viernes, 22 de noviembre de 2024
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Gratitud con Fray Domingo de las Casas O.P.

Redacción (Martes, 27-02-2018, Gaudium Press) Nadie da cuenta del nombre completo de este misionero de la orden Dominica casi anónimo, que regresó a Sevilla enfermo y murió el mismo año en que había celebrado la primera misa en lo que hoy se llama Bogotá, y no tiene un solo monumento público que lo recuerde. Tampoco se conoce la edad a la que Dios se lo llevó para la Eternidad ni el lugar y fecha en que nació. Solamente se dice que en España hizo estudios en Salamanca. En la sacristía de la catedral de Bogotá se conservan unos rústicos paramentos litúrgicos que al parecer fueron los que usó en esa primera misa.

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Óleo de la fundación de Bogotá.

Al lado del conquistador Jiménez de Quesada se observa al fraile dominico

Se fue con la expedición de Don Gonzalo Jiménez de Tejada desde la orilla del mar, tierra adentro; este en busca de riquezas y el buen fraile en busca de almas. No debieron ciertamente ser pocas las incomodidades y molestias estomacales que padeció el pobre misionero como las padecieron todos los expedicionarios: aguas dañinas, malos alimentos, calores infernales, flechas envenenadas, fieras al acecho e incertidumbre a toda hora. Pero con certeza ni el rosario ni el breviario dejaban de ser repasados diariamente con fe y esperanza.

La independencia de España sin duda que se hizo necesaria para las provincias de ultramar, visto que el rey tenía más de títere que de soberano, y Napoleón amenazaba quedarse con Hispanoamérica. Pero lo que no hizo el Corso lo hicieron las logias afrancesadas que bien pronto impusieron a sangre y fuego el republicanismo liberal que no se distinguió propiamente por la gratitud. Haciendo pública y universal manifestación de odio a España, hipotecó tierras y comercios a Estados Unidos, Francia e Inglaterra, envió sus hijos y aprendices a esos países e hizo cuestión de sepultar para siempre la memoria de misioneros y misioneras que no solamente nos trajeron la verdadera religión, sino un idioma que superaba los pobres dialectos aborígenes, a más de otros conocimientos entre los cuales la culinaria europea, animales de carga y herramientas para laborar la tierra mejor y más rápido.

La gratitud es una virtud bien difícil de practicar, decía alguna vez el Prof. Plinio. Es que ella demanda humildad y reconocimiento de las desigualdades, especialmente las de estatus. Y las ideas de Voltaire y Rousseau no se caracterizan por reconocerlas, respetarlas y perfeccionar las relaciones entre las clases sociales. Marx bebió hasta la saciedad el veneno de ellos y terminó sentando la innoble doctrina falsa y sofística de la lucha de clases. Y con esta vino la lucha entre padres e hijos, alumnos contra profesores, mujeres contra hombres, obreros contra patronos, y lo que es más lamentable, odio y lucha de laicos contra religiosos, con lo que todo lo que huela a incienso y sacralidad ha sido atacado, despreciado y calumniado con una vehemencia tal, que es de fe esperar que algún día la historia se reivindique y desenmascare tanta mentira.

Sí, de nuestro buen fraile Domingo Las Casas que al parecer nada tiene que ver con fray Bartolomé el de Chiapas, no se ve por ninguna parte en las tierras que el ungió con la presencia sacramental de Nuestro Señor Jesucristo, un pequeño busto público siquiera.

Celebró esa primera misa en la feraz sabana de Bogotá un día 6 de agosto de 1537, «Asención del Señor» para más señas, delante de unos aborígenes que si bien entendieron poco, todo lo intuyeron para después mandarse a bautizar dócilmente, ya que esta nación Muisca que habitaba el altiplano, era famosa por su mansedumbre y laboriosidad. Gran favor y bendición nos dejó Fray Domingo, y Dios se lo pague en la Eternidad, porque si hay algo que caracteriza hoy todavía a las gentes raizales de esa bella planicie cundiboyacense de Colombia, es la seriedad con que asimilaron y mantienen la fe católica a pesar de tanta violencia fomentada por algunos magnates del propio país.

Por Antonio Borda

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