Ciudad del Vaticano (Martes, 30-01-2018, Gadium Press) La celebración Eucarística en la Fiesta de la Trasladación del ícono Salus Populi Romani, en la mañana del domingo pasado, en la Basílica Papal de Santa María la Mayor, fue presidida por el Papa Francisco.
El Ícono de la Patrona de Roma retrata a la Virgen María teniendo en los brazos al Niño Jesús bendiciendo.
«Estamos aquí, como pueblo de Dios en camino, para una pausa en el templo de la Madre. La presencia de la Madre hace de este templo una casa familiar para nosotros, hijos», fueron las palabras introductorias de la homilía del Pontífice en la Fiesta de la Traslación.
Casa materna, donde se encuentra reposo, consolación, protección, refugio…
Así continuó el Papa su homilía: «Asociándonos a generaciones y generaciones de romanos, reconocemos en esta casa materna nuestra casa, la casa donde encontrar reposo, consolación, protección y refugio.»
«El pueblo cristiano comprendió, desde el inicio, que, en las dificultades y pruebas, es preciso recurrir a la Madre, como indica la más antigua antífona mariana: A vuestra protección, recurrimos, Santa Madre de Dios; no desprecies nuestras súplicas en nuestras necesidades; mas libradnos de todos los peligros, oh Virgen gloriosa y bendita».
El Pontífice quiso recordar, en el tiempo, el acto de recurrir a María:
«Recurrimos, buscamos refugio. Nuestros padres en la fe nos enseñaron que, en los momentos turbulentos, es preciso acogernos bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Una vez los perseguidos y los necesitados buscaban refugio junto a las mujeres nobles de la alta sociedad: cuando su manto, que era considerado inviolable, se extendía en señal de acogida, la protección era concedida», recordó el Papa.
«Lo mismo, hacemos nosotros en relación a Nuestra Señora, la mujer más sublime del género humano. Su manto está siempre abierto para acogernos y recogernos.»
«Bien lo recuerda el Oriente cristiano, donde muchos celebran la Protección de la Madre de Dios, que, en un lindo ícono, es representada con su manto abrigando a los hijos y cubriendo al mundo entero.
Los propios monjes antiguos recomendaban que, en las pruebas, nos refugiásemos bajo el manto de la Santa Madre de Dios: invocarla – ‘Santa Madre de Dios’ – ya era garantía de protección y ayuda.»
Una sabiduría que viene de lejos
El Papa interpreta que «esta sabiduría, que viene de lejos, nos ayuda: la Madre guarda la fe, protege las relaciones, salva en las intemperies y preserva del mal. Donde Nuestra Señora es de casa, el diablo no entra; donde está la Madre, la perturbación no prevalece, el miedo no vence.
¿Quién de nosotros no precisa de esto? ¿Quién de nosotros no se siente a veces perturbado o inquieto? ¡Cuántas veces el corazón es un mar en tempestad, donde las olas de los problemas se amontonan y los vientos de las preocupaciones no cesan de soplar!»
Entonces, dice el Santo Padre:
«María es el arca segura en medio del diluvio.» «No serán las ideas o la tecnología a darnos fortaleza y esperanza, sino el rostro de la Madre, sus manos que acarician la vida, su manto que nos abriga.
Aprendamos a encontrar refugio, yendo todos los días junto a la Madre».
Gregorusa
«No despreciéis las súplicas. Cuando nosotros la imploramos, María intercede por nosotros. Hay un lindo título en griego -Grigorusa- que significa ‘Aquella que intercede prontamente’; que no demora, como oímos en el Evangelio, donde inmediatamente lleva a Jesús la necesidad concreta de aquellas personas: ‘¡No tienen vino!’ (Jn 2, 3).
Así hace Ella, siempre que la invocamos: cuando nos falta la esperanza, cuando escasea la alegría, cuando se agotan las fuerzas, cuando se oscurece la estrella de la vida, la Madre interviene.
Ella «está atenta al cansancio, sensible a las turbulencias, próxima del corazón.»
Y nunca, nunca desprecia nuestras oraciones; no deja perderse una siquiera. Es Madre, nunca se avergüenza de nosotros; antes, solo espera poder ayudar a sus hijos.»
Libradnos de todos los peligros…
«El propio Señor sabe que precisamos de refugio y protección en medio a tantos peligros. Por eso, en el momento más alto, en la cruz, dijo al discípulo amado, a cada discípulo:
‘¡He aquí a tu Madre!’, recordó el Papa, insistiendo todavía en nuestras necesidades:
«La Madre no es un don opcional, es el testamento de Cristo.» Y precisamos de Ella como precisa de reposo un viajero, de ser llevado en los brazos como un bebé. Es un gran peligro para la fe vivir sin Madre, sin protección, dejándonos arrastrar por la vida como las hojas por el viento.
Amar a María es saber vivir
El Señor sabe que es así y nos recomienda acoger a la Madre. «No es un galanteo espiritual, es una exigencia de vida. Amarla, no es poesía; es saber vivir. Porque, sin Madre, no podemos ser hijos. Y, antes que nada, nosotros somos hijos, hijos amados, que tienen a Dios por Padre y Nuestra Señora por Madre.»
‘María es ‘señal de esperanza segura y de consolación para el pueblo de Dios aún peregrinante’, recordó el Papa explicando que, si no seguimos esta señal que Dios posicionó para nosotros, nos extraviamos. Esta señalización de la vida espiritual debe ser observada por nosotros «que, entre peligros y angustias, caminamos todavía en la tierra». Y esta señalización nos indica la Madre, que ya llegó a la meta.
Francisco prosiguió con su reflexión preguntando: «¿Quién mejor que Ella nos puede acompañar en el camino? ¿Por qué esperamos? Como el discípulo que, al pie de la cruz, acogió consigo a la Madre ‘como suya’, también nosotros invitamos a María, de esta casa materna, para nuestra casa.»
«No se puede estar indiferente, ni separado de la Madre, caso contrario perdemos nuestra identidad de hijos y de pueblo, y vivimos un cristianismo hecho de ideas y programas, sin consagración, sin ternura, ni corazón.»
La Fe, el amor y la fábula
Para encerrar, el Santo Padre afirmó y concluyó:
«Pero, sin corazón, no hay amor; y la fe corre el riesgo de tornarse una linda fábula de otros tiempos. Al contrario, la Madre guarda y prepara a los hijos. Los ama y los protege, para que amen y protejan al mundo.
Hagamos de la Madre el huésped de nuestro día a día, la presencia constante en nuestra casa, nuestro refugio seguro. Consagrémosle cada día. Invoquémosla en cada turbulencia. Y no nos olvidemos de volver junto a Ella para agradecerle». (JSG)
De la Redacción de Gaudium Press, con informaciones de Vatican News.
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