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Sabiduría del Niño Jesús

Redacción (Jueves, 15-03-2018, Gaudium Press) En la noche del segundo día en que el Divino Infante estaba en Jerusalén, María Santísima y San José llegaron a la Ciudad Santa.

El Sanedrín hizo el catálogo de dos nuevos adversarios

Al rayar el tercer día, fueron al Templo y comenzaron a preguntar a las personas que en gran número transitaban por el patio; constataron, entonces, que el Niño era el asunto del día. Todos lo comentaban maravillados.

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«Sin embargo, andando por las dependencias del Templo a su búsqueda, no lo encontraban. Por último, les indicaron un lugar aparte, donde, dos días antes, Él fuera llevado por los sinedritas.

«Al entrar al lugar, encontraron a su Hijo ‘sentado en medio de los doctores, oyéndolos e interrogándolos’ (Lc 2, 46) […]

«Incluso siendo el tercer día de controversia, «todos los que lo oían estaban maravillados de la sabiduría de sus respuestas» (Lc 2, 47). Entretanto, no lo aceptaban, y la mayoría alimentaba odio y envidia contra Él.

«Cuando María Santísima y San José encontraron a Nuestro Señor manifestando de tal forma quien Él era y el futuro cumplimiento de su misión, ‘quedaron admirados’ (Lc 2, 48), con una sorpresa que superaba la propia aflicción. Era patente que la desaparición había sido iniciativa de Jesús (…)

«Conociendo bien aquellos que lo rodeaban, María Santísima se afligió mucho, pues veía en la mirada de ellos un odio mortal (…)

«Al notar la presencia de San José y Nuestra Señora, la reacción del Sanedrín fue la de catalogar dos adversarios más. Ambos eran muy conocidos, sobre todo Nuestra Señora, por los años que viviera allí.

«Pero cuando los doctores percibieron que ellos eran los padres de aquel Niño y le estaban plenamente unidos, entendieron que era el momento de trabar la mayor batalla hasta entonces presentada. No creían que Jesús fuese Dios, ni aunque sería su ruina, pero vieron en la Sagrada Familia su mayor enemigo potencial… […]

«Se dieron cuenta de que el Mesías no había sido muerto por ocasión de la matanza de los Santos Inocentes y, a partir de ahí, comenzaron a organizarse para bloquear su acción.

Pregunta llena de luz, racionalidad y delicadeza

«San José luego tomó la palabra y dispersó aquella rueda. Los sinedritas cambiaron de actitud con habilidad y rapidez: lo saludaron aparentando mucha cordialidad y pasaron a elogiar la sabiduría del Niño. Era una jugada para intentar captar, en vano, su simpatía. En verdad, ellos sintieron mucho miedo, pues el padre virginal de Jesús no consiguió esconder su indignación delante de lo que veía».

Los doctores de la Ley se retiraban y la Santísima Virgen, enteramente sumisa a la voluntad divina, pues sabía haber alguna razón de sabiduría altísima por detrás de ese hecho, preguntó a Jesús: ‘¡¿Mi Hijo, qué nos hiciste?! Es que tu padre y yo andábamos a tu búsqueda, llenos de aflicción’ (Lc 2, 48).

«Pregunta rápida y pungente, pero llena de luz, racionalidad y delicadeza, en la cual alega humildemente su maternidad junto a su Hijo, sin ningún resentimiento, revuelta o amor-propio herido. Ella sabía que aquella fuga fuera promovida por Él […]

«Explicadnos, pues no la comprendemos y queremos ser corregidos. Indicadnos, si posible, para así ser esclavos más fieles», quería Ella decir.

«Con extrema dulzura, […] Nuestro Señor respondió con otra pregunta: ‘¿Por qué Me buscasteis? No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?’ (Lc 2, 49)». Es interesante notar que esas son las primeras palabras pronunciadas por el Hijo de Dios, registradas en el Evangelio.

El mérito de amar sin entender

«Él conocía desde toda la eternidad por qué lo buscaban, pero quería mostrarles que, de hecho, existía una lección a ser descubierta.

«En primer lugar, Él ya les instruyera acerca de sus santos anhelos en relación al Templo, a la religión judaica y, sobre todo, al cumplimiento de la voluntad del Padre.

«La actitud que tomara guardaba un vínculo íntimo con eso. Al invocar ese deber, les recordaba que había abandonado el seno del Padre Eterno y sido colocado como esclavo de San José y Nuestra Señora, para ser aún más agradable al Padre y dar ejemplo a todos los hombres; por consiguiente, su misión divina estaba por encima de los lazos que los unían (…).

‘’‘Ellos, sin embargo, no comprendieron lo que Él les dijera’ (Lc 2, 50)» Jesús permitió que Nuestra Señora y San José pasasen por esa prueba «porque quería darles el mérito de una caridad todavía mucho mayor: el mérito de amar sin entender, que la Santa Iglesia llama de ‘beatitudo incomprehensibilitatis’, la bienaventuranza de no comprender, pero continuar amando.

Prueba que Dios pide a aquellos a los cuales más llama

«Dios permitió la pérdida y el encuentro del Niño Jesús en el Templo para deshacer la idea equivocada de que la vida del hombre debe ser próspera, sin contratiempos ni dificultades, sin sorpresas o contradicciones.

«Naturalmente hablando, ¿acaso sería posible que Nuestra Señora y San José se descuidasen del Niño Jesús, al punto de perderlo?
¿Quién en el mundo manifestaría más atención y más celo por ese tesoro que ellos?

«Pero el Niño Dios actuó así para probarlos, aunque fuesen perfectos y jamás hubiesen cometido falta alguna, y también para indicarles que Él poseía verdadera autoridad sobre Sí mismo, por el hecho de ser Dios.

«Si les prestaba respeto y obediencia, era por amor hacia ellos y con la dependencia que quiso tener a los dos, pero no por necesidad. En el fondo, se trataba de una muestra más de bienquerencia que Él les daba.

«Además, hay un tipo de prueba que Dios pide a aquellos a los cuales más llama: la de sentirse aparentemente engañado y abandonado por Él, de modo que hasta aquello que constituye su ideal, su consolación y razón de ser, a veces parece usar de un subterfugio para escapar de su compañía.

«La fidelidad en ese tormento torna a esos escogidos verdaderos héroes. Y fue justamente eso que, abriendo el camino a todos los Santos posteriores, ocurrió con Nuestra Señora y San José.»

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada» – 144)
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Bibliografía

CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. São José: quem o conhece?… São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae. Arautos do Evangelho. 2017, p. 341.346.348 passim.

 

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