Redacción (Viernes, 16-03-2018, Gaudium Press) Invocar condenados fue práctica de brujos y secuaces del demonio en tiempos de la inquisición española (1). En principio no debemos desearle la condenación eterna a nadie porque en aquel lugar horrible odian a Dios y blasfeman por siempre contra Él tomados de un remordimiento que los agrede, pero que no los yergue pues no están arrepentidos sino inculpándolo e inculpándose mutuamente de todos sus fracasos, frustraciones y falsas expectativas de la vida.
Entretanto, rezar por las almas del Purgatorio -decía el P. Loring (2), es el favor más grande que se les puede hacer desde este mundo a los que ya pasaron a la eternidad y se salvaron, pero que están penando todavía algunos de sus pecados. Aquel lugar es una misericordia de Dios enorme, que purifica y recompone nuestro amor a Él deformado en este mundo por tanto ideología equivocada, que nos condujo a llevar un estilo de vida del que muchas veces ignorábamos su maldad intrínseca, o simplemente la acogimos por debilidad humana.
La Beata Anna Catalina Emmerick (3) contó en algunas de sus visiones místicas que el Purgatorio tiene distintos niveles y estados terribles para las almas según la gravedad de su negligencia o condescendencia con el pecado. Por revelaciones se sabe de esos horrendos lugares donde se padece solamente con la esperanza de salir en algún momento y el consuelo de nuestras oraciones. Uno de ellos es un precipicio al borde del infierno donde el alma amenaza caer constantemente en una lucha dolorosa que depende únicamente de las oraciones y sufragios que por ellas se hagan aquí en la tierra: misas, novenas, réquiems, jaculatorias que la iglesia militante no deja diariamente de proferir. Como si el día que falte por ellas aunque sea una sola avemaría en toda la tierra, esas pobres almas caerían irremediablemente en la condenación eterna.
Nos podemos imaginar la gratitud de un alma sacada del purgatorio por nuestras oraciones y pequeños sacrificios. Ella estará rezando e intercediendo por su benefactor en la Eternidad a fin de ayudarle a hacer más llevadera esta vida y finalmente salvarse el día de la muerte.
La comunicación permanente entre las iglesias militante, penitente y triunfante, es algo en lo que se ha dejado de insistir y con lo cual hemos perdido esa especie de espíritu de cuerpo que distinguía a los católicos del mundo entero sintiéndose apoyados aquí o allá, en cualquier cuadrante del planeta no solo por la misas diarias que sabemos que no faltaban en ningún lugar a toda hora, sino por esa comunión con los que penaban esperando su paso definitivo a la Eternidad o con los que ya gozaban plenamente de la Visión Beatífica en el Cielo.
Algo parecido a unos tabiques fue aislando una iglesia de la otra de tal manera que los santos y los ángeles del Cielo se nos ocurren unas personas dedicadas a contemplar a Dios y gozar la felicidad eterna completamente indiferentes con los que todavía militan en este valle de lágrimas y pecados, de riesgos y fortuitos, de peligros y acechanzas. Y para las pobres almas del purgatorio, pareciera que pensáramos que se arreglen como puedan.
Si tuviéramos más fe veríamos en muchos lugares de la tierra, -quizá en muchísimos, como sucedía a la gente de fe del pueblo Judío y de la Edad Media- escalas como la que vio Jacob con cientos de miles de espíritus celestiales subiendo y bajando por ellas trayendo gracias y llevando súplicas al Padre Eterno. Veríamos y sentiríamos en nuestros templos consagrados un como que haz de luz robusto y penetrante elevándose hasta el Cielo y abriéndonos un conducto directo y veloz por el que suben rápidamente nuestras oraciones y alabanzas por mediación de nuestros intercesores y María Santísima, atentos todos a llevar al Trono de Dios nuestras peticiones. En fin, como los cruzados con fe, veríamos diariamente las legiones de ángeles bajando a ayudarnos. Al fin y al cabo los católicos de fe son la mayor potencia impetratoria de la tierra, que como lo hizo Moisés con el Padre Eterno, pueden incluso hacerle cambiar sus designios.
Por Antonio Borda
(1) Isabel de España, William Th.Walsh, pag. ss. 233, Ed. PALABRA, Madrid.
(2) Para Salvarte, Jorge Loring SJ., No. 101, 1. Ed. San Pablo.
(3) Vida de la Venerable» pgs. 212-249,ANA CATALINA EMMERICH, Carlos E. Schomoeger, Librería Espiritual, Quito-Ecuador.
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