sábado, 23 de noviembre de 2024
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La vejez no llega sola

Redacción (Jueves, 03-05-2018, Gaudium Press) Conocer con detalles el fallecimiento de alguna persona no es propiamente algo que atraiga espíritus serios y graves. Se entusiasman más con esas cosas las personas superficiales y ávidas de curiosidad a veces morbosa.

Todos morimos pero la diferencia está en la manera como se llega a ese momento. García Lorca pide en uno de sus poemas morir decentemente en la cama, de acero si puede ser y con sábanas de Holanda. La muerte frecuentemente llega por sorpresa, aún tras una «larga y penosa enfermedad», como registran las noticias con lenguaje frívolo cuando fallece una personalidad. Hoy el cáncer se ha convertido en el mayor depredador de la humanidad atacando inesperadamente. Es una excrecencia cutánea que aparece, una molestia al pasar la comida, un cansancio crónico, un frecuente dolorcillo de cabeza, en fin, diferentes manifestaciones de la contingencia humana, traídas por el pecado original y que nos avisan que está llegando la hora de que todo se nos acabe en esta tierra.

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Una vejez bien llevada -decía alguna vez Mons. João Clá Dias, fundador de los Heraldos del Evangelio- es una bendición de Dios que nos va preparando paso a paso, para ir desprendiéndonos de tantas cosas que alguna vez nos apegaron a la vida terrena, y por las cuales muchas veces no fuimos muy cabales con Dios ni con el prójimo para poseerlas. El peso de los años y las miserias corpóreas que traen, nos hace bien penoso ese último trecho de la vida que tenemos que recorrer a veces apoyados en un bastón, en una silla de ruedas o simplemente postrados en una cama mirando al cielo lo raso. La medicina moderna -en algunos casos con tintes innegables de negocio, se las ha ingeniado para rodear esos últimos días de aparatos y medicinas costosas. Nos asisten especialistas y enfermeros, nos atiborran discretamente de sedantes y remedios que terminan siendo contra indicativos, nos preparan físicamente para ese paso, pero olvidan casi siempre el alma. La asistencia espiritual es casi nula. No hay palabras ni temas trascendentes. Personas jóvenes que estudiaron para ganar dinero se encargan de atendernos, pero no de dedicarse y alentar con amor a ese prójimo que se está agotando día a día, y que bien preparado espiritual y psicológicamente puede salir rápido del Purgatorio para rezar por su asistente allá en la eternidad, convirtiéndose en un ángel protector, en un intercesor benigno ante Dios. Tiempo hubo en que bastaba invocar una alma bendita y desearle descanso en paz, para sentir un cierto alivio espiritual ante una pena o contrariedad que nos venía.

Decía cierta vez una religiosa dedicada por vocación a atender ancianos, que le aterraba aquella indiferencia y resentimiento con que veía a muchos de ellos llevar sus últimos años de vida. La conclusión que sacaba era que la vejez la fueron recibiendo con amargura, y el cansancio de los años no lo aceptaron con paciente resignación e incluso con alegría, al ver aproximarse el momento del encuentro con el ser más maravilloso del universo. Parecieran ir hacia allá llenos de dudas, escepticismo y reclamos. Ofrecer a Dios con fe los dolores y molestias de los últimos años, con la certeza de que ese padre bueno y misericordioso los acogerá compasivo, es algo de lo que hace mucho tiempo no hablan directores espirituales, ni nadie se ha interesado con inteligencia y creatividad por trasladar ese mensaje a la música, al cine o la fotografía. Vejez y enfermedad son un remedio purificante que limpia el alma de tanto pequeño, mediano o grande capricho, arbitrariedad, culpa y malicia que se nos adhieren como parásitos al casco de un barco, muchas veces sin darnos cuenta.

Por Antonio Borda

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