Redacción (Martes, 17-04-2018, Gaudium Press) San Juan Bautista, que llevaba una vida de oración y penitencia en el desierto, inspirado por Dios dejó su retiro y comenzó a predicar por toda la región del Río Jordán. Se estaba cumpliendo así la profecía de Malaquías: «Voy a mandar mi mensajero a preparar mi camino» (Ml 3, 1).
Atraía multitudes
También Isaías profetizó su venida, según certifican los cuatro evangelistas. Hacía 400 años que no aparecía ningún profeta en Israel. La llegada de ese varón extraordinario es expresada por estas palabras del Apóstol que Jesús más amó: «Vino un hombre, enviado por Dios; su nombre era Juan» (Jn 1, 6).
Ese grandioso acontecimiento ocurrió cuando Tiberio César, hijastro del célebre Augusto, era el emperador romano. Gobernaba Judea, entonces enteramente dependiente de Roma, Poncio Pilatos. Herodes Antipas, hijo de Herodes Idumeo, era el rey de Galilea, y Anás y Caifás, los sumos sacerdotes (cf. Lc 3, 1).
San Juan Bautista atraía multitudes: «Y salían para tener con él toda Judea, toda Jerusalén» (Mc 1, 5).
Inclusive mujeres de mala vida, publicanos y soldados iban a ver a San Juan Bautista. Los publicanos no gozaban de buena reputación porque generalmente cometían hurtos en la cobranza de los impuestos; los soldados – del ejército de Herodes Antipas o legionarios romanos – eran frecuentemente aventureros, deudores insolventes, perdularios, bandidos, vagabundos.
El Precursor les decía: «Convertíos, pues el Reino de los Cielos está próximo» (Mt 3,2). Convertir aquí significa cambiar de vida y mentalidad. Ellos precisaban dejar sus vicios, el apego a las cosas terrenales, la comodidad, y dirigirse a Dios, practicando los Mandamientos y haciendo sacrificios.
Y agregaba: «Producid frutos que muestren vuestra conversión» (Lc 3, 8). «Esos frutos, o sea, esos actos de penitencia, mostrarán la veracidad de su conversión».
Fariseos y saduceos fueron al encuentro del Precursor…
«Su predicación producía un gran movimiento popular rumbo a la virtud, como nunca se viera en la historia de Israel.»
Maravilladas por la persona y predicación de Juan Bautista, viendo en él un gran santo, las personas le preguntaban si era el Mesías. Y con su rectitud y humildad luminosas, él respondía: «Yo os bautizo con agua, pero vendrá Aquel que es más fuerte que yo. Yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego» (Lc 3, 16).
«Los fariseos y los saduceos, cuya influencia dominaba todo el panorama sociopolítico judaico de la época, estaban siempre muy atentos a cualquier variante en la opinión pública, pues no les era conveniente perder el apoyo de las bases de la sociedad.
«El entusiasmo por la figura del Precursor suscitado en las multitudes, que afluían para oírlo, suponía para los miembros de uno y de otro partido una amenaza a su poder.
«Queriendo causar la impresión de que también habían adherido a la ola de fervor religioso, resolvieron ir al encuentro de Juan. No obstante, como ellos se juzgaban perfectos al punto de no tener pecado alguno, su intención no era la de confesar sus culpas, sino apenas recibir el bautismo como un sello que los justificase a los ojos de la opinión pública.»
… que los increpó con voz poderosa
Conociendo sus pésimas intenciones, el Precursor los increpaba:
«Raza de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira que llegará? […] El hacha ya está puesta en la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y lanzado al fuego» (Mt 3, 7.10).
«Y no debemos imaginar a San Juan diciendo esto en voz baja o de forma poco expresiva. De cierto él poseía una voz poderosa que, por así decir, alcanzaba la espina dorsal de los oyentes como si el propio Dios les hablase. En verdad, Juan, ‘lleno del Espíritu Santo’ (Lc 1, 15), representaba a Dios y transmitía su voluntad.»
«Es sin duda un lenguaje duro y severo, pero inspirado por el celo y la caridad; es preciso a veces dar grandes golpes en los pecadores endurecidos y soberbios.»
Y haciendo referencia al Mesías, San Juan Bautista decía:
«El trigo, Él lo guardará en el granero, pero la paja, Él la quemará en un fuego que no se apaga» (Mt 3, 12). El trigo representa a los hombres que creen en Nuestro Señor, la paja, a los incrédulos y los pecadores empedernidos; el granero, la Iglesia y el Cielo; el fuego inextinguible, el Infierno.
«Así, se iban dividiendo los campos dentro de la propia opinión pública judaica, como vinieron a confirmar los acontecimientos posteriores.»
«Es el Cordero de Dios»
San Juan Bautista bautizaba a aquellos que lo deseasen. Ese bautismo «no imprimía carácter, no perdonaba los pecados ni confería la gracia, pues, aunque inspirado por Dios, era simbólico […] Por eso, todos aquellos que fueron bautizados por San Juan tuvieron que ser bautizados de nuevo por los Apóstoles (cf. At 19, 3-6)».
Con el pasar del tiempo, aparecieron discípulos que lo asistían. Por ejemplo, San Juan Evangelista y su hermano, San Santiago Mayor, eran fieles discípulos del Precursor que después se tornaron Apóstoles de Nuestro Señor.
En dado momento, el propio Jesús vino al encuentro de San Juan Bautista y le pidió el bautismo. Al verlo, el Precursor afirmó: «Es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29); y después lo bautizó.
Por los siglos de los siglos esas palabras son repetidas, durante la Misa, cuando el sacerdote muestra a los fieles la Hostia poco antes de la Comunión.
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada» – 147)
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Bibliografía
FILLION, Louis-Claude. La sainte bible avec commentaires – Évangile selon S. Luc. Paris: Lethielleux. 1889, p. 96.
CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2014, v. III, p. 157.
CLÁ DIAS, op. cit. 2013, v. I, p. 33-34.
CLÁ DIAS, op. cit., 2012, v. V, p. 165.
Idem, v. V, p. 166.
FILLION, La sainte bible avec commentaires – Évangile selon S. Matthieu. Paris: Lethielleux. 1895, p. 72.
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