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Jesús, María y José: la Sagrada Familia de Nazaret

Redacción (Viernes, 29-12-2017, Gaudium Press) En el primer domingo del tiempo de Navidad, la liturgia nos presenta la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, «escuela dónde comienza a entenderse la vida de Jesús, donde se inicia el conocimiento del Evangelio», en el decir del Beato Pablo VI (5-1-1964); «ícono de la iglesia doméstica», en palabras de Benedicto XVI (28-12-2011).

En lo oculto, en el silencio, en esa pequeña y desconocida ciudad Nazaret de la Galilea, encontramos estos grandiosos personajes que conforman la Sagrada Familia: Jesús, María y José. En la casa de Nazaret, cuyo significado, de nasar, sería «florecer o vigilar», es de dónde surgen lecciones que serán apropiadas para las familias de los días de hoy.

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En el año 1964, el Pontífice Pablo VI realiza una visita a la casa de Nazaret; allí profirió palabras llenas de enseñanzas, afirmando que se aprendía – en tan bendecido y especial lugar -, de forma insensible, a imitar la vida de la Santa Familia. Ciertamente sintiendo la presencia de San José que era el jefe según el orden natural; de María esposa y madre; y de Jesús niño, que vivían en una excelsitud de contemplación; pues, en el orden sobrenatural, ese Niño es el Creador y Redentor. A estas enseñanzas Pablo VI las llamó de: «lección de Nazaret».

Acompañemos sus palabras, tan especiales y llenas de unción, tres lecciones para seguir el ejemplo de Nazaret.

La primera es el silencio, lección para los hombres, rodeados de la agitada y ruidosa vida moderna. El silencio de la casa de Nazaret nos invita al «recogimiento y la interioridad, nos enséña a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros». Una invitación, al estudio, la meditación, la vida interior y la oración.

Agregaba Pablo VI, como segunda lección de vida familiar, que: «Nazaret, nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable, que es su función en el plano social».

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Finalmente daba, como tercera, una lección del trabajo, para comprender: «más, en este lugar, la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble».

La Sagrada Familia nos da el ejemplo a seguir: silencio, recogimiento, trabajo. Como comunidad de amor, a través de un vínculo sagrado que nace «del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun antes de la sociedad, una institución confirmada por la ley divina» (Gaudium et spes, 48), a través de un consentimiento personal e irrevocable.

Vivimos una sociedad cada vez más permisiva. El mal exalta su derecho de ciudadanía. En ese panorama, muchos problemas de las familias contemporáneas derivan de la creciente dificultad para comunicarse. «No consiguen estar juntos y a veces los raros momentos de reunión quedan absorbidos por las imágenes de un televisor», lejano comentario de San Juan Pablo II (Rosarium Virginis Mariae) en tiempos en que no existían los modernos elementos electrónicos que nos absorben cada vez más. Estimulaba, para contrarrestar esta avalancha, a rezar el Rosario en familia para «introducir en la vida cotidiana otras imágenes muy distintas, las del misterio que salva: la imagen del Redentor, la imagen de su Madre Santísima».

Es así, que este santo pontífice invitaba, con bella frase: «la familia que reza unida el Rosario reproduce un poco el clima de la casa de Nazaret». En la oración en familia se comparten las alegrías y los dolores, se colocan en manos de nuestra celestial intercesora la Virgen Santísima, nuestras necesidades y proyectos, y acabamos recibiendo fuerzas para el camino.

Tenemos que «redescubrir la belleza de rezar juntos como familia siguiendo la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret» (Benedicto XVI, 28-12-2011).

Por el P. Fernando Gioia, EP.
[email protected]
www.reflexionando.org

 

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