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Muerte y resurrección de San José

Redacción (Miércoles, 11-04-2018, Gaudium Press) En los sacros coloquios con sus padres, Nuestro Señor, habiendo alcanzado veinticinco años de edad, trató también con ellos de la lucha entre la luz y las tinieblas.

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Discípulos perfectos de Nuestro Señor

Así, Él «formaba a Nuestra Señora y San José con esmero y minuciosidad, pues eran sus discípulos perfectos. Estos, a su vez, lo oían con enorme atención y sumo respeto.

«Sus padres virginales discernían con acuidad la decadencia del pueblo electo y percibían que el pecado del deicidio estaba en germen en las almas de aquellos que esperaban un falso Mesías dotado de grandes cualidades humanas, que solo atendería las necesidades materiales, elevando el patrón de vida mundana, sin exigir la conversión de los corazones. Contra ese mal, San José y Nuestra Señora habían combatido desde tierna infancia.

«El desvío era gravísimo y venía de muy lejos. Con efecto, las revueltas e infidelidades de los hebreos en su caminata de cuarenta años por el desierto tenían en su raíz el apego al mediocre y acomodado status que habían adquirido en Egipto, y una ceguera escandalosa en relación a la acción del Omnipotente.

Las edades por las cuales pasaría la Iglesia

«Todavía en las bendecidas conversaciones de la Sagrada Familia, Nuestro Señor había explicado a sus padres la fundación de su Iglesia y todas las luchas contra el misterio del mal que ella enfrentaría. Su Cuerpo Místico atravesaría las mismas edades por Él santificadas a lo largo de su vida.

«Así, en su ‘infancia’ la Iglesia sería débil y perseguida, como Él lo fue. Los primeros siglos transcurrirían en las penumbras de las catacumbas, en torno a los túmulos de los mártires. En su ‘juventud’ gozaría de cierta estabilidad y reinaría la paz, alcanzada en la futura Civilización Cristiana, institución profundamente marcada por la inocencia y sacralidad que la Sagrada Familia conservaba en la intimidad de Nazaret durante la vida oculta de Jesús.

«Al alcanzar su ‘edad adulta’, la Esposa de Cristo pasaría por batallas y disputas, como Él debería trabarlas contra los fariseos y sus cómplices. Sería una época de lucha ferrea entre la luz y las tinieblas, de persecución implacable por parte del mal, que pretendería, sin lograrlo, extinguir el esplendor divino en la Iglesia. Por último ella resurgiría con la fuerza y la gloria del propio Jesucristo en su Resurrección.

Nuestra Señora y San José se ofrecieron como víctimas expiatorias

«A esos temas, tan serios y profundos, se sumaba una serie de previsiones que Jesús hacía sobre su Pasión y Muerte. La intención de Él era unir a sus padres a sus sufrimientos, pues, dada la altísima vocación de ambos, era preciso que también ellos bebiesen el cáliz del dolor por entero.»

Y explicaba el trecho del Libro de la Sabiduría: «Armemos trampas al justo, porque su presencia nos incomoda: él se opone a nuestro modo de actuar […]. Él declara poseer el conocimiento de Dios y se llama ‘hijo de Dios’ […]. Su vida es muy diferente de la de los otros, y sus caminos son inmutables. Somos comparados por él a la moneda falsa y huye de nuestros caminos como de impurezas; proclama feliz la suerte final de los justos y se gloría de tener a Dios por Padre» (Sb 2, 12-13.15-16).

«¿Cómo explicar que la simple presencia de una persona recta cause tanta indisposición y rabia? Nuestro Señor aclaraba a sus padres que el justo, solo por el hecho de existir, es como una espina clavada en la carne de los malos, pues su conducta da a entender que las acciones de ellos no son honestas.

«A consecuencia de los vicios que dominaban el corazón de muchos fariseos y de buena parte de la clase sacerdotal, es más, bien conocidos de Nuestra Señora y de San José, la vida pública de Nuestro Señor estaría cercada de odio inexplicable y gratuito, que lo llevaría a la muerte, como predijera el mismo Libro de la Sabiduría: «Veamos, pues, si es verdad lo que él dice, y comprobemos lo que va ocurrir con él. Si, de hecho, el justo es ‘hijo de Dios’, Dios lo defenderá y lo librará de las manos de sus enemigos. Vamos a ponerlo a prueba con ofensas y torturas, […] vamos a condenarlo a muerte vergonzosa, porque, de acuerdo con sus palabras, Dios vendrá en su auxilio» (Sb 2, 17-20).

«De cara a esas trágicas profecías, Nuestra Señora y San José asumieron como propios todos los dolores de la Pasión, ofreciéndose en unión con su Hijo como víctimas expiatorias de suavísimo olor, a fin de atenuar su sufrimiento.»

Perfume suave y varonil

Estando Nuestro Señor con veintiocho años, São José, asistido por su Hijo y su virginal esposa, falleció. Era un sábado. «De su cuerpo inerte exhalaba un perfume indescriptible, como bálsamo aromático al mismo tiempo suave y varonil, que parecía ser la manifestación de sus virtudes.

«Jesús y su Madre Santísima tomaron las providencias debidas para ofrecer a San José la sepultura de un rey, en la medida en que sus posibilidades les permitían. La Sagrada Familia poseía un sepulcro en Nazaret, adquirido por el propio San José, que había sido un administrador eximio, eficaz y totalmente desapegado.

«En el domingo bien temprano acudieron a la tumba casi todos los habitantes de la ciudad y varios parientes de Nuestra Señora. […] El cuerpo de San José parecía estar sumergido en un castísimo y suave sueño, y no presentaba la menor señal de corrupción. El ceremonial, aunque realizado con simplicidad, fue bendecidísimo. Nuestro Señor lloró, como lo haría más tarde delante de la tumba de Lázaro, con una compostura regia. También Nuestra Señora, emocionada, dejó trasparecer a todos el profundísimo afecto que nutría por su virginal esposo.

«Cuando todo estaba listo para la sepultura, el Divino Hijo que José educara, tomado de emoción y cariño por su padre, entonó bello cántico.»

Innúmeros Santos, Doctores y teólogos afirman que San José permaneció intacto en el túmulo durante unos cinco años, y resucitó junto con Nuestro Señor. Monseñor João Clá lanza la hipótesis de que él «haya resucitado pocos días después de su muerte, no como primogénito de entre los muertos, sino como el precursor de Cristo en la Resurrección».

Por Paulo Francisco Martos

(in Noções de História Sagrada – 146)
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1 – CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. São José: quem o conhece?… São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae. Arautos do Evangelho. 2017, p. 362.383.390 passim.

 

 

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