Redacción (Lunes, 05-02-2018, Gaudium Press) Algunos observantes de la realidad cultural actual, quizás poco objetivos o pacatos, suelen señalar que nunca la educación había sido tan buena, comprensiva, accesible e igualitaria como hoy en día. Pero exceptuando la última característica, que no necesariamente es positiva, las demás observaciones son bastante cuestionables.
Claro que teniendo una idea totalmente deformada de lo que es la educación, es normal que se llegue a conclusión semejante. Esto sucede si, por ejemplo, se considera a una persona educada, solo por el hecho de ostentar 3 o 4 títulos académicos que «certifican» su poderoso «quilate intelectual», indiferentemente de su comportamiento, religión, filosofía, visión, costumbres y en fin… alcance cultural.
Dice un dicho popular que, ¡mientras más vacía la carreta, más hace ruido!
Y es por esto que para hacer una crítica más realista de nuestro sistema educativo me parece que es importante considerar varios puntos comúnmente pasados por alto.
El apetito en la educación
Decía comicamente el genio inglés Winston Churchill, «Lo más importante de la educación es el apetito».
Si es verdad que hace gran daño a nuestro organismo la desnutrición, es también verdad que es altamente nociva la sobrealimentación, y ni se diga cuando se nos alimenta con basura… ¡Este es un punto al que pocos prestan atención!
Así puede pasar con el intelecto donde una «sobrealimentación» no solo «empalaga» al individuo y bloquea su natural inclinación a la búsqueda de la verdad, si no que además podríamos decir que le incentiva a preferir alimentarse de basura, por ejemplo, cambiando el beneficio y distensión de una buena lectura, por un show de TV…etc.
Sucede hoy que niños que no consiguen aprender las tablas de multiplicar, paradójicamente si son capaces de memorizar infinidad de nombres que aparecen en las caricaturas de televisión, ¡o conocen prácticamente los nombres de todos los jugadores de fútbol del mundo!, siendo esto señal inequívoca de que no hace falta capacidad intelectual, si no apetito bien direccionado. Decía Da Vinci que «…el estudio sin deseo destruye la memoria, y no deja nada de lo que se intenta poner en ella». Algo que definitivamente deberían tomar en cuanto los pedagogos modernos…
También, no es raro ver en muchos lugares jóvenes que pasan el día entero en el colegio, o en medio de los libros, sin tiempo para siquiera dar un respiro.
Naturalmente, fruto de esto puede surgir el problema de la deserción escolar, pero este no es el único preocupante. Este nivel de saturación puede ser realmente perjudicial, psicológica y espiritualmente, además de que sus resultados son totalmente aparentes y efímeros.
Constituyendo un problema aún mayor cuando, en nuestra sociedad secularizada e igualitaria se impone a todos sin distinción, la obligatoriedad de obtener un título o algo que pruebe su supuesta superioridad académica, como siendo algo sin lo que no se puede vivir.
Por eso no es extraño que en países como China y Japón, que tienen de las mayores tasas de suicidios, tengan como primera causa de estos la presión escolar.
Falsa Educación
«El objeto de la educación es enseñarnos a amar lo que es bello» decía Platón a los antiguos griegos.
Y por lo tanto una educación sin amor, sin trascendencia, es rebajar al hombre al estado de libro, o peor aún, de máquina que almacena información.
Y este es uno de los defectos más evidentes de la pseudo-educación post-moderna. Un sistema ‘sumativo’ que incentiva a los jóvenes a memorizar sin entender en profundidad, miles de datos que olvidarán horas después de ser evaluados… Que les exige sumar, y sumar notas altas, que les abran campo hacia los más prestigiosos centros de educación superior, donde en la mayoría de los casos, en su búsqueda por una especialización – parafraseando al Dr. Plinio Correa de Oliveira-, ¡Aprenderán cada vez más, sobre cada vez menos, hasta que sepan absolutamente todo sobre nada!
Este tipo de «educación sumativa especializada» no es realmente formativa porque no abarca al ser humano por completo, cuerpo y alma, mente y espíritu. Su único objetivo es crear especialistas, piezas que se encajen en un engranaje específico del mundo laboral, pero que carecen de una formación integral, de vocación y de cultura. Como verdaderas máquinas, hombres y mujeres sin moral, sin religión, sin tradición, sin verdadero pensamiento crítico, preparados simplemente para acoplarse al materialista, globalizado y egocéntrico «mundo moderno».
En semejante panorama ya no entra en juego la vocación… ¿Cumplir con el papel en la sociedad para el cual Dios creó a cada ser humano? Suena incluso extraño o ridículo para muchos.
Y resulta que donde no hay vocación no hay verdadera caridad, no hay amor… y como resultado, es triste decirlo, tenemos una sociedad hecha de mercenarios en todos los campos, desde la educación, la salud, la política, el comercio… incluso en la religión.
Moldeando Ídolos del Ego
Y para empeorar la situación, la educación actual presenta una tendencia cada vez más acentuada a fomentar el narcisismo, camuflado de «realización personal», siendo en realidad lo que pocos se atreverían a describir como egolatría.
No se enseña el recto amor propio, que consiste en querer nuestro máximo bien, que es asemejarnos cada vez más a quién fuimos hechos a imagen y semejanza, en otras palabras la búsqueda de la santidad. Si no que se promueve la distorsión del amor propio que es la pasión desordenada por uno mismo, buscando implícitamente robar la adoración que solo le pertenece a Dios, queriendo ser glorificado delante de los otros y creyendo que se puede conseguir lo que uno quiera sin la ayuda de nadie, una autosuficiencia tan irreal como perversa.
Y así, cada vez más, bajo el pretexto de favorecer la autoestima de los estudiantes o darles ánimo para llegar alto, se está fomentando de forma absurda el Ego de los mismos. Y al mismo tiempo se les miente diciendo, a veces de forma implícita, que todos somos iguales en todo y que tenemos las mismas capacidades. Cuando en realidad «No hay nada más ‘desigual’, que un trato igualitario a personas desiguales», como dice Thomas Jefferson
Por ejemplo, en una escuela de Inglaterra, aunque parezca increíble consideran que es bueno enseñarles a sus estudiantes a jugar al fútbol sin usar un balón, para que de esa manera se pueda garantizar una igualdad absoluta entre ellos, y así jueguen de forma imaginaria un juego en que ninguno se puede sentir superior al otro, y todos son «ganadores», evitando perjudicar su autoestima…
¡Solo alguien que ha perdido el sentido común, no puede ver lo absurdo de esto!
Pero este tipo de absurdos se hacen cada vez más comunes en un mundo que parece haber perdido la luz de la razón, y que paradójicamente se gloría de tener una buena educación…
«Ciber-educación»
Otro paradigma que enfrenta la educación en nuestros días es la tendencia general de la sociedad a ser absorbida por toda clase de avances tecnológicos, muchas veces frutos de un «progreso ciego», con predecibles e impredecibles consecuencias, a veces catastróficas.
Personas poco informadas muchas veces se dejan llevar por sistemas educativos que por querer parecer avanzados incluyen en su propuesta pedagógica la implementación de aparatos como tabletas y computadores…etc, desde tempranas edades, para así preparar a los hombres y mujeres del mañana a enfrentar un mundo dominado por las máquinas…
Muchos caen ante esta ilusión por ignorancia, o simplemente por querer mostrar un estatus, y pasan por alto o ignoran que numerosos estudios científicos han demostrado que la exposición de niños a estos aparatos es altamente perjudicial es sus procesos de aprendizaje.
No es por nada que, por ejemplo, los hijos de muchos de los «cerebros» de Sillicon Valley, el lugar más icónico de la tecnología mundial, mandan a sus hijos a centros educativos con cero tecnología. Según un reportaje del diario «Le Monde», muchos de los hijos de los hiperconectados empleados de Google y Apple, envían sus hijos a escuelas donde no hay TV, ni Computadores… solo tiza y pizarras, y donde se les enseña a tejer, coser y hornear pan. ¿Curioso no? Por algo será….
Y además, ¿cuántos padres de familia irresponsables, delegan la parte más importante de la educación que es la que se da en el hogar a estos aparatos, y se utilizan de estos como verdaderas niñeras electrónicas? Algo muy lamentable.
Pero para cerciorarse de esta problemática de la hiperconexión en los estudiantes no hace más falta que darse una vuelta por un centro educativo cualquiera, o un museo, o incluso por la calle, donde veremos que cada vez más los jóvenes parecen hordas de zombies atados psicológicamente a las pantallas de sus celulares y otros aparatos, incapaces de resolver problemas, e incompetentes ante la cruda realidad.
Enseñando lo absurdo
Pero como si no fuera suficiente el hecho de que los métodos de enseñanza suelen ser altamente defectuosos en la actualidad, para empeorar la situación, si analizamos el contenido de lo que se enseña en nuestros centros educativos, desde los escolares hasta los universitarios, ahí se pone realmente preocupante la situación.
Aquí el tema es demasiado amplio y polémico. Ya que entran en juego muchas ideologías e incluso la religión. Por ejemplo, la visión tan parcializada que se presenta de la Historia, en que lo más común es que se enseñen leyendas negras, como la Española, con el claro objetivo de denigrar indirectamente una institución que está por detrás, la Iglesia Católica.
Pero analicemos otro punto que parece de mucha mayor trascendencia y que subyace a todo nuestro sistema educativo:
El mundo está como está, sumergido en el pragmatismo, secularismo y liberalismo más salvaje, en gran parte, porque sucesivas generaciones han sido educadas paulatinamente para tener una visión de las cosas y una comprensión de la realidad, en una filosofía que encaje a la perfección con este mundo perverso.
Recordemos que la educación moderna es heredera del más riguroso cartesianismo, que se ha desarrollado con el tiempo en las formas más radicales de escepticismo, que derivan en materialismo, promoviendo de esta manera en una ruptura implícita entre la fe y la razón. Hemos sido educados para creer que solamente es real aquello que nuestros sentidos captan, y que no es digno de valor ni de crédito aquello que sobrepasa nuestro entendimiento. Recordemos el famoso dicho de Descartes: «Pienso, luego existo».
Y es así que «Los fatuos hijos de Descartes urden con su mentirosa mente cualquier desvarío y piensan orgullosamente que se han hecho una idea clara y cierta de las cosas. Cuando lo cierto es que tener una «idea clara y cierta» de las cosas suele ser el primer y más delator indicio del error; pues sólo los imbéciles tienen ideas claras y ciertas de las cosas complejas. Nuestra imbécil época, a falta de báculo en el que apoyarse , a falta de cosas firmes sobre las que fijarse para poder avanzar, se apoya en espectros, en mentirosas ideaciones, en fatuos idealismos que no tienen otra existencia sino la que les suministra nuestro deseo.
«Este prejuicio idealista que consiste en hacer depender la existencia de las cosas de lo que nosotros pensemos sobre ellas (o sea, en convertir nuestra mentirosa mente en una fábrica de verdades infalibles) es una arrogancia delirante que, sin embargo, ha nutrido la filosofía desde Descartes» Juan Manuel de Prada
Seguramente ante la contemplación de este profundo problema epistemológico es que el escritor y filósofo francés Michel de Montaigne cierta vez comentó: «Prefiero la compañía de los campesinos que no han sido educados lo suficiente, como para pensar de manera incorrecta»
La verdadera educación
No es nada fácil en los límites de un artículo definir qué sería una verdadera educación, pero al menos se puede intentar trazar las líneas principales.
Decía G. K. Chesterton que «…la educación es simplemente el alma de la sociedad que pasa de generación en generación». Y cuentan que cierta vez le preguntaron a Napoleón Bonaparte, ‘¿A qué edad se debe empezar a educar a los hijos?’ a lo que respondió muy acertadamente, que 100 años antes de que nazcan.
Por lo tanto, educar es transmitir una llama, que vive por medio de la tradición y que podríamos identificar como cultura. Una llama que puede crecer o apagarse con el pasar de los siglos, y que da vida e identidad a una sociedad verdaderamente sana.
Además se equivoca quien cree que educar es llenar un recipiente vacío. Un niño es una creatura racional a quien Dios le ha infundido certezas y verdades primeras, como el sentido del ser, el sentido del bien y del mal, y que siendo fiel a la inocencia podrá llegar a entender, bajo la luz de la fe, todo lo que le rodea. Por lo tanto lo que se necesita no es llenar de datos a manera de un computador lo cerebros de los niños, si no que se debe enseñar a pensar de manera correcta, a crear y a entender la realidad a partir del análisis, con una guía sabia que pueda mostrar a los niños la profunda relación entre lo sobrenatural y todo lo que nos rodea. ¡Qué diferente sería un sistema educativo que se focalice de esa manera!
Una educación que fomente y proteja la inocencia, en vez de destruirla despiadadamente como en nuestros días, incentivando la manera correcta en que se debe dar el conocimiento humano, permitiendo que el entendimiento sea iluminado por la fe. Quizás por eso cierta vez dijo Chesterton que «Esa es la única educación eterna: Estar tan seguro de que algo es cierto que te atreves a contárselo a un niño».
Una educación que fomenta la imaginación, la creatividad, y el deseo de cosas cada vez más altas, pues «…la verdadera educación, es como una historia sin fin… Una cuestión continuos inicios, de habituales y frescos comienzos, de una persistente novedad» J.R.R. Tolkien
Pero principalmente una verdadera educación debe fortalecer y buscar el crecimiento de la parte más noble del ser humano, el alma. Y esto se debe hacer principalmente en el núcleo familiar, pero también con el apoyo de las instituciones educativas, y de todos los ambientes que influyen en la formación del ser humano.
«Educar la mente sin educar el corazón, simplemente no es educación» Aristóteles.
«La educación sin valores sólo convierte al hombre en un demonio más inteligente». C. S. Lewis.
Una verdadera educación no se limita a instruir el intelecto, si no que busca formar integralmente, enseñando costumbres, modos de comportarse y de trato que eleven el ser humano. Lo prepara a desempeñar su vocación en la sociedad, al mismo tiempo que le anima a buscar la santidad.
Finalmente… Es bueno destruir y borrar ese burdo concepto de que la educación termina en el momento en que la persona adquiere un título universitario.
La verdadera educación nunca termina, comienza en esta tierra de exilio, donde se nos debería guiar para adquirir la verdadera sabiduría que viene de lo alto, que Dios da a los que realmente la desean.
«Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará. Dios es generoso y nos da todo con agrado.» Santiago 1:15
Pero se perpetúa en la eternidad donde la contemplación de Dios Eterno, será siempre sorprendente, siempre enriquecedora, siempre nueva y magnífica.
Por Santiago Vieto
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