios esperamos.
San Agustín define que el esperar significa creer en el amor, tener confianza en las personas, dar el salto en lo incierto y abandonarse a Dios totalmente.
Creer, confiar, amar
¡Creer, confiar, amar! Es exactamente lo que nos pide ese gran momento, cuando la Iglesia conmemora la más bella de las esperas: el Adviento.
La palabra tiene su origen en el latín, adventus, que viene del verbo advenire, que significa llegada.
Un nuevo año litúrgico se abre para todo Orbe Católico:
Él viene envuelto por una atmósfera de recogimiento, abandono, arrepentimiento y penitencia, que antecede a la «Gran Llegada».
Son cuatro semanas de una santa espera en la cual nos preparamos para el nacimiento del «Maravilloso, Consejero, Dios Fuerte, Padre de la Eternidad, Príncipe de la Paz», que Isaías describió: ¡Jesucristo, Señor Nuestro!
En el aire respiramos la atmósfera de la suave y esperanzadora penitencia que es marcada por la ausencia de flores en los altares, por el silencio del canto del Gloria en las misas y el no uso del incienso. Y los sacerdotes se revisten de púrpura, el color de esperanza con tonos de tristeza y de la alegría colorida de expiaciones:
Exactamente como, en esa época, en las sierras brasileñas, la naturaleza hace con los ‘manacas’ y ‘cuaresmeiras’, produciendo una explosión de colores y flores con las cuales anuncia la llegada del tiempo de la espera triste-alegre, del tiempo dulce-amargo del adviento.
Que las nubes lluevan lo justo…
¡Se confía y canta! «Derramad, los cielos, vuestro rocío desde lo alto, y las nubes lluevan al Justo»: es un gregoriano que se titula; Rorate Coeli.
Se pide a Dios que no se acuerde de nuestras iniquidades, pues la ciudad del Santuario está desierta… Se evoca la letra Sión y lamenta a Jerusalén desolada, se implora misericordia.
Se ruega a Dios que perdone nuestros pecados, pues pecamos y nos tornamos inmundos y caímos como hojas muertas al viento. Se repite muchas veces el pedido para que sea enviado el Cordero, el Dominador de la Tierra, y que las nubes lluevan al Justo…
La melodía de ese himno gregoriano, considerado el más bello del cristianismo, nos llena de una esperanza llena de paz y gloria. Especialmente cuando las voces entonan la promesa divina de la venida de nuestra salvación:
Yo te salvaré, no tengáis miedo, porque yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu Redentor…
Inmediatismo y Miedo, Espera y Paz de la Navidad
Hoy el hombre tiene miedo de la espera, pues el lenguaje contemporáneo lo conduce hacia el inmediatismo, lo descartable, lo banal. Todo tiende a lo rápido, a lo pasajero, a lo superficial. Le falta la esperanza, un camino seguro que lo lleve a esa dulce paz, que solo el Dios-Niño puede traer: ¡La Navidad!
Por Lucas Miguel Lihue
Deje su Comentario